Monodiálogo de Laureano el cubano, por Wilfredo Velásquez
La tristeza de Laureano no tenía límites, sus tenis le habían llevado a lo largo del paseo marítimo, sin que él se percatara, no pensó en tomar la guagua porque desde que en Venezuela escasea el combustible en su habana natal, el trasporte, que ya era peor había pasado a paupérrimo, se sentó en el malecón observando sin mirar el continuo batir de las olas.
La tristeza se aposentó en Laureano como un martillo hidráulico que le perforaba la cabeza, puso sin ninguna delicadeza sus posaderas sobre el borde de piedras y a su lado el libro de juan pedro gutiérrez “animal tropical”, cuya lectura le condujo a una bizarra comparación con el protagonista del libro, el autor proclama: “mi nombre es pedro juan. Soy un seductor. Y hoy hace veintisiete días que no seduzco a nadie”, él, que es por naturaleza un demócrata convencido, se decía, parodiando al escritor, “yo soy un demócrata, en mi vida no he democratizado a nadie”, y como coño lo iba lograr si había nacido en cuba.
La tristeza de Laureano tenía que ver con el titingó que armaron el interino de Venezuela y la candidata, pensaba Laureano que la esperanza que pone la candidata en los gringos se parece mucho a la experiencia vivida por los cubanos de su generación. Envejecieron esperando la intervención americana.
Su lamentable experiencia comenzó cuando pertenecía a los pioneros moncadistas, recordaba con nitidez la estampa arrogante de fidel, interrumpiendo su encomiable labor de cursante del primer grado, con apenas seis años, mientras apilaba las cajas de fósforos que los pioneros tenían que armar con sus pequeñas manos, allí apareció fidel en barba y huesos, por primera vez en la vida de Laureano.
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Los pensamientos de Laureano iniciaron su monólogo mental, abrumado por la tristeza, recordaba Laureano: -ya, de chamo comprendí que fidel tenía más bolas que maceo – después de lanzarnos el humo de su habano, porque entonces fumaba, nos dijo con su voz de encantador de serpientes, que teníamos que defender la patria amenazada por el imperialismo, ¡vaya!, yo que iba a saber de imperialismo, que todos teníamos el compromiso histórico de hacerlo de acuerdo a nuestras capacidades, porque se aproximaba la invasión gringa, que ya habían sido derrotados por el pueblo en bahía de cochinos, porque es que Fidel -monologaba mentalmente Laureano- es un hombre de palabra y los gringos le dijeron que iban a venir, por eso debemos prepararnos para recibirlos.
-Laureano cuando piensa se le acentúa, su ya acentuado acento cubano y gesticula con fuerza, más en el punto en que sus recuerdos le reafirmaban el momento en que decidió coger lucha en favor de la revolución, mientras Fidel hablaba, yo me imaginaba formas heroicas de rechazar la virtual invasión-
-me veía vestido con mi traje de pionero y mi lacito rojo, porque ahora es azul, antes usábamos la corbata roja, armado con una liguita y cuatro cajas de fósforos en los bolsillos, la liga tensada entre los dedos índice y pulgar de la mano derecha, el palillo de fosforo doblado a la mitad, engarzado a la liga, sostenido con la mano izquierda, en posición de firme, con el pecho en alto, formado junto a mis compañeritos de clase, precisamente en este punto del malecón donde ahora me encuentro-. De solo imaginarme aquella fila de minúsculas camisas pardas, se me enchinaba la piel, pensaba yo, después de la arenga de fidel, que aquella aterradora formación de pioneros era suficiente para cagar a los gringos, por más marines que tuvieran, ahora entiendo por qué desistieron de su invasión, lo pienso y siento el temblor en las piernas de los invasores, de solo ver la decisión y el arrojo en los ojos de aquellos pioneros del comunismo internacional. –
-Tenía seis años cuando Fidel nos advirtió de la llegada de los gringos y ya empezaba a percatarme de lo embustero que son, no se parecen a Fidel, que cuando ofrecía algo lo cumplía, los gringos o no tienen palabra, o son muy cobardes porque no cumplieron su promesa, como tampoco sus seiscientas veintidós amenazas de muerte e igual cantidad de intentos de magnicidio, ya sabía yo que íbamos a tener a Fidel hasta que se seque el malecón.
