Mi mamá, por Rafael A. Sanabria M.
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Este mes de diciembre, el último del almanaque, trae tantos recuerdos a mi memoria. Como quisiera devolver el tiempo, hacerte las tarjetas de flores coloreadas con creyones de cera y volver a ver el rostro complacido de usted, que aunque por muy sencillo que fuese el detalle, siempre sonreía.
Aunque usted fue tan firme en sus decisiones, para mí siempre tuvo un lado flexible, ambos soñamos el destino en la almohada que compartimos durante años. Usted no sabe cuánto anhelo el altar de sus santos y la oración que afloraba de sus labios antes de dormir, me enseñó a rezar no sólo por los nuestro, sino por el prójimo. ¡Vaya! Qué recuerdos tan impactantes tengo de usted que, tan emprendedora, construyó un edificio en tierra fértil. ¡Mamá! Nunca te escuché quejar por las cruces que la vida te impuso, siempre estabas de pie con más fuerza que nunca.
De niño te vi levantarte a las tres de la madrugada, dejar todo listo en casa para llevarme al Hospital Ortopédico Infantil en Caracas, tal vez ocultabas tu cansancio en el abrazo que me protegía del frío, ¡cuán grande fuiste mamá!, no tengo como pagarte tanto esmero, no obstante dejabas atrás un autobús para ir a cumplir con el hogar, lavabas, planchabas, cocinabas, limpiabas, y para rematar tenías tiempo de hacerme la terapia. ¡Fuiste de hierro mamá! Cuanto me quisiste. Sí sé, que no fueron dos días viajando a Caracas, fueron trece años acompañándome en silencio y con amor. No sé cómo pudiste soportar tantos malestares e incomodidades que un viaje genera. ¡Tan sólo porque eras madre!
Como recuerdo con alegría tu rostro resplandeciente cuando aprendí a leer, y usted tan orgullosa sacaba de la alacena el envase de mantequilla para comprobar si leía. ¡Te entiendo mamá!, era un logro muy grande, era una obra tuya, yo sé que querías a todos mis hermanos, pero siempre sentí que hacia mí, había el más grande y profundo amor.
Recuerdas que aprendí a escribir con la mano izquierda, porque mi lado derecho presentaba un defecto físico (parálisis infantil) y usted como siempre perseverante luchó y luchó hasta que vio que escribía con la mano derecha. ¿Qué más le puedo pedir a Dios? Me dio por MADRE a la mejor MUJER. No olvido mamá cuando fuiste a inscribirme al preescolar y la gente te decía: ¡ese muchacho está muy grande, a lo mejor ni logra nada! Sé que en el silencio, guardabas ese trance tan amargo, nunca me lo demostraste, pero tú tan osada y con humildad me llevaste hasta ser bachiller, que grande te sentiste al ver mi título, otra etapa que venciste. Siempre tenías en tus labios que el matrimonio era una cruz, de ahí tu paciencia a la mejor apuesta como decías: el hogar.
Aun cuando papá se fue antes al cielo, siempre te mantuviste firme como un roble y mejor administradora de la casa. En casa pasamos vendavales fuertes y usted con rostro sereno, hacía una cosa, hacía otra, pero en casa nada faltaba, hasta te alcanzaba para ayudar a la familia. Como extraño el fogón, la alacena y el canasto, era tan humilde la cocina, pero cargada del mejor afecto del mundo. Ahí estaba el mejor aliño, la eterna cuerda de hallaquitas, las arepas de piquitos, el perico tan especial, las caraotas más exquisitas, el menestrón que me obligabas a comer, ¡vaya mamá! Como olvidar el hígado los miércoles al mediodía, y usted como un general de pie para que no lo botara, así también el vaso de remolacha, zanahoria y naranja, por aquello de la hemoglobina, nada se te escapaba, todo lo tenías al día.
En la navidad nunca faltó el dulce de toronja, limón y lechosa, pero tampoco el arbolito de maguey, ataviado de tu propia inspiración, algunos años fue hecho con pabilo y adornado con cajas de fósforo, el singular pesebre que ocupaba media sala ¡qué feliz fui en aquella navidad! Mi regalo de niño Jesús después de tantas cartas siempre llegó, la bicicleta, pero también la grúa de Salvador Manzano, tu compadre y muy querido por ti y papá, el constructor del mundo de regalos.
Fue usted tan observadora que cuando veía que la cosa iba por el camino contrario, imponía su criterio y con sus palabras mágicas todo lo volvía a su cauce. Usted mamá me enseñó a ser firme ante los obstáculos, me enseñó a ser independiente, me enseñó a caminar descalzo sobre las espinas del camino. Recuerdo una noche a la luz de la lámpara de tu altar, me dijiste: «después del ojo afuera no vale santa Lucía», era tan joven y no entendía el fondo de aquellas palabras tuyas, sólo ahora entiendo que enrumbabas mi sendero. Cada amanecer escuché de sus labios pedir a San Pancracio, por el pan nuestro de cada día y al hacer las arepas, pronunciabas: «todo budare tiene su arepa». Nunca las arepas eran de la cantidad justa, siempre había una de más, eso si no supe por qué, tal vez algún día me lo contarás.
Mi cumpleaños era motivo de alegría para usted, tanta que jamás sobre la mesa faltó la torta con una decoración tan singular. Pero hasta para eso usted fue sabia mamá, el último cumpleaños que me acompañó usted no se acercó a la mesa, yo no entendía la distancia pero simplemente me estabas preparando porque en cuatro días te marchabas. Con el tiempo entendí lo inteligente que eras, tal vez no querías que hubiese recuerdos presentes, pero es que toda tú eres mi recuerdo perenne.
Tu mayor sueño y preocupación era que fuese un profesional, a pesar de los avatares de tu enfermedad, siempre te hacías valiente, querías verme culminar, pero Dios tenía otros planes para ti, te marchaste muy joven como joven era yo, desde aquel momento enrumbé la vida solo, pero con pasos firmes. Había tenido la mejor escuela, ¡tú, mamá! Cada éxito, cada logro es obra tuya sin la menor duda.
El tiempo ha avanzado a pasos aligerados, me educaste bien, me enseñaste que cada proyecto se cristaliza con esfuerzo y perseverancia. Ya hace veintidós de tu distancia, y aquí voy hacia adelante, ciertamente con mucha gente buena que está a mi alrededor. En este mes de las gaitas, los villancicos y de tu cumpleaños número ochenta, pediré a Dios que te tenga en el mejor lugar, porque te mereces la porción más grande del cielo, por nunca desmayar, ni descuidar flanco alguno.
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Este año que está por finalizar, has estado más presente que nunca en mi pueblo de recuerdos, sé que en la envejecida luz de la tarde de aquel 17 de octubre de 2016 (hace ocho año), en que volví a nacer a la vida, tú eras el alma misma de la tarde, estuviste allí largo rato como milagro de Dios, para tornear
-suavísima alfarera- la sustancia que de tu carne vino para darle forma humana.
Sin duda alguna que mi madre es presencia viva, es el mejor regalo de Dios cada navidad. Yo lo sé, yo lo sé, porque mis ojos no han conocido estrellas más refulgentes, ni mañanas más claras, ni flores más hermosas, ni en fin nubes, como las que aprendí desde tu cuerpo a mirar a través de tu mirada.
Espero algún día reencontrarnos abrazarnos en el cielo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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