Miedo, por Gisela Ortega
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Siempre lo hubo; el animal humano convive con el miedo, con sus miedos, desde el alba de su caminar por la Tierra, solo que al adentrarnos en las aguas espinudas de la civilización se ha hecho más concreto, más urgente; lo invade todo de la mano del cine, la televisión, los libros…y la política. El miedo no es ya un movimiento –o una parálisis- del espíritu, se ha convertido en acompañante cotidiano.
El miedo es una alteración del ánimo caracterizada por un intenso sentimiento habitualmente desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, futuro o incluso pasado.
El miedo es un esquema adaptativo y constituye un mecanismo de supervivencia y de defensa, surgido para permitir a la persona responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En ese sentido, es normal y beneficioso para el individuo y su especie.
Si somos honestos debemos confesar que alguna vez, también hemos sentido miedo: miedo a perder el trabajo, miedo a ser atracados, miedo por los muchos peligros que nos amenazan.
Social y culturalmente, el miedo puede formar parte del carácter de las persona o de la sociedad. Se puede por tanto aprender a temer objetos o contextos, y también a no temerlos. Hay miedos de siempre y de todos: el miedo al dolor, a la muerte, a la destrucción, a sentirse viejo, a la soledad, a ser secuestrado, a la guerra, al vacío, a la nada, a los cambios, a los animales, a la enfermedad, a lo desconocido, a cometer errores, al éxito, a tomar una decisión equivocada, a no estar a la altura, al fracaso y a la pobreza.
Hay quienes tienen miedo de asumir sus responsabilidades, otros se hacen temer para hacerse respetar, hay quienes inspiran miedo para ocultar su cobardía.
Hay personas que, a punto de fijar su posición sobre alguna situación, terminan diciendo otra cosa y cambian el tema, porque el miedo les impide comprometerse.
¿Qué hacer ante ese sufrimiento doloroso que es el miedo, esa zozobra ante la posibilidad de que suceda algo contrario a lo que deseamos?
Ante los hechos y las circunstancias, lo recomendable (e incluso inevitable) es enfrentar la situación.
El miedo a las figuras de autoridad nace de la creencia de que hay personas superiores, que poseen más derechos y que saben lo que es conveniente para uno. Esta idea es supremamente peligrosa, porque nos lleva de manera automática a rendir pleitesía, y a obedecer por obedecer.
Joanna Bourke, autora de El miedo: una historia cultural, revela que el miedo, como un sentimiento colectivo e individual, varía con las épocas y los contextos históricos
La investigadora sostiene que el principal transmisor actual del miedo es el constituido por los medios de comunicación de masas, pero en todo caso se precisa de la credulidad de la sociedad para que el pánico estalle.
Bourke sostiene que el miedo es también un arma de dominación política y de control social, cuando se hace hincapié en la creación de falsos escenarios de inseguridad ciudadana.
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El miedo es una característica inherente a la sociedad humana y está en la base de su sistema educativo, como expuso de manera radical el psicólogo, Burrhus Skinner (1904-90). Es un pilar del proceso socializador.
Una de las angustias más temibles en el marco de las relaciones personales, es el llamado miedo escénico, estado inhibitorio que reduce la efectividad comunicacional e impide el desarrollo de las capacidades expresivas de los afectados.
Es habitual entre personas que tienes que actuar ante una audiencia aunque no pronuncien una palabra, músicos, bailarines, deportistas, entre otros
La novela de terror aparece en la segundad mitad del siglo XVIII. A partir del siglo XIX constituye un género narrativo ampliamente cultivado por autores como Edward Alan Poe, Howard Lovecraft e incluso Gustavo Adolfo Bécquer.
Las películas de miedo han marcado toda una categoría en el Séptimo Arte. Generando personajes específicos, basados en la literatura para retratar el terror, como “Drácula”, el monstro “Frankenstein,” “el hombre lobo”, “La momia,” y “el doctor Jekyll y míster Hyde”, entre otras, que han dejado huellas en nuestro subconsciente y que sigue atrayendo a un público cada vez más numeroso.
La cultura occidental, especialmente la medieval con sus interpretaciones del Apocalipsis, ha elevado el miedo a categoría de arte.
La pintura, especialmente la contemporánea, ha retratado las angustias del ser humano moderno. Un ejemplo, es la del pintor expresionista noruego, Edward Munch en su emblemático cuadro “el grito”. que se encuentra en Oslo, en la Galería Nacional de Noruega.
La religión cristiana hace mención del miedo en su primer libro… En concreto, el miedo se convierte en atributo humano por causa del pecado original:
“Y llamo Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás?
Y él respondió: “Oí tú voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo” (Génesis)
Las religiones monoteístas evidencian un tipo de miedo religioso: el temor a Dios. Y cada una, desde el judaísmo, hasta el islam, ha desarrollado una particular teología al respecto. Paradójicamente, las creencias nacen del miedo.
¿Es paradójico en realidad que las creencias nazcan del miedo, o podía decirse que es natural? ¿No son las creencias una manera de “salvarnos” del temor, o de encontrar una tabla a la que podemos aferrarnos en busca de protección, aunque sea una protección “virtual”…? ¿No es la fe una manera de ponernos en manos de algo “superior” a nosotros mismos, al miedo y a aquello que nos lo produce?
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