Naufragios hunden las denuncias por trata de personas en las costas venezolanas (I)
En 50 días, más de 90 individuos desaparecieron en supuestos «naufragios» de botes que iban desde las costas de Falcón y Sucre hacia Curazao y Trinidad y Tobago, respectivamente. Apenas una decena de ellos apareció con vida y de otros cinco fueron hallados sus cuerpos. Del rastro de los demás solo queda la insistencia de familiares que siguen en la búsqueda
Parte II: Ofertas fáciles de trabajo son usadas como carnada por redes de trata de personas
Gabriela Rojas y Roison Figuera
Ni una tabla. Ni un resto de gasolina. Apenas unos vivos y otros muertos pero de los demás no se tiene ni rastro. Entre abril y junio, en las costas venezolanas se registró por lo menos un naufragio cada mes, lo que significó la desaparición de más de 90 personas -alrededor de 30 por cada embarcación-, que según la narrativa oficial naufragaron horas después de zarpar en condiciones irregulares desde dos puntos: Güiria en el estado Sucre, y el estado Falcón.
La ruta marítima que lleva a los emigrantes en pocas horas hasta las islas de Curazao, por el occidente, y hacia Trinidad y Tobago por el oriente, se ha convertido en una especie de triángulo de las Bermudas que poco tiene que ver con algo místico: todos los caminos señalan que la trata de personas es el verdadero monstruo que se está devorando a los balseros venezolanos.
Los familiares insisten en que el único naufragio es el lugar a donde van a parar sus denuncias porque, a pesar de la cantidad de personas y la frecuencia con la que han ocurrido, las autoridades se hacen los desentendidos y así se lo hacen saber a las familias que presionan para que se reactiven las búsquedas, procedimientos que en todos estos casos no solo se activaron después de tres días de retraso sino que a medida que pasaban los días cesaron por completo a pesar de que la lista de hombres, mujeres y niños identificados con nombre y apellido que aún no aparecen sigue superando las 70 personas.
“No hubo ningún naufragio. Todo estaba preparado”, dice una fuente que pide el anonimato. Asegura ser uno de los pasajeros que iba en el bote Ana María que zarpó el 16 de mayo. Pero iba gratis porque lo contactaron para captar a 15 mujeres que trabajarían como «damas de compañía» en la isla caribeña.
Su relato da cuenta de lo que supuestamente pasa mar adentro cuando se apagan los motores en medio de la oscuridad: las víctimas son pasadas a una embarcación que las lleva a Trinidad y Tobago y en ocasiones el peñero en el que zarparon es hundido para aparentar que zozobró.
El informante detalla que, a pesar de que en un principio formaba parte del negocio, cuando llegó a la isla también fue encerrado y «obligado a vigilar a quienes serían subastados”.
Dice que permaneció tres meses en un sector de la isla que no identificó pero pudo escapar junto a otras dos personas a las que les perdió la pista. Según su historia, su trabajo de captación comenzó en Venezuela con algunos contactos dentro del Saime que, ante la llamada de las personas que lo contrataron, agilizaban el pasaporte o la prórroga que necesitaran las mujeres captadas.
La fuente evita dar detalles de lugares y nombres porque asegura que la mafia es grande. Pero advierte que muchos de los venezolanos están en la isla en un hotel perteneciente a un hombre de nacionalidad haitiana. Las mujeres más jóvenes son trasladadas a Haití para ser vendidas. Otras se quedan bajo el control de la red de tráfico dentro de Trinidad.
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Detalla que el sitio donde los retienen es un sótano del hotel ubicado en la zona de San Fernando, la segunda ciudad más poblada de Trinidad y Tobago, ubicada al oeste del país en el que hay pésimas condiciones para los migrantes venezolanos y la mayoría termina preso si trata de buscar ayuda ante alguna autoridad.
Pero las versiones oficiales no recogen nada de esto. Tampoco se asume públicamente que tal escenario es punto de partida para las pesquisas. Solo hay rumores, denuncias y silencio oficial.
Lo que la corriente se llevó
Del bote Ana María “no quedó ni una chancleta flotando en el mar” que le diera a los familiares de los desaparecidos indicios de un naufragio “como lo quieren hacer creer las autoridades”, dice Isidro Villegas, quien descarta que su hijo Andri Villegas haya naufragado en el bote tipo peñero que zarpó a Trinidad y Tobago, el 16 de mayo a las 4:30 de la tarde desde Güiria, estado Sucre.
