Muuucho circo y poooco pan, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
A veces se piensa que el tema político, es decir la crisis política, ocupa la atención de los venezolanos muy por encima de cualquier otro. Sin embargo, una reciente encuesta que realizamos a través de nuestra página digital (que obviamente no posee un carácter científico y abarca apenas el relativamente reducido universo de los venezolanos que utilizan Internet), arrojó un resultado significativo: casi el 60% de quienes respondieron dieron como razón principal para revocar el mandato del Presidente la situación económica.
Si se toma en cuenta que, además, los usuarios de Internet se ubican sobre todo en los sectores medios y altos de la población, podría inferirse que un sondeo de opinión de la misma naturaleza, realizado en los sectores populares, proporcionaría datos aún más contundentes acerca de las razones económicas que tienen quienes adversan al gobierno para solicitar la revocación del Presidente. Pero también entre quienes lo respaldan (por la sencilla razón de que no sólo de pan vive el hombre), la insatisfacción que expresan está referida al manejo de la economía.
No es para menos. Este año está cerrando con cifras macroeconómicas horrorosas. Una inflación de 26 o 27%, un desempleo de 17% y una caída de la actividad económica que hasta septiembre era de 14% y que al finalizar el año estará entre 10 y 12%, constituyen las señas de identidad de una actuación económica francamente catastrófica.
El gobierno utiliza un comodín para explicar y justificar su pésimo desempeño: la conflictividad política. No hay duda de que un país que atraviesa un grave conflicto político y vive al borde de la violencia difícilmente puede tener una economía boyante. Pero, precisamente, el rol de un gobierno es el de crear y mantener condiciones políticas de gobernabilidad que den un piso seguro y cierto a la actividad económica. Este gobierno ha hecho todo lo contrario. Comportándose como un carrito chocón, generó temores y aprensiones en sectores sociales decisivos, cuyo respaldo se alienó gratuitamente, no supo (y no sabe) relacionarse con la oposición porque desde el comienzo la deslegitimó tratándola como “contrarrevolución” y, por tanto, en lugar de atenuar tensiones las ahondó. Ante el reto de avanzar por el camino de reformas de fondo, que desbarataran privilegios obscenos tanto políticos como sociales y económicos, para abrir espacio a la reivindicación de los pobres, olvidó el consejo de Bolívar — “con modo todo se puede” —, y en vez de construir las alianzas necesarias para ello, las dinamitó a punta de torpezas políticas, abrevando en conceptos ideológicos primitivos y casi ingenuos. Acertó en el diagnóstico del grave desquiciamiento social existente e identificó, con razón, la pobreza como el peor de nuestros males; sin embargo, ha metido al país en una calle ciega, sin mejorar la suerte de los pobres y empeorando la de todos los demás.
La política económica es, ante todo, política a secas. Si la política a secas es torpe y equivocada, la sociedad y la economía andarán mal. Y nadie puede descargar en otros ni la responsabilidad ni el resultado de sus propias torpezas y errores.