Negociación noruega, por Américo Martín
La negociación que se habría celebrado en Noruega resultó cuando menos discutible. ¿Acaso habrá sido un fantasma de la imaginación, quizá con la perversa intención de asociar con la impotencia a Juan Guaidó y a los diputados de la –fuera de serie– Asamblea Nacional? La iniciativa partió del solidario gobierno de Noruega y por supuesto merecía ser atendida como lo fue. Guaidó precisó que no se prestarían a una negociación falsa. Se supone pues que el régimen tiene que aceptar la realidad sin intentar malearla con alusiones equívocas. Y la realidad es que la negociación aceptable es la que se basa en agenda seria y completa y supervisión internacional eficaz.
Las invasiones, las insurrecciones militares, los golpes de estado en nombre de los cuales se destruyen reputaciones, se rebaja la estatura de líderes sobresalientes, se siembran dudas sobre probidad, moral o intenciones de opositores con criterio propio y distinto, confluyen en el tema de la “negociación” y las secretas conspiraciones que se esconderían tras ellas, según pregonan con guiños socarrones los que conocen cosas que ignoramos los demás. La opción parece ser guerra o guerra.
Dadas las complejidades de la tragedia venezolana, ya nada es descartable, ni siquiera los desenlaces bélicos que algunos anuncian con pífanos, como si una guerra fuera motivo de orgullo o de alegría. No obstante, las masivas violaciones a los DDHH y el lenguaje sobrancero y provocador de los altos funcionarios del poder, los atentados homicidas de colectivos y paramilitares alentados desde la cúpula revolucionaria, riegan la metástasis de nuestro maltratado país, derramándola más allá de sus fronteras. Por eso estoy consciente de que los desenlaces bélicos realmente pueden estallar.
Se condena a Chamberlain por qué no pudo calmar la ferocidad de la bestia. Se le tachó de “apaciguador” y en efecto lo fue desde que aceptó el despojo por Hitler de los sudetes checoslovacos, pero su principal crítico, Churchill, era un prodigio de inteligencia que supo distinguir entre el grave error político de Chamberlain y su empeño de evitar una guerra atroz que destruiría millones de almas. Lo trató con nobleza y respeto. ¡Claro, era Churchill!
El caso es que si esa negociación no pudo con un fanático obsesionado contra las democracias occidentales, otras lograron éxitos decisivos. Stalin, no menos diabólico que Hitler, pactó mansamente con EEUU y Gran Bretaña para sellar la derrota del eje nazi-fascista. Y en tiempos recientes se negocian sin dejarse arrastrar por el odio –así sea legítimo– o por un eticismo de ornato. No toda negociación con tiranos es negativa. Es más, puede ser efectiva por eso mismo, porque son los que deciden a su aire.
Lo que cuenta en las negociaciones es la fuerza y la necesidad manejadas por el talento. Si las partes se sientan a negociar es porque no tienen más remedio.
Y ese es el punto. No hay que recibir como una maldición estas posibilidades
Maldición sería desaprovecharlas por falta de talento, fuerza e imaginación. Es lo que debe esperarse del Presidente Guaidó y la Asamblea Nacional. Tan malo como descartar de plano es aceptar lo que se dé, tipo Chamberlain.
¿Puede haber paz democrática sin jinetes del apocalipsis? La iniciativa noruega sigue en curso. Ojalá se vislumbre un horizonte irisado que nos salve del horror e impulse un cambio democrático hacia la libertad y la prosperidad.
¡Así son las cosas! repetía mi amigo Oscar Yánez. No tan buenas ni tan malas como parecen, agrego yo. Las grandes decisiones se toman en el helado cerebro, y no en el ardiente corazón.