Isidro Villegas es marino mercante y con la propiedad que le da la experiencia asegura que «el mar es generoso y siempre regresa lo que se lleva». Por eso cuestiona que ni siquiera se hayan encontrado flotando en el mar algunas jarras vacías, prendas de vestir o pimpinas de gasolina.
Para Villegas, aunque el presunto naufragio del bote Ana María haya ocurrido en Boca de Dragón, punto náutico entre Trinidad y la Península de Paria reconocido por la profundidad y fuerza de la corriente, la hipótesis de que el mar se tragó la embarcación con todas las personas que iban a bordo le resulta más que alejada de la realidad.
Explica que la corriente en Boca de Dragón entra y sale del golfo de Paria cada seis horas aproximadamente, por las aguas que confluyen entre el océano Atlántico y el mar Caribe. Es decir, que si el siniestro fue en ese punto, los cuerpos han debido derivar por al menos cinco horas en el mar y aparecer posteriormente en lugares como Cabo Tres Punto, Playa Medina y Río Caribe. Pero en esas zonas no apareció ni una botella vacía.
“Los tiburones no se van a comer los chalecos salvavidas, las sandalias o los zapatos de la gente que iba en ese bote. Lo más fácil es hablar de naufragio y aquí no lo hay. Lo que sucede es un gran secuestro y trata de personas en complicidad con autoridades y mafias trinitarias y venezolanas”, destaca.
Para el padre de Andri los planes de búsquedas “chucutos” que activaron las autoridades tres días después de que se reportó la zozobra de los barcos evidencian la complicidad con estas redes de crimen organizado.
Villegas relata que Andri, de 32 años de edad, tenía un año viviendo en Trinidad y Tobago, pero regresó al país para agilizar los trámites del pasaporte de su esposa e hijo. Los altos costos le impidieron completar la diligencia y por esa razón la promesa era regresarse a la isla caribeña, reunir más dinero y volver para llevarse de Venezuela a su familia. “Se iba en ese bote porque es lo más accesible y lo más rápido”, cuenta su padre. Sostiene además que, aunque las condiciones no cumplen con los protocolos de seguridad, todas estas embarcaciones zarpan con el conocimiento y consentimiento de las autoridades marítimas.
Güiria es un pueblo pequeño en el que todo el mundo se conoce. Para Andri fue fácil enterarse de que el viaje tenía un costo de 400 dólares. Al menos 100 de los verdes eran para el guardacostas en Trinidad, “uno de brazo tatuado y barba que espera a los botes. Las embarcaciones esperaban a que ese individuo estuviese de guardia para zarpar”, señala el padre del joven desaparecido.
La noticia de que el bote Ana María iba a zarpar le llegó a última hora y luego de que lo aplazaran varias veces. Andri abordó el peñero y esa fue la última vez que Isidro vio a su hijo, confiado en que llegaría al cabo de unas ocho horas, que es el tiempo aproximado que tarda hacer ese recorrido. Villegas estaba tranquilo, consciente de las habilidades de supervivencia que por muchos años cultivó su hijo en tantos cursos de conocimiento marítimo avalados por organizaciones internacionales.
La embarcación que partió a las 4:30 de la tarde nunca llegó al terminal en Trinidad donde lo esperaban su hermano y su jefe. Ahí se encendieron las alarmas. Los intentos de pedir explicaciones a los encargados de los transportes en Güiria fueron en vano. La única respuesta que recibieron fue que el motor del peñero había fallado.
Los familiares resolvieron por su cuenta. Salieron en peñeros de amigos y conocidos a buscar algún rastro porque las autoridades marítimas a cargo del puerto argumentaban que no tenían ni personal ni embarcaciones para iniciar la búsqueda. Tampoco daban información.
Sin hipótesis, ni rastreo la búsqueda hasta el sol de hoy se quedó estancada.
Villegas afirma que, paradójicamente, las familias han conseguido más información por el lado de Trinidad que por la parte venezolana. Así se enteraron que la Pequeña Tobago, una isla cerca de Trinidad, y una zona ubicada al sur de ese país llamada Erín son algunos de los lugares donde los venezolanos están secuestrados.
