Morir de otra cosa, por Carolina Gómez-Ávila
Rechazo el drama en las noticias. Hace décadas se usaba para vender más ejemplares o para subir puntos de rating; hoy para hacer masa crítica en la opinión pública, con fines políticos.
No sé si ya se habrá medido cuál es la cantidad mínima de personas que deben reaccionar ante un hecho noticioso en las redes sociales, para que se registre una acción fuera de ellas que provoque un cambio de Gobierno.
Ya lo hemos olvidado, pero la Primavera Árabe comenzó con la difusión viral del video del asesinato a golpes, por parte de la policía, del joven egipcio Khaled Saïd el 6 de junio de 2010. Dos días después, Wael Ghonim (que tenía una agencia de mercadeo y trabajaba para Mohamed el-Baradei, opositor de Hosni Mubarak), abrió una página en Facebook llamada “Todos somos Khaled Saïd” que consiguió 300 seguidores en los primeros dos minutos y terminó por captar a cientos de miles de personas.
Pero esta iniciativa tuvo que esperar hasta enero siguiente para convertirse en una manifestación multitudinaria en la plaza Tahrir de El Cairo y hasta el 11 de febrero de 2011 para ver derrocado al dictador. En Egipto pasaron muchísimas cosas más para que Mubarak saliera del poder, pero el mismo principio mentiroso y perverso que nos hace repetir todos los años que el 23 de enero de 1958 el pueblo venezolano derrocó al tirano Marcos Pérez Jiménez, hace que el mundo crea que la Primavera Árabe derrocó a Mubarak.
En todo caso, la masa crítica de opinión pública que llevó a una multitud a la plaza Tahrir desde Facebook, no es deleznable y en Venezuela se intenta a diario. Sí, siendo perseverantes, eventualmente se puede provocar algo concreto. Pero en cualquier caso, el hecho de que se sostenga en el tiempo y crezca ya no es tan fácilmente controlable o no lo es en absoluto. Y el hecho de que desemboque en un cambio de Gobierno, seguro que depende de muchísimo más.
Por eso me opongo a los storytellers en las noticias. Si no basta reseñar la muerte y los datos necesarios sobre ella, es porque buscan producir una reacción.
Ahora cuentan en detalle la historia previa a la agonía, evocan el sufrimiento de los familiares y amigos, se hacen parte del llanto y reclaman –por las buenas o las malas– empatía, hasta herir la mente del receptor para que se indigne… o se resigne. Esta manipulación no es inconsciente, ni inocente, ni casual.
Con esto justifico por qué no me refocilo en el riesgo de los profesionales y trabajadores de la salud ante la pandemia. No me sirve su indignación ni su resignación. Sólo su atención sobre el hecho de que, el que uno de ellos se enferme, implica que un cierto número de pacientes deba redistribuirse entre el resto, lo que acelera el colapso del sistema de atención pública y el riesgo de muerte para los que resulten inevitablemente excluidos.
Así que si no basta el colapso del sistema eléctrico nacional, la escasez de agua, del gas ni de la gasolina, tenemos que sumar el número en aumento de médicos infectados porque no contaron oportunamente con los Equipos de Protección Integral, ni las pruebas rápidas resultaron confiables.
Tome en cuenta que hablamos de médicos con liviandad, en realidad dependemos de muchos y variados profesionales y trabajadores de la salud. Haga el intento de repartir los casos entre menos y encuentre la tasa por encima de la cual, no sólo se saturará el sistema hospitalario sino que se dificultará la recuperación de los pacientes que no dispongan de quienes le atiendan adecuadamente.
Sin pruebas confiables suficientes piense en cuántos habrán muerto, ¡quién sabe diagnosticados de qué!, sin saberse víctimas del coronavirus. No necesito el drama ni hacerle revivir las emociones si usted puede imaginar, pensar y prever que, tristemente, son y serán muchos.
No, la narración de la historia no es más importante que la reflexión sobre los datos o sobre la ausencia de datos, que es peor. Así que estas líneas no tendrán carga emocional pero habrán advertido lo que está por venir con la flexibilización de la cuarentena.
Están pensando en la economía a corto plazo y confiando, más de lo que es aceptable, en que la enfermedad no tendrá alta letalidad porque las cifras dicen que no se han muerto muchos de ella. Y si ahora empiezan a caer enfermos los médicos, como es posible suponer, no habrá quien diagnostique covid-19 y podrá morir más gente; eso sí, sin provocar zozobra porque se morirán… pero de otra cosa.