Miss Universo 2025: Poder mediático, decadencia y ética emergente, por Nelson Oyarzábal
Los concursos de belleza, desde su creación en el siglo pasado, se han convertido en una gran plataforma, en un centro de reproducción ideológica y cultural. Actúan como modeladores de contenidos y mensajes no solo en torno a la mujer y su papel en la sociedad, sino también, en la creación de estereotipos y manipulación de arquetipos que subyacen en el imaginario femenino universal.
A su sombra se ha erigido un potente emporio económico asociado a la venta de productos de consumo femenino, sustentado en millonarias y efectivas campañas publicitarias dirigidas por una élite corporativa que se cree propietaria del mundo, asumiendo el derecho de imponer pautas y exportar patrones estéticos y de belleza por doquier.
Esta realidad fue ampliamente abordada por estudiosos de la comunicación y la cultura en el pasado, produciendo importantes análisis y reflexiones que ponen en evidencia el complejo entramado ideológico, político, económico y cultural que sostiene esta globalizada y competitiva estructura de poder.
No es casual, entonces, que en esa pasarela de la decadencia y la mediocridad en la que se ha convertido este emblemático certamen, figuras como Donald Trump desfile firme y sin ambages, como pez en el agua pues. Tampoco sorprende que influyentes figuras del chavismo y del socialismo del siglo XXI activaran sus tentáculos por estos lados para contaminar aún más el evento en cuestión.
De tal manera, lo que hemos presenciado en esta nueva versión del concurso no es ni siquiera más de lo mismo, sino lo peor en su máxima expresión: señales claras y contundentes que reflejan una profunda crisis de valores, donde el abuso de poder, la violencia, la corrupción y las más ruines triquiñuelas están a la orden del día.
En efecto, la tendenciosa actuación del presidente del Miss Universo, el mexicano Raúl Rocha, la presión constante y la posterior renuncia de algunos miembros del jurado, la irrespetuosa y agresiva actuación del tailandés Nawat Itsaragrisel en su condición de anfitrión y organizador principal y la influencia perniciosa de un sistema de apuestas en la determinación de los resultados, constituyen una muestra palpable de una decadencia en ciernes que nos recuerda cómo actúan ciertos grupos y figuras de poder en su entorno de influencia.
En medio de tan oscuro y deprimente panorama, un rayo de luz se cuela y entra en escena cuando la hoy Miss Universo Fátima Bosh, durante actividades preliminares al certamen, alzó su voz por varios segundos para denunciar públicamente el maltrato violento e irrespetuoso que recibió del principal organizador del evento.
Tal fue la resonancia mediática que el Osmel Souza tailandés tuvo que ofrecer públicamente disculpas siendo removido ipso facto del cargo. Las reacciones de la ciudadanía no se hicieron esperar. La representante de México Fátima Bosh, recibió un contundente apoyo de la opinión pública internacional perfilándose como virtual favorita para obtener la preciada corona. Lo demás es historia reciente.
No obstante, y de manera paradójica este hecho inusual protagonizado por la nueva soberana de la belleza universal, desafía y desnuda al poder desde adentro, desde sus propias entrañas, abriendo a su vez una inesperada ventanilla para colocar el tema de la mujer y su empoderamiento en un contexto vivo, real y en perspectiva de derechos humanos: sin maquillaje, sin tacones y sin pasarela por donde desfilar.
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Así pues, entre luces y sombras, aplausos y abucheos, sueños y frustraciones, el poder se viste nuevamente de rosa para presentar una comedia bufa, un show burdo de pésima factura que exhibe sin empachos sus deshilachadas costuras. Y como es costumbre y para rematar, insisten en subestimar la inteligencia y la sensibilidad de una ciudadanía que observa atenta celebrando su agonía.
Nelson Oyarzabal P., es Antropólogo (UCV). Consultor de Programas sociales y culturales. Profesor Universitario.
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