Monterrey: el Sur alza la voz, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
La diplomacia norteamericana –y mucho menos la de Bush– no parece preparada todavía para lidiar con una América Latina donde los viejos paradigmas establecidos por la Guerra Fría se están volviendo añicos. Desde luego que para una potencia como los Estados Unidos, que ganó por forfait la planetaria y colosal confrontación con la Unión Soviética y casi le ha impuesto sus propias leyes al mundo, una América Latina que vira hacia la izquierda tampoco es que le quite el sueño. Pero si esa condescendencia imperial y arrogante que caracteriza al equipo Bush no es corregida, probablemente vayamos hacia una acentuación de las fricciones entre Estados Unidos y todo lo que les queda al sur del continente, que podría desestabilizar bastante la política latino-caribeña.
Por primera vez en la historia, se reúne un gobierno yanqui con sus homólogos latinoamericanos y caribeños en una situación en que las cinco primeras economías de la región han mostrado una definida orientación autonomista respecto de la política de aquél. Hace poco México y Chile votaron en el Consejo de Seguridad contra la guerra “preventiva” de Bush en Irak. Brasil cuestiona fuertemente la versión gringa del ALCA y lideriza un nuevo agrupamiento en la OMC. Argentina intenta redefinir sus relaciones con el FMI, es decir con Estados Unidos, y rompe con la vergonzosa política de Menem ( “relaciones carnales” ).
Ya no son, pues, conflictos aislados en el tiempo, con distintos gobiernos que por una razón u otra (más que todo vinculadas a la Guerra Fría), fueron adversados y hasta derrocados por “La Embajada” y frente a los cuales el resto de América Latina permanecía impotente (la Argentina de Perón, la Guatemala de Arbenz, el Santo Domingo de Bosch y Caamaño, el Chile de Allende, la Nicaragua sandinista y, desde luego, la Cuba de Fidel), sino toda una corriente de fuerza histórica que, roto el cepo del “equilibrio del terror”, ha permitido la emergencia de fuerzas nacionalistas y/o de izquierda de distinto signo, más moderadas unas, más radicales otras, pero dispuestas a lograr un reacomodo de relaciones que hasta ahora han estado regidas por la Ley del Embudo –con lo ancho, desde luego, para Estados Unidos.
Bush y su combo de neoconservadores todavía no leen adecuadamente la nueva gramática latinoamericana-caribeña y quieren aplicar a posturas que los desconciertan los viejos patrones derivados de la Guerra Fría. La señora Rice, cuyo gobierno mantiene las mejores relaciones con la dictadura militar de Pervez Musharraf, en Pakistán (para no recordar los tiempos en que no había dictadura militar en América Latina que no contara con el padrinazgo de los gobiernos yanquis), le cuestiona a Kirchner que haya restablecido relaciones con Cuba y si el alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, se entrevista con Fidel, sale la CIA a “advertírselo” a Colombia.
Las frecuentes declaraciones de distintos funcionarios del Departamento de Estado sobre Chávez y su gobierno han sido particularmente desafortunadas.
En Monterrey la sangre no llegará al río pero por primera vez una administración norteamericana se va a encontrar con una América Latina distinta a la de las dictaduras militares o los tímidos gobiernos democráticos tradicionales, con la cual, en adelante, va a tener que sentarse a negociar en términos que no podrán ser ya los del Gran Garrote