Militarismo y democracia, por Teodoro Petkoff
Desde estas páginas hemos saludado el diálogo entre la MUD y el Gobierno. Hemos considerado que abre la posibilidad del restablecimiento de un nuevo clima político en el país, que estaría caracterizado por un ambiente de menor conflictividad y mejor convivencia. Es una posibilidad tan sólo, y sin hacernos ilusiones, debería apostarse al desarrollo de este ambiente. Por lo pronto, no hay duda de que la tensión política ha cedido un tanto, a pesar de las declaraciones del general Rodríguez Torres y algunas otras acciones represivas. Y si las partes implicadas mantienen el esfuerzo podría avanzarse mucho más hacia una mejoría sustancial del clima general. El país lo agradecería.
Ahora bien, hay un punto capital, que es el rol de la Fuerza Armada Nacional. Esta se ha alejado mucho de su papel institucional, al soldarse literalmente con el régimen, operando como un factor político de primer orden; transformando, en la práctica, al gobierno en un gobierno de la Fuerza Armada. Esta se ha colocado al servicio de un proyecto político, lo cual es completamente ajeno a lo pautado en la Constitución, en particular en el artículo 328. Somos una república democrática, con un régimen político civil caracterizado por la pluralidad de sus componentes político-partidistas.
Hasta ahora se mantiene esa condición, pero es innegable que en el gobierno hay sectores que pugnan por reducir esa pluralidad y avanzar hacia la conformación de un régimen de partido único. Si no han ido más lejos es porque la sociedad venezolana ha opuesto una eficaz resistencia a ese propósito, manteniendo vigente la democrática condición original de la república. Pero al respecto ya son claras algunas averías, ante las cuales hay que estar muy alertas, para detener su expansión y corregirlas en lo posible.
Esas averías, justamente en buena medida, provienen de la politización anticonstitucional de la Fuerza Armada y su rol de socio del partido gobernante. Lo que se ha dado en llamar la unión cívico-militar. Esta se manifiesta en la desmesurada cantidad de posiciones que los uniformados ocupan en la estructura gubernamental, lugares para los cuales, en general, no están preparados. Algún día se podría mensurar cuánto ha pesado ese factor en el desastre económico e institucional al que hemos llegado. Pero quizás su rasgo más lamentable y escandaloso son las impúdicas manifestaciones de politización que se producen en el seno mismo de la Fuerza Armada, que van desde el marginamiento de oficiales cuya fidelidad al proceso es al menos dudosa, se habla de más de mil que han sido dados de baja o confinados en sus hogares sin funciones, hasta las obscenas muestras de adhesión al gobierno que en general hacen sus cúpulas y a las cuales se obliga al resto de sus oficiales y tropas.
Si para algo puede servir el diálogo señalado al principio es para devolverle a la Fuerza Armada su perfil más deseable, su lugar natural, su adhesión a las normas constitucionales. Y hasta es posible que el clima de pacificación aludido propicie movimientos espontáneas en su seno para moverse a ese deseable fin, a la recuperación de su dignidad y la naturaleza propia de su oficio. En otros ámbitos ha comenzado a ocurrir, muy tibiamente es cierto, pero por algo hay que comenzar a enderezar lo torcido.