Laureano, quizás no tenga la voracidad sexual de juan pedro en animal tropical, pero se distrajo de su monólogo mientras su mirada lasciva, recorría los pasos de una jinetera, de un moreno lavado, que recogía en el brillo de su piel y el color de sus ojos la huella genética que imprimió la invasión rusa en los cubanos. Afortunadamente esos cambios en la fisonomía, no disminuyeron en nada la cadencia en el andar de las mulatas, que siguen buscando la vida en la billetera de los turistas a cambio de sus preciosos dones, presa de los efluvios eróticos y de la mirada profesional que recibió de aquella hermosa mujer, Laureano sacudió la cabeza como quien quiere desprender de sus cabellos el agua cuando sale del mar, se irguió lleno de frenesí, sin percatarse que su agitado discurso mental no tenía público, gesticulaba emocionado. – extrañamente el negro pelo de la sugerente mujer le recordó el motivo de su disquisición que tanto le irritaba y entristecía, la altiva postura de la mulata, guardaba un ligero parecido con la natural elegancia de la candidata venezolana. -no entiendo, se dijo- como esa inteligente mujer no entiende que los gringos nunca cumplen, sesenta años tenemos esperándolos. Ya enterramos a Fidel, raúl, sigue, pero no tanto, mi generación envejeció y los gringos no vinieron y ahora la hábil dirigente venezolana se sienta a esperarlos, le arma un atajaperros al interino y embochincha la oposición en Venezuela a cambio de una ilusión-
Laureano, retomó su monólogo, que ya no era solo mental porque empezó, primero a modular muy bajo y luego a gritar con vehemencia, mientras gesticula con el frenesí que le desataron el aroma de la jinetera y los placeres que presagiaban los movimientos de sus caderas.
-No fue la única vez que el discurso encendido de fidel, me convirtieron en un come pinga con ganas de inmolarme para salvar una patria que solo disfrutaban los líderes del partido, cuando estaba terminando la formación premilitar intenté irme a pelear a angola, como si los portugueses se estuvieran metiendo conmigo o con mi familia, me salvé porque el día que me presenté el compañero que debía recibir mi solicitud, amaneció con el moño virao por las andanzas de su mujer y pagó su decepción conmigo, enfurecido rechazó mi solicitud y yo me salvé de servir a la patria en agola-
-fueron muchas las veces en que Fidel nos encendió el alma de pasión patriótica, cada vez que las cosas pasaban de mal a peor nos llama a prepararnos para rechazar la invasión imperialista, casi a diario nos llamaba a estar preparados y dispuestos a defendernos de aquel enemigo fantasmal, que nunca llegaba, si en algo tenía razón Fidel era en que los gringos siempre dejaban entrever la posible invasión. Desde 1960 crearon las milicias populares, nos instruyeron militarmente prácticamente desde el nacimiento, sustituyeron la visita del niño Jesús, por la invasión de los gringos y nunca la recibimos, claro, tampoco recibimos al niño dios, porque lo sacaron hasta de las iglesias-
Lauriano, ya repuesto de la abrumadora inflamación de la sangre que le provocó la imagen de la jinetera, miro de soslayo el libro de Pedro Juan Gutiérrez, y pensó en la insaciable virilidad del personaje de la historia, se preguntó, si había vivido suficientemente su sexualidad, como para tirarla en el olvido, y pensó ya más calmado en lo mucho que le gustaría decirle a la candidata que se baje de esa nube, que los gringos no invadieron cuba ni tampoco van a ir a rescatar a Venezuela de las garras comunistas de los castros.
Laureano, recogió su libro, se sacudió el fundillo y concluyo su monodiálogo de esta manera:
-cómo me gustaría verla a los ojos y decirle: “candidata los gringos no salvaron a cuba ni van a salvar a Venezuela, deje la arrogancia y échele bolas con los suyos”. ¡Ayude a construir la unidad!
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