Nada que perder, por Julio Túpac Cabello
Quizás ésta sea de esas paradojas misteriosas y fascinantes de la vida. Que el hombre encuentre libertad cuando no tenga ya nada que perder. Que las posesiones, las seguridades ni los afectos le amarren. Cuando no le queda otra opción que afanarse a sus ideas y creencias, pues ya nada puede salir peor, nada puede perderse, todo está perdido ya.
Ha pasado en las grandes historias de las naciones, en la vida de hombres trascendentes y en la cotidianidad anónima de nosotros los invisibles. Pensar puramente en qué es lo que queremos sin el natural y sensato instinto de proteger lo que tenemos ya
Abandonar los dobles raseros.
Ayer me quedé asombrado al leer la crónica del secuestro que sufrió Luisa Salomón. Quirúrgicamente escrita, con la pasión de una cronista que es a la vez periodista, víctima protagonista y ciudadana. Pero sin ruidos lingüísticos innecesarios, franca y honesta, como fue su decisión, en medio de la crisis que afrontó de no llamar a su madre para que, si moría, no fuese atemorizada y temblorosa la voz de la última vez que la escuchara.
Años más tarde, sin la mayoría de sus amigos en el país y con sobradas razones para marcharse, Luisa decidió quedarse en Venezuela, porque esa es su decisión genuina, íntima, autónoma y propia, después que quedara sin nada que perder (con la comprobación en carne propia de que su vida depende exclusivamente de la voluntad de delincuentes que viven en zonas aliviadas de vigilancia).
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Cuando José Saramago fue despedido de la redacción donde trabajaba, a sus 60 años, luego de acariciar por décadas el lejano sueño de que su gris vida de diarista pudiera ser en vez dedicada a transcribir las ficciones que venían a su cabeza, ya sin nada que perder (había perdido ya la seguridad, el salario, la profesión y toda certeza), entonces escribió su primera novela de varias que terminaron llevándolo al premio Nóbel.
Es la semilla que prendió en Alemania después de haberse autodestruido gracias a su locura, y haberse encontrado de pronto frente al espejo, sola e íngrima con lo único que le quedaba, su propia voluntad.
Algunos historiadores dirían que la viudez de Bolívar y la muerte temprana de su madre serían también parte de las circunstancias que permitieron al Libertador soñar sin límites como lo hizo
Lo sensato, lo natural, lo confiable y lo esperable es que los seres humanos resguardemos lo que producimos y conseguimos. Que construyamos hábitos y culturas. Formas de producir lo que necesitamos a las cuales volver. Conocimientos y negocios sistemáticamente producidos. Afectos que dan y reciben en forma periódicas para darnos asideros.
Pero hay un tipo de libertad que sólo se conoce cuando todas esas seguridades ya no están. No pudimos salvarlas por alguna u otra razón. Y no nos queda otra opción que ser libres, decidir un camino nuevo, proyectarnos y empezar una historia desde cero
¿Te ha pasado alguna vez? Me pregunto si no será el momento de pensar qué Venezuela quisiéramos tener, ahora que la de otrora es sobre todo una referencia.