Mujeres dulces y amargas, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
“Quien al poder se acoja de un malvado será, en vez de feliz, un desdichado”.
Félix María Samaniego
La milenaria discriminación contra la mujer y los maltratos que aún sufre en muchas sociedades, han llevado a los movimientos feministas y a no pocos hombres a afirmar que las mujeres son buenas en esencia, que la feminidad es sinónimo de sensibilidad social, que el hecho de ser madres las transforma automáticamente en ángeles y por consiguiente que toda mujer, en el ejercicio de cargos públicos, es confiable y honesta. Nada más alejado de la verdad. Y no porque quien firma esta nota no sea feminista, lo soy, pero mi concepción del feminismo se limita a exigir que las mujeres tengan las mismas oportunidades que los hombres. Las mismas oportunidades para demostrar si son inteligentes o escasas, aptas o ineptas, honestas o corruptas.
Lamento que mi mente no cuente con una nube como mi computadora, para archivar todo lo que deseo recordar ad aeternum. Por ejemplo, no me perdono haber olvidado el nombre de la estupenda actriz argentina, ya fallecida, que representaba en Caracas un excelente monólogo con el título que he utilizado para encabezar esta nota. No hay que remontarse a las crueldades de Cleopatra, de Lucrecia Borgia y otras de su estilo para convencerse de cuán perversas podemos ser las mujeres. La revolución cultural china, que causó millones de muertos, campos de concentración y una brutal destrucción, fue encabezada por Jiang Qing, la viuda de Mao Tse Dong. Elena Ceausescu, la esposa del dictador rumano, fue ejecutada por un pueblo que la odiaba tanto como a su brutal marido.
Pero no hay que viajar tan lejos, aquí tuvimos una secretaria privada y luego primera dama, que ejerció su ilimitado poder de manera arbitraria y vengativa. Y luego llegó Hugo Chávez que demostró cuánto confiaba en las capacidades femeninas. En su primer gabinete designó a nueve mujeres y una procuradora general que resulto ser Cilia Flores. De las ministras hay dos que hasta el día de hoy son comodines, saben de todo y las colocan en cualquier cargo: la almiranta Carmen Meléndez y la Ingeniera Jacqueline Faría. Una que fue de Sanidad , después de arruinar el sistema de salud, se autoexilió para vivir del producto de la ruina que causó. A la del Trabajo, María Cristina Iglesias, le tocó la tarea de despedir, sin que se le soltara una lágrima, a más de veinte mil trabajadores de Petróleos de Venezuela.
En la Judicatura las cosas no marcharon mejor: una abogada yaracuyana despedida del Instituto Agrario Nacional e investigada por la Comisión de Política Interior de Diputados por presuntos manejos dolosos, fue designada Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia entre 2007 y 2013. En 2015, un sobrino suyo con cargo de Fiscal del Ministerio Público, fue detenido con 8 kilos de cocaína y 25 mil dólares en efectivo. Nunca en otro tiempo y lugar -que sepamos- los sobrinos han resultado tan problemáticos.
Y así llegamos a un personaje imprescindible al hacer la historia del hundimiento de la democracia en Venezuela: Tibisay Lucena, sociólogo y violoncellista, pero sobre todo sumisa funcionaria rendida ante el poder desde su anterior cargo de Presidenta del Consejo Nacional Electoral hasta el actual de ministra de Educación Superior. Por cierto, su actuación en este último había sido más que gris, anónima, hasta su desdichada declaración del 15 de marzo último -en defensa de Vladimir Putin- que publicaron la revista Semana y otros medios y que resumimos así: “También vimos videos de muertos fumando y mujeres embarazadas salvándose de un supuesto bombardeo para ir a modelar para una famosa marca. Todas esas cosas las vimos para la formación de esta fake news”.
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El recordado Kofi Annan dijo: “En sociedades destrozadas por la guerra, frecuentemente son las mujeres las que mantienen a la sociedad en marcha. Usualmente son las principales defensoras de la paz”. Díganme ustedes si el señor Annan hubiese leído las declaraciones de la señora Lucena que se ciega, por su prosternación ante el poder, para no ver el aterrador video de rusos disparando cohetes termobáricos que derriten órganos humanos.
Para ignorar la total destrucción de la ciudad de Mariupol, reducida a polvo como dice El País, de Madrid. Para hacerse la vista gorda ante los millones de civiles, entre ellos miles de niños que han debido huir del horror de los ataques rusos. Para omitir que el mundo entero salvo unas cuantas y lamentables dictaduras, condena la agresión del nuevo Hitler, Vladimir Putin. Y por último, para saltarse a la torera que esa víctima de las “fake news”, el pobre Putin, nos ha amenazado a todos, incluida la señora Lucena y a los gobernantes a quienes obedece, con desaparecernos vía armas nucleares.
Feministas de Venezuela y sus alrededores, no olviden el nombre de esa funcionaria cuyo norte en la vida es la solidaridad de género.