Misión Inflación, por Teodoro Petkoff
Pasado ya el clímax de la confrontación electoral, la cotidianidad impone sus fueros. Los recientes aumentos de una cesta de productos de primera necesidad, nos recuerdan bruscamente que, en materia inflacionaria, continúa siendo nuestro país una suerte de excepción casi mundial. Mientras en todas partes, en especial en América Latina, la inflación no pasa de un dígito (está por debajo de 10% anual), Venezuela ostenta el lamentable récord de poseer la tasa inflacionaria más alta del continente, apenas si segunda de la de Haití.
Los aumentos en los productos de consumo masivo, amén del incremento de las tarifas del transporte público, que no por coincidencia fueron demorados hasta después de los dos procesos electorales, deben reflejarse en noviembre en una aceleración inflacionaria, que colocará el indicador nuevamente por arriba del 1%, después de unos pocos meses en que se mantuvo por debajo de esta cifra. De modo que el año cerrará en los alrededores del 20% . No es poca cosa.
Por supuesto que nada de esto es gratuito sino efecto directo de una política económica que, de no mediar el artificio de los controles de precios, incluyendo el cambiario, colocaría al consumidor ante una situación bastante peor de la que hoy implacablemente le erosiona el bolsillo. Un comportamiento fiscal caracterizado por una expansión formidable del gasto público, que a pesar de los altos ingresos petroleros y de la mejoría de la recaudación impositiva no petrolera, nos dejará el 2004 un déficit fiscal de 4%, financiado con el dinero inorgánico de las ganancias cambiarias y con endeudamiento, constituye un poderoso combustible para la inflación. Los recientes ajustes en los precios de la cesta de artículos de primera necesidad, que también se distribuyen a través de la red de Mercal, son la confesión del fracaso de la política antiinflacionaria del gobierno. Y todavía nos espera el trancazo que producirá la nueva devaluación, de 10%, anunciada en el presupuesto para el año próximo, inevitable corolario del control de cambio y del tipo de cambio fijo, con su fiel escudero, la sobrevaluación del bolívar. Desde luego, homenaje de la virtud al vicio: será también la repetición de la rutinaria triquiñuela cambiaria de sacar plata para el fisco mediante la degradación de nuestro signo monetario.
Casi seis años después, el gobierno sigue sin rumbo económico, sin proyecto alguno, limitándose a administrar el desempeño vegetativo de la economía —que en 2004 sin duda se ha recuperado, después de los dos pésimos años anteriores, apoyándose en el gasto público como palanca, adobado con la charlatanería sobre “crecimiento endógeno”, aunque ni siquiera el sumo sacerdote de esa nueva fe sepa exactamente con qué se come eso.