Muchacho de pueblo, por Marcial Fonseca
Agradecido a Jordi Domínguez por la sugerencia
Su vida hasta ese momento había sido sencilla. De un pueblo pequeño, Siquisique, a otro pueblo pequeño, Duaca. Acá estudió sus primaria y secundaria completas; era la época de dos turnos por día y clases los sábados en la mañana. El tránsito por bachillerato en el colegio Padre Díaz fue un constante manantial de cosas nuevas; de saber cuándo decir asgo o cuándo implorar con pluguiera.
Su mundo era Duaca; por supuesto, de vez en cuando visitaba a Barquisimeto, pero eso sí, acompañado de la madre. Se reía al recordar que cuando necesitaba zapatos nuevos, la progenitora iba a la ciudad, los compraba; y a veces era toda una experiencia: si por casualidad le quedaban pequeños; eso no era dificultad alguna, ahí estaban los quinchonchos o los garbanzos: estos eran envueltos en papel periódico humedecido e introducidos en el calzado.
Su primera gran emoción fue un viaje a Caracas para presentar el examen de admisión en la Central, en la facultad de Ingeniería; y lo recuerda principalmente porque fue su primera salida solo. Llegó a la capital, presentó la prueba y regresó; meses después recibió el resultado: fue aceptado y no ha olvidado todavía que ocupó el puesto 32, de un universo de 1853 candidatos. Él se consolaba diciéndose que algunos de los 31 que lo superaron fue por la ubicación alfabética en la lista.
Conseguido el cupo, vino lo más difícil. Su padre era un maestro de primaria, y por ello la manutención en Caracas se veía remota. Se dirigió a la Organización de Bienestar Estudiantil, OBE, planteándoles su inopia; la respuesta: una invitación para una reunión con una trabajadora social. Asistió y consiguió una beca de alimentación y una beca de residencia.
Empezó sus clases un 3 de octubre de 1966. Llegó diciembre con un ambiente político muy soliviantado por la situación política que generaban las guerrillas en el país. El 13 de diciembre hubo un atentado contra un alto jerarca de la Fuerzas Armadas. El espacio aéreo de la ciudad universitaria se vio congestionado por sobrevuelos de helicópteros de la policía y de la Fuerza Aérea. Pronto corrió como una pólvora el rumor de un posible allanamiento.
Él habló con sus dos compañeros de habitación; los tres tenían familiares en la capital; y aquellos decidieron pasar el día con ellos, él dio sus razones por las cuales se quedaba.
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El allanamiento ocurrió el 14 de diciembre. Toda persona en la ciudad universitaria fue detenida y fueron llevadas al infame edifico Las Brisas, en los Chaguaramos, sede de la Digepol. Él fue hacinado en el Calabozo 1 con otros cientos de estudiantes. Ahí sintió las penurias de hacer cola para usar una de las dos pocetas, bañarse en una de las dos duchas. Ni se diga de las comidas: un pan francés relleno con queso rallado, lanzado en sacos al piso de la celda.
Su padre se trasladó de Duaca a Caracas; y a las cercanías de Las Brisas; ya a cuatro días de allanamiento, y de cárcel, el progenitor estaba a la expectativa; llegó un sedán oscuro y de este se bajó un señor de unos 50 años, por el rostro se infería que era militar.
—Coño, estoy aquí por el sobrino, mi hermana me tiene loco para que haga algo, y voy a tener que sacarlo o tendré a una enemiga en la familia —dijo el recién llegado al desesperado padre.
Este aprovechó la situación y sacó una foto de su hijo.
—Este es mi muchacho, somos de Duaca, no conocemos a nadie aquí; pero yo le aseguro que es muy serio y dedicado a sus estudios. Yo sé que usted puede hacer algo, por favor señor.
Quizás por fastidio o porque lo convenció, el otro le contestó:
—Bueno, veré que puedo hacer; pero sepa que voy a preguntar si no está fichado; y de paso, yo también hablaré con él para ver qué trasluce.
—No se preocupe, cuando le hable se dará cuenta de que es un joven muy sano.
—Ya vengo —y se marchó al edificio.
El militar se dirigió a la puerta de entrada, se identificó y le permitieron ingresar. Trató el caso de su sobrino, no hubo problemas, luego preguntó sobre el otro, tampoco hubo problemas; pero pidió hablar con él antes de que lo liberaran.
—Acabo de conocer a tu padre; tengo una pregunta, ¿ustedes tienen familia aquí en Caracas?
—Sí, cómo no, una tía en Lídice y otra en Los Frailes de Catia.
—¿Ustedes no sabían el 13 de diciembre que el allanamiento era inminente?
—Claro que lo sabíamos, los helicópteros lo indicaban, mis compañeros de residencia lo conversamos, y ellos decidieron irse; pero yo me quedé, quería saber cómo era esta experiencia, usted sabe, en Duaca, mi pueblo, no estamos acostumbrados a estas cosas.
—Muchacho pa’pendejo este —pensó el militar, luego añadió—: está bien, te vienes conmigo.
El autor fue uno de los invitados al edificio Las Brisas de la Digepol ese 14 de diciembre de 1966.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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