Nada dura para siempre, por Tulio Ramírez
De vez en cuando uso mis artículos para evocar algunas reminiscencias de mi tránsito como estudiante de Sociología en la Universidad Central de Venezuela. Esos estudios los realicé en la segunda mitad de la década de los 70. Era la época de la fractura de los grupos que protagonizaron la lucha armada, durante la década anterior.
En ese entonces hacían vida en la UCV los frentes estudiantiles de las diferentes facciones. Por una parte estaban los grupos que se habían acogido a la política de pacificación de Rafael Caldera y pujaban por lograr un espacio de participación política en la lucha democrática a través de partidos como el MAS, Causa R y el MIR. Estos eran llamados “Reformistas” por aquellos que se hacían llamar “Irreductibles”, por no aceptar las reglas de juego democráticas.
Era un ambiente muy caldeado y de mucha actividad militante. Dentro de la universidad la lucha política se diversificaba. Ya no era un asunto de confrontación entre la “derecha” y la “izquierda”, ahora se sumaban los enfrentamientos entre “la izquierda democrática o reformistas” y “la izquierda revolucionaria o irreductible”, esta última también calificada como “ultraizquierda” por los “reformistas”. Vaya trabalenguas.
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Imagínense ustedes a un muchacho recién salido de un liceo público de Petare, como era mi caso, llegando a una universidad convulsionada por el proceso de “Renovación Académica” que la puso de cabeza, y con una diversidad de partidos y partiditos de las diferentes izquierdas, disputándose la simpatía de “los nuevos” para aumentar sus filas. Éramos definitivamente, carne apetecida.
Recuerdo caminar por los pasillos de Ingeniería y encontrar a estudiantes de otras escuelas que me interrogaban ¿A cuál organización perteneces?, ¿a los CLP-CLER, Liga Socialista-MEUP, 1ero de Mayo, PRAG-Causa R, Ruptura, MAS, MIR, PCV, Vanguardia Comunista o Punto Cero? Solo atinaba a responder “soy de Petare y magallanero”.
Esta maraña de posiciones encontradas no solo se veía a nivel estudiantil. Entre los profesores también se evidenciaba estas contradicciones ideológicas. Quizás por la formación y la madurez de este sector, la sangre no llegaba al río, como sí sucedía en el movimiento estudiantil.
Famosa fue aquella batalla campal ocurrida en el año 77, protagonizada entre los “reformistas” y “los irreductibles” que terminó a pedradas y golpes en la Tierra de Nadie. El saldo fue de varias cabezas rotas y alguno que otro orgullo herido. Recibir una trompada frente a la novia de psicología y quedar nockout largo a largo, no es como para llenarse de gloria. Afortunadamente episodios de violencia como el narrado fueron muy puntuales. Lo que privaba era el debate doctrinario e ideológico en los pasillos y aulas de clases.
Ahora bien a pesar de las diferencias irreconciliables, había algo en común entre los diferentes bandos, a saber, el orgullo de ser ucevista y la defensa a ultranza de la autonomía universitaria.
Esto los unificaba y es lo que quiero rescatar en este artículo como ejemplo de las vueltas que da la vida. La universidad como espacio democrático podrá vivir momentos de tensiones; épocas de crisis y sismos epistemológicos; épocas de renovación profunda en lo académico, lo organizacional y lo administrativo; períodos de férrea crítica y autocrítica; de contradicciones internas como todo conglomerado múltiple y diverso.
Lo importante es que, aun con las divergencias y diferentes puntos de vista, mientras siga siendo autónoma, tendrá los mecanismos para dirimir las controversias dentro de un clima de respeto y de altura académica. Lo paradójico es que muchos de los que en aquélla época se batieron por la defensa de la autonomía universitaria hoy, desde el poder, son quienes la violan de manera permanente.
Por ejemplo, en aquéllos años era impensable que las fuerzas policiales y militares se pasearan como Pedro por su casa por los predios de la UCV. Los que otrora denunciaban como “allanamiento” a tales incursiones, hoy justifican y ven con buenos ojos, que se hagan redadas y matraqueos dentro del recinto.
Quienes se esgañitaban gritando “Presupuesto Justo para la UCV” en las kilométricas marchas hacia la Plaza El Venezolano, hoy justifican que se les dé un 2% del presupuesto solicitado para su funcionamiento, mientras se importan camionetas blindadas para la nomenklatura y sus socios.
Quienes vociferaban que las universidades debían ser ejemplo de democracia para la sociedad, hoy impiden las elecciones de nuevas autoridades en la ULA, UC y USB.
Marx decía que la realidad está en constante cambio y transformación. Partiendo de esta premisa (por cierto, elaborada por quien siempre ha inspirado a los enemigos de la universidad autónoma), y coincidiendo con el difunto Héctor Lavoe cuando nos recuerda que “nada dura para siempre”, no queda más que concluir que, una vez se vayan, vendrán tiempos mejores para la universidad.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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