Nayib Bukele: dilemas y contradicciones, por Félix Arellano
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Bien podríamos afirmar que Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se posiciona como un referente en la política global. Algunos lo definen como un “líder multifunción”, representativo de la telecracia moderna que, por una parte, logra articular elementos complejos: carisma, creatividad, innovación tecnológica, efectismo; pero también, populismo, autoritarismo y militarismo.
Su triunfo en las elecciones presidenciales en el 2019, en la primera vuelta con más del 53% de los votos, representó la ruptura del sistema político bipartidista que imperaba en El Salvador en las últimas décadas. Ahora, con el contundente triunfo en las elecciones legislativas y municipales, celebradas el pasado domingo 28 de febrero —cuando su partido Nuevas Ideas (NI) ha logrado la mayoría absoluta de la Asamblea (órgano legislativo) y más del 50% de los concejales a nivel nacional—, surge la duda de si el Presidente logrará avanzar en la transformación del país o engrosará la lista de gobernantes autoritarios de nuestro hemisferio.
Llegar a la presidencia no fue un accidente ni producto exclusivo de su creatividad, manejo tecnológico y discurso populista, que le ha permitido crear una estrecha conexión tanto con los jóvenes —mayoría importante en el padrón electoral— como con los sectores más vulnerables. En buen medida fue producto del agotamiento y fracaso del sistema bipartidista de los partidos Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el Frente Farabundo Martín de Liberación Nacional (FMLN), que controlaron el poder.
Son diversas los factores que conlleva el fracaso del sistema bipartidista, entre ellos destaca: el nivel de corrupción e impunidad de la clase política, su creciente divorcio con los problemas fundamentales del país, entre otros; pobreza, exclusión e inseguridad.
Los dos partidos dominaron la escena política, pero no lograron enfrentar graves problemas nacionales y el país alcanzó los más altos niveles de homicidios, entre otros, por la violencia de las pandillas Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18, grupos que crecieron producto de la pobreza, pero también de la rentabilidad de los negocios ilícitos y del crimen organizado.
Pero, la violencia también proviene del sector oficial. Son históricas las violaciones de los derechos humanos durante los gobiernos del partido Arena, y resalta el brutal asesinato de monseñor Arnulfo Romero en plena eucaristía (24/03/1980), aguerrido defensor de los más débiles, canonizado por el papa Francisco en el 2018.
En ese creciente deterioro institucional, la población fue perdiendo la confianza en las instituciones, llegando El Salvador a ocupar los más bajos niveles de apoyo popular a la democracia y la migración a los Estados Unidos se presenta como la mejor opción de vida.
Nayib Bukele aprovecha el enorme descontento popular con un creativo trabajo en las redes sociales y una narrativa populista.
Un elemento fundamental en su estrategia política es el permanente ataque a los partidos tradicionales. En ese contexto llama la atención que, en la reciente campaña electoral, como parte de la descalificación de los partidos, sus seguidores utilizaron la lapidaria expresión “dipurratas”.
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Pero, Bukele es un hábil activista político. Inicialmente militó en el FMLN y con su apoyo logró ganar las alcaldías de Nuevo Cuscatlán (2012) y San Salvador (2015). Luego, se retira del FMLN e inicia el ataque a los partidos tradicionales, pero promueve la creación de un nuevo partido, Gran Alianza Nacional (GANA) —con el que logra el triunfo presidencial (2019) para las elecciones legislativas y municipales— y ha promovido otro partido, Nuevas Ideas (NI). Con ellos está logrando un poder sin precedentes en El Salvador.
Al llegar a la presidencia, inicia el desmantelamiento del sistema bipartidista con un ataque permanente al Poder Legislativo que controlaban los partidos tradicionales, calificándolo como el mayor obstáculo para la acción gubernamental; incluso, se acompañó de las Fuerzas Armadas en una interpelación (09/02/2020) para presionar por la aprobación de recursos financieros para el proyecto de seguridad.
Las expresiones autoritarias del presidente Bukele son diversas, entre ellas destaca el rechazo a la libertad de prensa, la descalificación a la crítica y el progresivo control de las Fuerzas Armadas —que participan activamente en las políticas clientelares y poco transparentes del gobierno—, reincorporando a los militares en la vida política, experiencia muy negativa en el pasado.
La convocatoria a una rueda de prensa el día de las elecciones legislativas, en la que hizo un llamado a votar por su partido, violentando así la normativa electoral, da cuenta de su actitud despreocupada por el ordenamiento jurídico y el rechazo a los controles o límites al poder.
Ahora bien, cuando la población vota mayoritariamente a su favor en las elecciones legislativas está ejerciendo el voto castigo contra la clase política tradicional, pero también está aprobando los éxitos de Bukele en sus dos años en la presidencia, entre los que destaca: el creciente control de las pandillas y reducción de los niveles de inseguridad; un efectivo manejo de la pandemia del covid-19 y el apoyo a los sectores más vulnerables, incluyendo los subsidios directos y de alimentos que han recibido para enfrentar la crisis.
Con la mayoría absoluta que ha logrado en el Congreso, el Presidente podrá controlar todas las instituciones, toda vez que puede designar, sin negociación previa, al fiscal general, al procurador general, al procurador de los derechos humanos y a los 15 magistrados de la Corte Suprema; incluso, reformar la Constitución y gobernar sin mayores limitaciones.
El presidente Bukele ha recibido un voto de confianza y merece el legítimo beneficio de la duda. Por el bienestar del pueblo de El Salvador esperamos que logre aprovechar esta extraordinaria oportunidad para avanzar en las transformaciones profundas que requiere el país; empero, estamos conscientes de que, con los antecedentes que le caracterizan, fácilmente puede asumir el camino del autoritarismo para perpetuarse en el poder.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.