Misión dengue, por Teodoro Petkoff
En la primera reunión del gabinete, a comienzos de este año, el Presidente preguntó por su ministro de Cultura, Farruco Sesto. Él mismo se respondió: «Bueno, Farruco viene saliendo de un dengue, lo agarró el dengue, ha repuntado el dengue». Los ministros celebraron obedientemente la gracejada. Pero Chávez, sin proponérselo, había puesto el dedo en una de las llagas que plagan el cuerpo del país: la reaparición de varias enfermedades endémicas que habían prácticamente desaparecido del territorio nacional antes de que él llegara a Miraflores. Efectivamente, Sesto fue uno de los más de 80 mil venezolanos afectados en 2007 por el dengue, para que fuera nuestro país el de peor desempeño en ese campo en todo el continente. Pero no sólo volvió el dengue. También lo hicieron el paludismo y la fiebre amarilla.
¿Por qué regresaron estas calamidades? Esta fue una de las preguntas que le faltaron al Presidente en su mensaje ante la Asamblea Nacional. Globalmente hablando, por la ineptitud de la política oficial ante los problemas de salud pública y no, para desgracia de Chacumbele, porque una cepa haya sido incubada en un laboratorio del imperio. En primer lugar, el daño causado por la muy frecuente rotación de titulares del Ministerio de Salud. Por ahí han pasado ya no se sabe cuántos ministros, cada uno más incompetente que el anterior, hasta llegar al actual, un oficial de la Fuerza Armada, carente de la más mínima preparación para el ejercicio de una responsabilidad tan exigente como la de ese macroministerio. Esto conspira contra toda posibilidad de darle estabilidad y continuidad a las políticas que deberían trazarse.
En segundo lugar, habría que apuntar el descuido criminal en que se ha incurrido al reducir a niveles exiguos las campañas de prevención. La educación sanitaria, la acción directa sobre los transmisores (los mosquitos), es decir fumigar, matar las larvas en sus criaderos, etc., son acciones casi desaparecidas del sanitarismo público. Aún no se entiende cómo pudo haber sido eliminada del ministerio la Dirección de Malariología.
En tercer lugar, la inexistencia de planificación estratégica, que entre otras expresiones, tiene la de que no se haya promulgado aún, después de casi diez años, una Ley de Salud, que establezca los criterios fundamentales sobre los que debe descansar la acción pública en materia de defensa contra la enfermedad.
Porque hay también un empeoramiento dramático en los índices sobre enfermedades crónicas como cáncer y cardiovasculares, así como sobre los traumatismos causados por accidentes, sobre todo viales.
Si se añade a esto la incomprensible demora en la formulación y promulgación de las leyes para la Seguridad Social (¡nueve años!) y el ya inocultable fracaso del sistema de atención primaria (Barrio Adentro), así como la calamitosa situación en que se encuentra el sistema tradicional de hospitales, ambulatorios y dispensarios, se entenderá por qué en Salud Pública el gobierno está raspado.