Mi amigo Jesús retenido en Maiquetía, por Tulio Ramírez
3:00 am del 24 de diciembre, o sea hoy en la madrugada, ring ring suena el telefonito. Atiendo pensando que era Madame Kalalú. Me confundo porque en mi sueño, esa canción de Rubén Blades era el fondo musical de una mega rumba en la cual el más cotizado por las mujeres era yo. Entre dormido y despierto escucho una voz con tono militar. ¿Es el Doctor Ramírez? Debe ser alguna emergencia médica, me dije. Alguien ha debido ver mi tarjeta de presentación y sin leer que soy Doctor en Educación asumiría erróneamente que soy de los doctores que operan y recetan. “Síp”, respondo, “ok, le pongo a alguien que le quiere hablar”.
Al otro lado del teléfono escucho una voz aniñada que dice, “aló Dr. Tulio, necesito que me ayude, estoy retenido en el aeropuerto de Maiquetía”. ¡¿Quién habla?!, pregunto. “Soy Jesús, un viejo amigo suyo”. Ahora si es verdad, me dije, tantos abogados pelando y éste carajo viene a llamarme precisamente a mí el día de navidad. Quién sabe en qué parranda habré conocido a este sujeto. De seguro en plena rasca le dije que era mi hermano y que contara conmigo para las que fuera.
Como pude me puse los pantalones y la camisa que la noche anterior había tirado en el pote de la ropa sucia. Salí presuroso y en la carrera me puse un saco de color quien sabe y me enrumbé para el aeropuerto. Me daba cosa dejarlo tirado allí.
Pasar la noche de navidad encanado o desvalijado por unos funcionarios ávidos del aguinaldito reparador de libertades, no es cosa que le deseo a nadie. Ni siquiera a esa persona que me dice conocer.
Llegué y accedí al sitio de tránsito luego de convencer al guardia que se trataba de un camarada en problemas. Si no le digo así, ni por el carajo me deja pasar. Al presentarme me reciben unos funcionarios y me llevan a un cuartico. Supongo que es el que tienen todos los aeropuertos en el mundo, suerte de purgatorio desde donde regresan a su país de origen a los no deseados. Grande fue mi sorpresa al encontrarme con un carajito como de 6 años de edad esposado al apoyamanos de la silla donde está sentado.
Casi fuera de mí, amenacé con llamar a un fiscal de menores y hacer la denuncia por crueles maltratos a esta criaturita. Sorprendidos por mi reacción me toman del brazo y me llevan a un cuarto contiguo, supongo que era el cuarto para fumar por la hediondez a tabaco barato. “Mire Doctor, tenga cuidado y no se deje engañar, ese carajito es muy peligroso. A cometido una serie de delitos que lo catalogan casi como terrorista”. ¡Pero si es una criatura!, respondí con mucha alteración. “Cálmese doctor, ya le vamos a explicar”.
“Saque sus cuentas, siendo menor de edad llegó sin pasaporte y sin el permiso de los padres. Esto ya es suficientemente grave. ¡Pero qué locura es esa!, dije sorprendido. Obviando mis palabras, continuaron. “Se le incautaron un pocotón de juguetes sin facturas y no canceló los aranceles del Seniat. Esto puede ser tipificado como delito de contrabando”. ¡Pero pónganle una multa, decomísenle la mercancía y suéltenlo, yo me hago responsable!, insistí como último recurso.
“No, mi dóctor, no es tan fácil. El chamo dice que esos juguetes son para los niños venezolanos y usted muy bien sabe que está prohibido traer al país ayuda humanitaria. Por si fuera poco, al preguntarle si no sabía que los niños venezolanos recibirían sus juguetes en las Cajas CLAP que repartiría Nicolás, nos manifestó que el no reconocía a San Nicolás y que el Rey era él. Ahí si se embromó mi dóctor. Para colmo de males nos dijo haber nacido en Israel. Esto, como comprenderá, lo hace sospechoso de ser un espía del Mossad”.
Con un aire de autoridad recién ascendida, me remataron con esto: “mire caballo no pierda su tiempo defendiendo a ese carajito. Mínimo va a La Tumba por indocumentado, contrabandista, espía y contrarrevolucionario”. Retorné a mi casa preguntándome si los niños venezolanos encontrarán esta noche sus juguetes en el pesebre.