Mucho circo y poco pan, por Teodoro Petkoff
En 1991 la economía venezolana tuvo la tasa de crecimiento más alta del mundo de entonces, 10%, y los analistas de la banca mundial pronosticaban un gran año 92. Ya se sabe lo que pasó en febrero de ese año. La política y la economía andaban divorciadas. Hoy estamos en el ojo de una paradoja semejante. Económicamente hablando, el 2001 pinta mejor que el año anterior y los especialistas coinciden en que la meta de un crecimiento de la economía entre 4 y 5% es plausible. Pero el ambiente político se siente pesado, enrarecido, sofocante. El país está cruzado de rumores y el gobierno luce acosado por problemas para los cuales no suministra respuestas oportunas y convincentes. Autoengañarse no conduce a nada. Los signos de deterioro político son claramente visibles y su examen debería ser el punto de partida para una necesaria rectificación de rumbo. Porque de mantenerse el actual, los vientos que hoy soplan podrían transformarse en tempestades. Es evidente que un proceso de cambios siempre abre brechas en una sociedad, pero, ¿para qué ahondar innecesariamente esas brechas, con el único resultado de trabar los avances posibles, al generar resistencias que van más allá de las que oponen los intereses afectados? Desde el comienzo el sensible tema educacional ha sido pésimamente manejado. El ministro se refugia en el autismo y elude toda posibilidad de diálogo y concertación con sectores que en modo alguno pueden considerarse partidarios del statu quo educativo. La cuestión sindical, desde el fallido referéndum, ha sido una sucesión de disparates, que privilegiando mezquinos intereses burocráticos del sindicalerismo chavista, podría abortar la muy concreta posibilidad de una renovación sustancial del movimiento obrero, abierta a partir de los cambios habidos en la CTV y en las actitudes de otros sectores laborales.
En el ámbito meramente político, el brutal sectarismo del gobierno y su partido, amén de su ciega arrogancia, han puesto en salmuera las relaciones con el MAS. Por su lado, el presidente continúa con su conducta de carrito chocón, provocando, agrediendo y descalificando a los más variados sectores y generando preocupaciones y debates casi públicos en el seno de la Fuerza Armada, a la cual el propio Chávez ha lanzado al torbellino político.
Un país no se puede gobernar así, brincando de un frente a otro, sustituyendo la gestión material de administración por discursos que cada vez más aceleradamente están arruinando la credibilidad del presidente. Ojalá que no, pero tememos que de los fastos del doble aniversario el país salga más dividido, más desalentado y más escéptico. La sobriedad republicana ha sido suplantada por una desmesura cesarista que indica una preocupante pérdida del sentido de la realidad. Tal vez en medio de la estrambótica celebración del 2 y el 4 de febrero el presidente y sus asesores deberían tomarse un tiempo para una reflexión descarnada, que haga posible una rectificación. El tiempo vuela, presidente. Ya van dos años