Mucho aló, Plesidente; por Teodoro Petkoff
Los chinos llegaron ya y llegaron bailando chachachá. China no anda ahora por el mundo dividiendo partidos comunistas y creando grupos maoístas, como en la época de su gran confrontación con la extinta Unión Soviética; se mueve en plan de negocios y tratando de ocupar su lugar en el enredijo internacional, ya no como cabeza de un proyecto revolucionario sino el que corresponde a su condición de gran potencia -pragmáticamente abierta al más amplio abanico de opciones. Contra lo que Chávez piensa (o, tal vez, finge pensar, creyendo que agrada a su huésped), el presidente chino no consulta el librito rojo del pensamiento de Mao, ni se emociona particularmente cuando oye hablar del «gran timonel». Mao, para los jefes chinos de hoy, no sólo es la momia que yace en Tiananmen sino un cadáver ideológico y político. Jiang debió sonreír para sus adentros cuando supo de la profesión de fe maoísta de su anfitrión. Pero, probablemente, ya estaba advertido de las excentricidades de este.
China está embarcada en un experimento de fantástica audacia. Ha llevado adelante profundas reformas económicas de clara filiación capitalista, pero sin poner en juego la dictadura del partido comunista. No importa el color del gato con tal que cace ratones. ¿Qué importa el capitalismo si eso hace crecer la economía y con ella al país? Esta es la herencia de Deng Siao Ping, el anti-Mao. Pragmatismo. Ya China es miembro del FMI y toca la puerta de la OMC. La inversión norteamericana en China es colosal y seguramente eso pesó más en el ánimo de Bush que cualquier otra razón para presentar la disculpa que se le pedía.
Pero a China no le gusta un mundo unipolar. No son pocos los países a los que tampoco les gusta. Muchos quisieran una correlación mundial de fuerzas (que no sea la del «equilibrio del terror nuclear»), que haga al planeta más «flexible», que permita moverse en el escenario internacional más cómodamente de lo que las rígidas riendas del polo único hacen posible.
¿Hace bien Chávez al profundizar esta opción (ya planteada, con alguna cautela, por gobiernos anteriores)? La respuesta es sí, de plano, sí. No sólo porque económicamente podemos derivar beneficios sino porque, políticamente, a un país como el nuestro, que actúa en el escenario mundial debido a su presencia en la OPEP y a su propia naturaleza de gran productor de petróleo, le conviene un panorama internacional menos sometido a los designios de una única gran potencia. Un jugador en el tablero planetario, que es el caso venezolano, puede desempeñarse menos inconfortablemente en el contexto de un mundo donde existan diversas alternativas.
Se trata de un interés estratégico de la nación, no el de un gobierno en particular. Desarrollar lazos con China conviene a ese interés. Lo que exige, por cierto, plena lucidez y no creer en pajaritos preñados. Una cosa es ser amigos y otra creer que China constituya un modelo. Una autocracia que desconoce elementales derechos humanos no es un espejo en el cual debamos mirarnos, y tampoco el capitalismo salvaje debe ser un paradigma hacia el que debamos voltear. Es suficiente con ser buenos amigos