Necesidad de creer, por Carolina Gómez-Ávila
Claudio Fermín (Soluciones), Luis Romero (Avanzada Progresista), Timoteo Zambrano (Cambiemos), Felipe Mujica (MAS) y Pedro Veliz (Bandera Roja) posaron para la foto histórica del lunes pasado en la Casa Amarilla. El miércoles también se retrató, para el mismo efecto, Javier Bertucci (Esperanza por el cambio).
La noticia ha dominado la conversación virtual con no pocos obstáculos para hacerse una opinión responsable. Uno de ellos, es que la mayoría de los medios omite la participación activa de Bandera Roja en el acuerdo, pero allí estaba Pedro Veliz -reconocido como presidente de esa tolda por una sentencia de la Sala Constitucional del TSJ en 2015- y quien, al menos en la foto, está en la extrema derecha. Además, la firma de Veliz aparece al pie, junto con la del resto, como consta en el documento difundido.
Otro problema es la falta de una herramienta de consulta para efectos de contraloría social. Una que permita a la ciudadanía determinar -sin intermediarios y con transparencia- el porcentaje de representatividad de cada una de las toldas involucradas. Este no es un problema menor, la declaración de la Unión Europea al respecto, es aplastante: “para tener éxito y ser confiable, es importante que cualquier proceso negociado tenga la representatividad política necesaria, el respaldo de la Asamblea Nacional, así como el claro objetivo político de llevar al país a elecciones presidenciales creíbles”.
Inhabilitada la tarjeta que los llevó a la Asamblea Nacional, es decir la de la MUD, los diputados que fueron electos por ella pertenecen hoy en día a otros partidos y se han aliado en distintas fracciones. Además, la representación popular no sólo se mide en el Legislativo nacional, tendríamos que hacer la consulta consolidada de sus concejales, sus alcaldes, sus diputados estadales y/o sus gobernadores, de modo que podamos afirmar -como suponemos- que esta alianza representa a un porcentaje ínfimo de la población. Por algo el Departamento de Estado de Estados Unidos, los caracteriza como “un pequeño grupo marginal de políticos”.
Sin cifras disponibles pero calculables, está claro que el acuerdo firmado es ilegítimo por falta de representatividad. Para más inri, el Copei bendecido por Dos Pilitas se ha desvinculado de su forja y resultado y, sospechosamente, Henri Falcón no ha aparecido en las fotos, aunque se especule que esto se debe a que ha sido sustituido por Claudio Fermín, ahora relevante en Globovisión y El Universal, plataformas políticas que alguna vez fueron medios de comunicación
Otro desvinculado es Francisco Rodríguez, cerebro de la campaña presidencial de Falcón en 2018 y luego artífice de la propuesta “oil-for-food”, que sacó a flote el mayor escándalo de corrupción mundial de la historia por su aplicación en Irak, y que mereció la contratación de un cabildero canadiense. Propuesta que ahora aparece copiada en el acuerdo de la Casa Amarilla como se puede verificar en el documento citado al inicio.
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Pero resulta que Rodríguez ya no está de acuerdo con lo que decía en julio y propone otra solución, bastante más retorcida: un acuerdo entre presidentes (¡se refiere a Maduro y a Guaidó!).
Nos dice Rodríguez -con simplicidad suicida- que, ya que sólo Maduro puede producir petróleo y sólo Guaidó puede venderlo, ambos deben firmar un acuerdo para comerciarlo con interés humanitario en los venezolanos.
Ni una palabra dice Rodríguez sobre las implicaciones políticas e institucionales que eso tendría. No dice que tal documento significaría reconocimiento mutuo de las investiduras que se atribuyen. ¿Pensó acaso Rodríguez que la legitimidad de Guaidó se fundamenta en su desconocimiento del usurpador? ¿Pensó Rodríguez que, de firmarse un acuerdo de esa categoría, ambos estarían reconociéndose como los mandatarios fallidos de un Estado forajido? ¿Pensó Rodríguez que no hay mejor forma de decretar el acabose de la vida republicana, que el que esos hombres firmen un acuerdo que implique dos Poderes Ejecutivos? Sí, claro que lo pensó. Rodríguez es un hombre brillante. Ojalá crea que los demás también podemos pensarlo.
Creer. Ese es el núcleo del asunto. Y el problema de la población es la necesidad de creer, una necesidad desesperada de creer que podrá sobrevivir en resistencia. Esa necesidad de creer, ha permitido posicionar políticamente la emergencia humanitaria compleja como el problema a resolver, en vez de verla como una consecuencia. Mientras crean eso, no verán que no habrá alivio posible para la catástrofe humanitaria que se avecina, que no sea el fin de la dictadura. No hay otro tema del cual ocuparse, no hay un mientras tanto. No hay nada más en qué creer.