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Mi amigo salvador es chavista, por Wilfredo Velásquez R.



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Fin chavista
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Opinión TalCual | agosto 24, 2020

@wilvelasquez


Mi amigo Salvador no nació aquí, el nació en otra parte, vino buscando futuro para su familia, nació campesino pero sus padres no tenían tierras y por supuesto Salvador tampoco.

Llegó casado, con mujer y una hija, pero no era eso lo único que traía, Salvador tiene la fuerza de una locomotora, llegó arrastrando un tren infinito con vagones cargados de conocimientos agrícolas, algunos llenos de relatos macondianos y los restantes, que eran más que los anteriores, venían repletos de sueños.

En su tierra de origen, el Gaitanazo, curas como Eloy Torres y movimientos como la FARC, habían influido mucho en la manera de pensar de Salvador, de tanto no tener terminó creyendo que tener era malo y que el socialismo era la redención de quienes nada tienen. Salvador por bueno y por crédulo cree en el socialismo

Tener, en la sencilla manera de ver el mundo de Salvador, descompone y malea a los hombres, especialmente si tienen tierras en grandes extensiones. Él siempre había trabajado y sembrado en tierra ajena, y después que las FARC se asentaron en tierras inexpugnables para el ejército, cuyos cultivos originarios fueron sustituidos por la coca y el cannabis, trabajó en condiciones casi de esclavitud y en medio de un intenso adoctrinamiento. Si durante la colonización, los encomenderos recibían la tierra a cambio de evangelizar a nuestros indígenas, ahora, los camaradas de la FARC toman las tierras, esclavizan a la población y le ofrecen el paraíso socialista, mientras el paraíso llega deben trabajar y algunos inclusive deben matar para ellos.

Salvador, hijo, nieto y biznieto de agricultores, que ama desaforadamente la naturaleza, que conoce todos los misterios de la tierra porque no le quedó más remedio que aprender todos sus secretos para cultivar con las uñas, que es decir con escasos recursos, sabe todo lo necesario para convertir la justa relación de tierra, agua y sol en alimentos y ahora, después de ser explotado por las Farc, también sabe cuáles especies de cannabis y de coca, se pueden convertir en recursos para mantener ejércitos numerosos y bien armados.

A salvador no le inquietaba mucho quien era el patrón a la hora de establecer su diálogo con la tierra para convencerla de que arrojara el mejor fruto, no le importaba mucho quien fuera el amo de la tierra si le dejaban trabajar sin afectar su radical concepto del honor y el respeto, Salvador es respetuoso en el hablar y en el trato, por añadidura es leal y consecuente con sus amigos y sus vecinos, pero extremadamente celoso del trato que recibe. A final de cuentas fue esa la razón que le trajo a Venezuela, la otra, la democrática.

Salvador huyó de las tierras liberadas por la FARC, por las condiciones de esclavitud que paradójicamente implicaba la “liberación”.

Salvador sembró y cosechó junto a nuestros hermanos tachirenses, lo hizo bien, y cuando habla de cómo llegó a Guayana relata un sin fin de aventuras y caminos desandados, que le alegran la mirada y exaltan la palabra, habla sabroso Salvador, lo hace con el acento del Gabo, cuenta y cuenta… solo hace pausa para ofrecer un café colado en la manga hecha por su mujer, en el fuego permanente de su fogón de tierra, construido por Él con sus manos callosas y francas.

Está en Guayana Salvador, en tierras angostureñas, allí creció su familia en número y años, hasta es abuelo Salvador.

A Salvador lo conocí en el 2005, amaba a Chávez, creía en sus promesas y en su barrio, que es extrañamente una zona agrícola inmersa en el perímetro urbano de Ciudad Bolívar, repartió generosamente sus conocimientos en los tantos engañosos proyectos agrícolas, que se han inventado, Salvador ha ido envejeciendo, mientras espera que le cumplan las promesas recibidas, los créditos no llegaron, la asistencia técnica tampoco, llenó cientos de planillas solicitando vivienda y tampoco le cumplieron.

*Lea también: Guaidó contra el tiempo, por Gregorio Salazar

La casa, el honorable hogar, lo digo en los términos más estrictos del respeto, que bien merece Salvador, sigue siendo un rancho la mitad de bahareque y la otra de bloques, hechos los bloques por él, en un molde de madera, el techo de zinc y las puertas son cortinas, parte de los pisos son de tierra apisonada, la casa tiene ventanas, como todas las casas del mundo pero las de Salvador, dan al emporio de trabajo que es su patio, porque Salvador que nada tenía ahora tiene hectárea y media de iniciativa y creatividad, en su patio que aun en medio de la pobreza, resulta un buen ejemplo de sostenibilidad. Las promesas recibidas del gobierno nunca las cumplieron, pero salvador, tiene un conuco que le permite recibir con displicencia la caja CLAP, tiene un platanal bien cuidado, frutales que rinden sin avergonzarse del mal clima, Salvador controla las plagas de sus hortalizas, con tabaco, ajo y ají, tiene un criadero de peces en una laguna de pala y pico, impermeabilizada con bosta, servida con agua de una quebrada cercana, gallinas “bio”, sin mucho alarde, que no dan más huevos porque no tiene para comprarles alimentos, las yucas de salvador se ablandan de solo mirarlas, son tan suaves al gusto, que las llama de algodón.

Salvador viste pobremente y anda en chancletas, usa sombrero y saluda con afecto.

Nunca recibió los créditos, los fertilizantes ni la asistencia prometida, tampoco la casa, ni las garantías de salud y educación a que el estado está obligado.

Las promesas que le hicieron quedaron en el largo camino de engaños y destrozos que emprendió el régimen y que se niega a concluir.

Quizás Salvador no esté a la altura de nuestros petroleros despedidos con el pito de aquel mal árbitro que nos hizo perder el juego del desarrollo, o de los tantos talentos jóvenes que han abandonado el país, pero cuanto no hubiera hecho Salvador, si el gobierno le hubiera cumplido tan solo una de las tantas promesas que lo llevaron a depositar repetidamente su voto por el régimen.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

 

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