Misión de la ONU y la política del “todo o nada”, por Rafael Uzcátegui
Twitter: @fanzinero
El reciente informe de la Misión de Determinación de Hechos de Naciones Unidas ha escalado los señalamientos sobre el gobierno de Nicolás Maduro, al establecer que en el país han ocurrido crímenes de lesa humanidad desde el año 2014. Este escalamiento de los mecanismos de protección internacional a los derechos de los venezolanos no sólo ha sido lento, para la magnitud de nuestro drama, también ha tenido que sortear diferentes obstáculos.
Uno de ellos, que nos sirve para reflexionar sobre las estrategias de los múltiples actores del campo democrático venezolano, ha sido el maximalismo, la noción política del “Todo o nada”.
Como se recordará, la creación de la Misión Independiente de Determinación de los Hechos se aprobó el 27 de septiembre de 2019 en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, luego de una votación de 19 votos a favor, 7 en contra y 21 abstenciones. Detrás de bastidores hubo un intenso proceso de incidencia de quienes promovían la máxima presión contra el país, mediante la conformación de una Comisión de Investigación, y el bloque liderizado por la diplomacia madurista de impedirla.
En aquel momento las ONG apoyábamos la conformación de la Comisión de Investigación, pues a pesar de su nombre anodino, significa la mayor herramienta de Naciones Unidas para establecer la verdad de los hechos y determinar responsabilidades. Durante el cabildeo de esta posibilidad no todos los países estaban de acuerdo. Había algunos, especialmente los europeos, que creían que debían agotarse otras medidas, e ir escalando progresivamente en el caso que el Estado venezolano no tomara decisiones para corregir los abusos contra la dignidad de sus habitantes.
En el proceso de negociación de una propuesta que contara con los votos suficientes para su aprobación hubo momentos de tensión, pues habían los que estaban convencidos que o era la Comisión de Investigación, el todo, o era nada.
Si la política es el arte de lo posible algunas individualidades, como la venezolana María Alejandra Aristiguieta, coincidieron en el esfuerzo de negociar un mecanismo intermedio, como lo era la Misión de Determinación de Hechos, que lograra sumar las adhesiones necesarias, pero que contara con un mandato suficientemente robusto como para que arrojara el resultado que ya todos conocemos. Hoy, un años después, todo el campo democrático venezolano aplaude el trabajo de la Misión de la ONU.
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Este episodio puede darnos elementos para la reflexión en un momento caracterizado por la dispersión y división de los diferentes actores que trabajan por el restablecimiento de la democracia en el país. La discusión sobre la velocidad de los cambios, resumido en la diatriba “reforma” contra “revolución”, estuvo presente en el debate político de todo el siglo XX. Hay quienes, independientemente de las circunstancias, se zanjaron por una u otra: mantener siempre apretado el acelerador o apostar por el etapismo gradual. En lo personal sostenemos que es una falsa diatriba.
Como plantea el español Tomás Ibáñez las luchas, y por tanto sus posibilidades, se ven suscitadas y definidas por aquello contra lo que se constituyen. Y de acuerdo a cada situación concreta, habrá momentos en que se podrá avanzar varios kilómetros mientras que en otros apenas se pueda caminar unos pocos pasos.
No es un asunto de ser “radicales” o “colaboracionistas”, como se ha infantilizado nuestra polémica, sino en ser eficaces en el logro de los objetivos propuestos.
Desde la desaparición física de Hugo Chávez la sensación sobre la inminencia del cambio nos entusiasmó en poner toda la carne sobre el asador. Pedirlo todo para ya. Y aunque aún no hayamos discutido francamente las razones de la imposibilidad en el éxito, hay que reconocer que no han sido logrados los objetivos. Todo lo contrario.
Si el maximalismo no ha funcionado, tendremos que asumir otra lógica para erosionar al autoritarismo.
¿Se imaginan ustedes que hace un año en el Consejo de Naciones Unidas de Derechos Humanos, los convencidos del “todo” hubieran pateado la mesa? ¿Qué la rigidez estratégica no hubiera permitido el inventario del horror, de más de 400 páginas, divulgado recientemente sobre el país?
Sociólogo y Coordinador General de Provea
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