Militarismo a millón Editorial de Fernando Rodríguez
Nuestra capacidad de sorpresa debería estar agotada después de haber visto tantas cosas insólitas en estos tres últimos lustros. Pero no, ella renace con cada pirueta de la revolución bolivariana, al paso de los inacabables monstruos de su sinrazón.
Vamos a ver una campaña presidencial diferente a cualquiera que hayamos visto, la presente de Chávez. Creemos que en mucho se debe a que está enfermo hasta nuevo aviso, él mismo lo reconoce, pero su enfermedad es muy peculiar como todo lo suyo. Un día de estos, ha dicho, lo podremos ver jugando una partida de beisbol, pichando los nueve innings seguramente.
De manera que lo que podría explicar bastante, en realidad no explica casi nada, a lo mejor unas siesticas un poco más largas que las habituales. Si permanece mucho tiempo en Palacio es porque está muy ocupado con sus tareas de estadista y sobre todo porque su fortuna electoral es de tales dimensiones y fortaleza que no tiene que andar dejando el aliento y el alma, de casa en casa, de plaza en plaza, como su insignificante rival. Cuestión de estilo, de tronío, pues.
Además le basta estar en efigie en todos los postes del país, en no pocos muñecos que lo parodian y cuando le venga en gana en la pantalla chica, incluidas las asfixiantes cadenas. Para qué sudar con este sol que quema blancos y tuesta negros o mojarse con las impertinentes lluvias que trae el cambio climático.
De manera que cuando se digna asomarse al mundo es a lugares donde el poder está bien concentrado, para no perder pólvora en aves de poca monta. Y ya sabemos dónde está éste, en última instancia: en la punta del fusil, y preferentemente que sea un kalashnikov.
No es de extrañar pues que la mayoría de sus dosificadas salidas hayan sido a desfiles, graduaciones, ascensos, nombramientos y otros rituales de los portadores de esos aparatos letales.
En estas visitas, encadenadas por supuesto, se trata de los defensores de la patria, suceden cosas que ya van siendo cotidianas pero que miradas con más cuidado son realmente imprevistas, sobre todo no previstas en la Constitución y las leyes vigentes. No sólo el Magistrado repite todos los lugares comunes y muy cursis del autoelogio castrense sino que les agrega algunos electrizantes de su propia cosecha.
Lo más imprevisto es que algún generalazo se levante en el auto sacramental verde oliva y diga que la fuerza armada es socialista, revolucionaria, chavista, vivirá y vencerá, patria o muerte (antes), o cualquiera de las otras letanías.
Así se logra un doble efecto, que los muchachos se sientan glorificados y amados y no caigan en malos pensamientos, nunca se sabe. Pero sobre todo que el votante desarmado y sin charreteras sienta temores por lo que estos irreductibles patriotas pudiesen hacer si alguna «victoria de mierda» ocurriese el famoso 7.
Valga decir que ganaran los apátridas, lacayunos instrumentos endógenos del enemigo de todos, el Imperio, omnipresente, insondable y terrible. Entregaríamos la soberanía, burlaríamos la Independencia, volveríamos a matar a Bolívar, traicionaríamos la tierra que nos vio nacer. Terrible circunstancia.
Mientras llega el beisbol el Presidente juega ludo. Capriles continúa su huracanado peregrinaje. Y los que lo seguimos, los obstinados de esta pesadilla y que queremos despertarnos en una mañana clara, aprendemos a ser muy empeñosos y a estar muy mosca.
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