Isidro y el resto de los familiares dieron esta información a las autoridades pero lo que recibieron a cambio fue amenazas. Pero aún así su única exigencia es que se investigue. “Nadie lo va a defender como yo, porque es mi hijo y es mi dolor”.
Las autoridades competentes inmediatas, según la Ley Orgánica de Espacios Acuáticos, la Ley General de Marinas y actividades conexas son el Instituto Nacional de Espacios Acuáticos (INEA) y el Comando de Guardacostas de la Armada. Pero ni las autoridades locales ni las estatales han dado respuesta. Por eso la Asamblea Nacional creó una Comisión Especial que investiga las desapariciones de las embarcaciones, integrada por los diputados Carlos Valero, Robert Alcalá y Luis Stefanelli.
Según la investigación que llevan los parlamentarios hay un entramado de corrupción que empieza con los funcionarios de la Capitanía de puertos y el Comando de guardacosta, encargados del resguardo de la zona costera venezolana y limítrofe con Trinidad y Tobago.
Solo con pagar 550 dólares las mafias obtienen un zarpe legal sin tomar en cuenta protocolos de seguridad», explica el diputado por el estado Sucre Robert Alcalá.
La hipótesis de que estas personas son víctimas de trata y esclavitud moderna crecen a medida que se tejen cronológicamente cada uno de los casos. El capitán de la primera embarcación que fue declarado como un naufragio el 23 de abril (Jhonaili José) fue detenido, 10 personas fueron rescatadas, pero el nombre de otras 28 se quedaron en la lista de desaparecidos.
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El capitán de este bote habría “desmayado el motor para llamar a quienes iban a recibir a las mujeres en Trinidad y Tobago. Por eso queda demostrado que en este caso se trató de una mafia dedicada a la trata de personas”, dijo el parlamentario en una rueda de prensa.
Alcalá también hizo referencia al bote Ana María, desaparecido el 16 de mayo, para pavimentar la tesis de que estas desapariciones no son hechos aislados.
El capitán de esta embarcación, Alberto Abreu, fue rescatado en altamar y llevado a Barbados para ofrecerle primeros auxilios. Pero las autoridades de la isla constataron que este hombre tenía antecedentes por trata de personas y estaba solicitado por la Interpol, y al momento de hacer la detención Abreu se escapó y sigue prófugo.
El silencio del mar
Otro de los indicios que revela parte de un modus operandi de mafias de trata y tráfico de personas es la cantidad de mujeres que van en las embarcaciones desaparecidas.
De los 38 pasajeros que abordaron la embarcación Jhonaili José, 29 eran mujeres, parte de un perfil que caracteriza estos casos. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada, 7 de cada 10 víctimas de trata son niñas y mujeres.
En el caso venezolano la estadística es un subregistro que hace aún más vulnerable a la población debido al contexto migratorio. Carmen Mercedes González, directora de la Oficina Nacional contra la delincuencia organizada del Ministerio de Interior y Justicia, explica que solo pueden contabilizar los datos que llegan como denuncias formales ante los cuerpos de seguridad.
Aunque no da cifras totales pone en contexto que entre 2017 y 2018, los casos de trata aumentaron 25%.
Detalla que el número de niños, niñas y adolescentes involucrados también repuntó: 12% en un año, y solo se refiere a los casos que llevan a cabo todo el proceso de denuncia. Apenas una punta de todos los casos que se hunden en la oscuridad del mar.
Este es uno de los alertas que complican el problema: desconocer la magnitud. El Grupo de Trabajo sobre la Esclavitud Moderna en Venezuela señala que es fundamental recopilar, desagregar y hacer público el número de casos que llegan a manos de las autoridades porque aunque el Ministerio de Interior y Justicia asoma que los datos que manejan no llegan a las tres cifras (menos de 100), la información proveniente de los países vecinos en los cuales se han detectado y rescatado víctimas de trata de nacionalidad venezolana rondan las 174 mil personas, hasta 2018. Esto ubica a Venezuela en el primer lugar de prevalencia de este delito en Latinoamérica, según el Índice Global de Esclavitud Moderna.
