Miedo: el arma predilecta del nuevo autoritarismo, por Luis Ernesto Aparicio M.

El miedo, esa sensación humana que tanto daño y bienestar ha originado a lo largo de nuestra historia como seres razonables. En términos puramente biológicos, el miedo es esa emoción primaria que se generó por vez primera entre los seres vivos capaces de sentir y reaccionar al ambiente en el que se desenvuelven. También ha resultado un magnífico instrumento para nuestra evolución: permitió que huyéramos de los depredadores, lo que nos ayudó a sobrevivir y, sobre todas las cosas, a no repetir errores mortales.
Pero el miedo, para nosotros los seres humanos —el mismo que no solo nos protege, sino que también nos paraliza—, tuvo su origen en la conciencia. Cuando comenzamos a razonar, el miedo empezó a jugar ese papel que antes se ha descrito. Cuando comenzamos a pensar en lo que vendrá con el transcurrir de los años —sobre todo en la muerte, la pérdida, el rechazo, etc.— el miedo adquirió una nueva dimensión.
Visto desde el punto de vista filosófico, en el momento en que el miedo nos conduce hacia el pensamiento y la reflexión, dejó de ser una alarma instintiva y pasó a ser parte de muchas de nuestras crisis existenciales e incluso de nuestras dudas al llevar adelante un proyecto —cualquiera sea—, generando nuestras inseguridades y muchas veces obligándonos a buscar protección ante la incertidumbre.
Así como hay filósofos y estudiosos que han analizado el miedo y sus consecuencias en nuestras vidas, hay otros que han aprendido a manipularlo para vendernos incapacidad e inducirnos a la necesidad de protección. Por eso —y debido a esa tendencia que me impulsa a vincular temas con la política—, afirmo que también el miedo, tan antiguo como la vida misma, está presente en el ejercicio del poder.
En ese sentido, partimos de la tesis de que el miedo ha dejado de figurar como una emoción primaria vinculada a la defensa, para convertirse en una de las armas predilectas de la política autoritaria que hoy se expande por rincones del mundo que parecían impensables. Una política que, aprovechando la nobleza de los sistemas democráticos, penetra en la conciencia ciudadana.
Ese miedo biológico que nos ayuda va cediendo terreno al miedo que otros construyen para nosotros. Antes temíamos por todo aquello que pudiera acabar con nuestras vidas, incluidas las de nuestros seres queridos. Es decir, todo aquello que representara una amenaza concreta. Hoy, tememos a lo que nos pueden hacer creer. Narrativas como «nos invaden», «nos quitan lo nuestro», «vienen por tus hijos» corren como el agua. Su objetivo es simple: despertar miedo, ese que paraliza o que nos obliga a refugiarnos en trincheras o en cualquier contención emocional.
El miedo reemplaza la necesidad de argumentos razonados. Porque si sientes miedo, ya no piensas con claridad. Y cuando eso ocurre, emergen quienes han aprendido a fabricarlo y a presentarse como los únicos capaces de protegernos. “Se presentan como el único refugio posible: “solo yo puedo protegerlos”. Esos no son otros que los “hombres fuertes y necesarios”, que sin importar cuánta manipulación deban usar —porque carecen de escrúpulos— se presentan como salvadores.
¿Y qué hay de la democracia? Así como el miedo puede debilitarnos individualmente, también debilita a las instituciones. Sirve para justificar la suspensión de derechos y para normalizar el control que un solo individuo ejerce, sobre todo. En cuanto al poder ciudadano, este comienza a ser dirigido por discursos de miedo. Así, ya no se vota por ideas o proyectos, sino por refugios. Es ahí cuando el autoritarismo se disfraza de protección.
*Lea también: La revolución de Donald Trump, por Fernando Mires
Para finalizar, una vez más se confirma que el miedo no se vence ignorándolo, sino reconociéndolo y enfrentándolo con claridad. Allí donde los autoritarios lo usan para cerrar puertas, la democracia debe abrir ventanas. Porque si no somos nosotros quienes le damos forma al miedo, otros lo usarán para darnos forma a nosotros.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.