Muchos, pero con poco, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Hace apenas unos meses, el mundo alcanzó la exuberante cifra de los 8 mil millones de habitantes. Como lo comentaba en un artículo dedicado, se dice muy fácil, pero son demasiados seres humanos los que ya ocupamos un mínimo lugar en este bondadoso planeta que nos ha tocado. Al momento de escribir las líneas a continuación, esa población seguía aumentando a toda marcha. Al ritmo de, más o menos, unas, más o menos, 350 mil personas cada día.
En noviembre de 2022, cuando el contador alcanzaba ese gran número, en nuestra región, América Latina y El Caribe, ya estábamos representando el 8,2% de la población mundial, algo como unos 662 millones de personas y también creciendo, claro está. De esta gran cantidad, los expertos y estimaciones de algunas organizaciones señalan que ella alcanzará un tope de 752 millones de personas para el 2056.
Pese a ese último dato, la cosa no pinta tan así, porque en otras proyecciones, como las de las Naciones Unidas, se señala que la población de la región en cuestión llegaría a ese tope en menos años, y calculan que se alcanzaría en 2038. Lo que significa que a la vuelta de 15 años ya estaremos muy por encima del número de habitantes en Europa (750 millones) a la fecha de hoy.
En otras circunstancias, esta noticia estaría llena de grandes oportunidades para todo el continente americano. Sería diferente si el crecimiento poblacional coincidiera con sistemas educativos adecuados, trabajos adecuados de acuerdo con el volumen de personas y por supuesto todo lo relacionado a los servicios básicos requeridos y que van permitiendo que la expectativa de vida sea la principal causante de este gran incremento poblacional.
No obstante, para llegar a esa cifra, desde ahora, se puede notar que hay una paradoja ante el creciente panorama de los habitantes latinoamericanos y del Caribe. Se trata de cómo pensar en una proyección de esa magnitud, mientras que la desigualdad se acentúa en cada uno de los países que conforman esa región. La tasa de desempleo y las fallas en los sistemas educativos y de salud, nos hace ver que resolver esa contrariedad de la lógica, dependerá mucho de los gobiernos de turno y por supuesto de quienes van eligiéndolos.
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Si bien es cierto que nuestra región se comporta de forma distinta a como se van desenvolviendo las sociedades europeas, en cuanto a la homogeneidad que ofrece el idioma, por ejemplo, en los últimos años, las exacerbaciones políticas han marcado una cruenta división a lo interno de los países y que está radiando hacia el exterior, con temas como las preferencias ideológicas y la emigración. Por lo que estás son las más relevantes barreras que se tendrían que vencer para que la región crezca en proporción a su población.
Pero las tareas pendientes no se quedan solo en las preferencias ideológicas y la emigración. Mencionamos que la educación, salud y otros servicios básicos, deberán jugar un papel primordial para que Latinoamérica y el Caribe enfrente con éxito los retos que significa sostener el crecimiento poblacional que se proyecta. En ese sentido, la región necesita de altas capacidades educativas y de preparación para explotar lo que podría ser una oportunidad de evolucionar como una zona atractiva.
Más allá de eso, el aumento en el número de habitantes presionará no solo a los servicios básicos, sino también a la oferta de trabajo. Es bien sabido que la informalidad laboral es la de frecuencia en toda la región, expertos hablan de un 50% a un 60%, porcentajes que alejan la posibilidad de que el sector (privado) con mejor capacidad para emplear, formalmente a una persona, se fortalezca y crezca al ritmo o más allá del que crecería la población.
Por otro lado, si en la actualidad la situación migratoria por el que atraviesa el continente americano es una de las más críticas de su historia, imaginemos que a la vuelta de los próximos años el deterioro de las condiciones de vida en algunos países no se ajuste al crecimiento poblacional. No queda duda de que lo que ahora se vive en materia de emigración, podría convertirse en una situación incontrolable para algunos países, potenciando así, la poca o mucha xenofobia existente.
La venidera explosión demográfica va a significar una muy dura presión sobre los famélicos sistemas democráticos con los subsiguientes retos de educación, salud, alimentación y otros servicios indispensables para la vida, incluyendo la demanda de viviendas.
Esto último significa el reclamo de más tierra para disponer de ellas, lo cual será otro riesgo más para los usuarios y la conservación de los pocos espacios seguros que quedan en la región y el mundo.
Como en tantas ocasiones, podemos apegarnos a lo etéreo del espacio temporal y esperar estar mucho más cerca para tomar las decisiones que se requieran. Esa ha sido la constante y lo que siempre nos ha metido en problemas a todos los Latinoamericanos: esperar, que hay tiempo. Ya sabemos que la mayoría de los países tiene problemas muchos más complejos que estar planificando, entre todos, la cantidad de personas que se está a punto de alcanzar. A no ser que estemos claros de que seremos muchos, pero con poco o nada.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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