Zozobra sin respuesta
La desesperación de los familiares se intensifica. Ana Arias, la madre de Luisannys Betancourt, una de las jóvenes desaparecidas en el mar el 23 de abril a bordo del peñero Jhonaili José, cuenta cada día de los tres meses que han pasado desde que su hija salió rumbo a Trinidad y Tobago.
La madre aún guarda los últimos mensajes recibidos de la joven de 15 años de edad, en los que se evidencia que fue sacada del país contra su voluntad, víctima de mafias dedicadas a la prostitución forzada.
Luisannys Betancourt salió de su casa el 15 de abril con dos amigas que la fueron a buscar, una estudiaba con ella en el liceo y la otra era prima de su compañera.
Ana Arias relata que desconocía lo que haría su hija. Narra que días después de la última vez que la vio, la joven la llamó llorando para decirle que quería regresar a casa, pero no la dejaban. La desesperación por encontrarla aumentó cuando se colgó la llamada repentinamente.
“Mamá, ellas me dicen que para dejarme ir tengo que pagar 200 dólares”, fue el mensaje que la joven le envió a su madre luego de caerse la llamada, pero no hubo más respuesta, a pesar de que la mamá le anunció que ella conseguiría la plata para rescatarla.
Señora, su hija está de rumba. Espérese 72 horas”, fue la respuesta que recibió en el Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (Conas) cuando puso la denuncia. Han pasado más de 2.160 horas y Ana todavía espera que las autoridades asuman la búsqueda.
Desde que la embarcación zozobró, las esperanzas reposan en una fotografía que alienta la posibilidad de que la joven de 15 años esté viva. Ana cuenta que la imagen se la envió una de las fiscales que lleva el caso y en esta se ve a una joven de perfil con las características de su hija, que presuntamente está encarcelada en Trinidad y Tobago, pero no ha recibido mayor información.
Habían pasado apenas 23 días de la desaparición del bote Jhonaili José cuando de nuevo otra embarcación fue noticia. Más familiares vieron cómo se repetía la historia y se engrosaba la lista con características similares.
Esta vez fue la madre de Kelly Zambrano, una de las mujeres que desapareció en el bote Ana María el 16 de mayo. La estudiante de psicología, de 19 años, viajó desde San Cristóbal, estado Táchira, hasta Güiria para zarpar hacia Trinidad y Tobago.
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“Una muchacha que conoció en la universidad y con quien compartió residencia la animó a irse a trabajar afuera. Le pintó un mundo de colores, la endulzó. Le dijo que trabajaría en un resort, que podía tomar hasta tres jornadas laborales en un día y ganar unos 1.000 dólares a la semana. Kelly aceptó”, relata uno de los allegados a la familia Zambrano.
Los familiares afirman que el viaje fue costeado por alguien que la esperaba en Trinidad y Tobago. El último mensaje que envió la muchacha fue minutos antes de salir. El texto avisaba que ya estaba en la lancha rumbo a Trinidad y Tobago y que llegaría alrededor de las 8:00 de la noche, pero el aviso de su llegada no ocurrió.
Intentaron comunicarse con la hermana de la compañera que hizo la propuesta a Kelly, quien le dio parte del dinero en efectivo que llevaría a Sucre cuando salió del Táchira. También lograron establecer comunicación con la persona que la esperaría en Trinidad, pero el hombre dijo que nunca llegó al puerto.
Ni uno ni otro les dieron respuesta. La familia de Kelly descarta que haya fallecido. “La manera tan natural que ha asumido la tragedia, esta chica que le buscó el trabajo a Kelly deja mucho que pensar. No es que queremos que se corte las venas, pero al menos que se tome la molestia de preocuparse por lo sucedido. Lo único que dice es que ella (Kelly) está bien”, comentan.
El capitán de la embarcación en la que desapareció Kelly fue el único rescatado y ahora está prófugo de la justicia, buscado por Interpol por antecedentes de trata de personas
La madre de Luisannys dice que a pesar de toda la información sobre el caso y de que la investigación pasó a una Fiscalía con competencia nacional, para los familiares de las más de 70 personas que aún están desaparecidas ni siquiera les queda la opción de buscar respuestas. «Lo que hacemos es mirar a las paredes porque nunca saben nada».