Nada lineal, nada seguro: la política exterior del «America First», por Rafael Uzcátegui

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La «diplomacia de la fuerza» define hoy la manera en que Donald Trump ejerce la política exterior en su segundo mandato. Buques en el Caribe sugieren el peso de la amenaza militar del vecino del norte. Pero ya no basta con la sombra de cañones: se recurre también a la fuerza financiera, a los aranceles como instrumento de presión. La «guerra arancelaria», que no llegó a estallar, demuestra que nada es lineal ni seguro bajo el lema «América Primero»; es una política que oscila entre la intimidación y la negociación, entre el rugido y el cálculo. Y esto no se puede obviar en cualquier proyección de escenarios.
El 4 de marzo de 2025 me encontraba en México cuando Donald Trump, argumentando falta de colaboración del país azteca en migración y tráfico de drogas, anunció un agresivo arancel de 25% a todas las importaciones mexicanas, invocando poderes de emergencia. La noticia generó consternación y pánico. Durante semanas aquello fue el único tema de conversación en medios mexicanos. Se discutía que aquello ignoraba los tratados de libre comercio y la arquitectura de flujos de capital edificada bajo el neoliberalismo, que debía responderse recíprocamente con impuestos similares, que una guerra arancelaria iba a incrementar la inflación y eliminar miles de puestos de trabajo. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum no perdió el aplomo, anunció un martes que las medidas de respuesta serían anunciadas 5 días después en un acto público en el mero Zócalo. El frenesí en redes sociales era de tal magnitud que yo mismo estuve tentado de salir a comprar electrodomésticos que no tenía, pero tampoco necesitaba, antes que subieran de precios.
A pesar de las duras declaraciones iniciales se abrió un canal de negociación entre México y Estados Unidos. El gobierno de la 4T reforzó el control migratorio, desplegando 10.000 guardias nacionales en su frontera norte. Se extraditó a personas detenidas, señaladas como cabezas de carteles, y se prometió mayor cooperación en la lucha contra el narcotráfico. La Casa Blanca terminó aflojando, exceptuando de aranceles la mayoría de los productos mexicanos, amparados por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC).
La experiencia mexicana sugiere algo que ha ocurrido en otras latitudes bajo los meses de gobierno de Trump II: Washington lanza un «shock» inicial para forzar la mesa de negociación y luego abre espacio para concesiones mutuas. Lo que ocurrió en México puede ser un espejo —con matices— de lo que hoy ocurre en el Caribe con Venezuela.
El presidente norteamericano ha sido deliberadamente evasivo en su respuesta sobre si la presencia militar en aguas internacionales tiene como uno de sus objetivos el cambio de régimen en el país. Hasta ahora, los objetivos declarados de su política exterior para la región son el narcotráfico y la migración. Estas son sus prioridades en su marco de comprensión del conflicto. En Ucrania pasó de acercarse a Putin a mostrarse más cercano a Zelenski. Y nada asegura que no vuelva a girar de nuevo. Esta ausencia de linealidad, y los propios humores del personaje –fascinado por los «hombres fuertes», donde en algún momento calificó en privado al propio Maduro–, genera un umbral de incertidumbre donde, efectivamente, cualquier cosa pudiera pasar en las próximas horas.
Al igual que muchos venezolanos no pudiera pronosticar que los acontecimientos irán en una u otra dirección. Por otro lado, todos los acontecimientos que ocurren en Venezuela después del monumental fraude a la voluntad popular, son de por sí ya una tragedia. Mi punto en este artículo es que dentro de la expectativa que «algo pase» no debemos excluir la posibilidad de un arreglo, aunque sea circunstancial, entre los dos gobiernos. El sentido común político nos dice que antes de desplazarse al punto de negociar su propia salida del poder, Maduro tiene previamente un abanico de posibilidades que ofrecer en el campo del combate al narcotráfico y la migración.
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En este tablero incierto, el margen de maniobra venezolano no se reduce únicamente a la resistencia o a la caída. Entre ambos extremos cabe la posibilidad de pactos parciales, concesiones calibradas que permitan al régimen ganar tiempo y a Washington mostrar resultados inmediatos. La «diplomacia de la fuerza» no busca soluciones definitivas, sino ventajas tácticas. Reconocer estos matices no es relativizar ni legitimar a un gobierno autoritario y violador de derechos humanos; es hacer un ejercicio honesto de análisis, indispensable para anticipar potenciales escenarios.
Y lo más importante: tomar decisiones frente a cada uno de ellos. Entenderlo así nos ayuda a no leer cada amenaza como destino, sino como parte de un juego negociado, tan frágil como volátil, que puede tener líneas de fuga inesperadas.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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