Negociar o no negociar, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Hace un año polemicé sobre el tema de la negociación oposición-chavismo. En particular, con el colega profesor de la UCV, John Magdaleno, por su tesis sobre las transiciones pacíficas y por mi artículo Entre no-democracia y dictadura, publicado por TalCual.
Está ocurriendo de nuevo. Ya una porción opositora cohabita desde hace mucho, sin problemas morales. Forman lo que llamo el teatro de ficción del chavismo, actuando como personajes de utilería. Irrelevantes, ni siquiera les consultan. Solo son noticias cuando critican y culpan a los ciudadanos que han dejado de creerles. Se han ido sumado otros desertores de la AN-2015, que ni vale la pena mencionar. Pronto serán un olvido.
Se resistía Juan Guaidó. Pero, ahora, ha aceptado dialogar. Entendemos que su grupo se niega a participar en las regionales convocadas para noviembre próximo, pero que han cedido a la presión internacional, especialmente de Estados Unidos, para que dialogue con el régimen.
Noruega mediante. Interlocutores que pocos han visto. Maduro anuncia que ya están en Venezuela. Y amenaza que serán conversaciones abiertas y difundidas al público. No desaprovecha para burlarse de los dirigentes opositores con quienes ha mantenido conversaciones en secreto. Lo hace de modo tan grotesco que ya anuncia no un proceso de negociación sino un nuevo espectáculo deprimente, similar al que degeneró de la «mesa de negociación de Miraflores de 2017».
Y, como en aquella oportunidad, los dirigentes opositores perderán su ya menguado capital político que les resta. Y el chavismo intentará, nuevamente, legitimarse ante el mundo, porque hacerlo en su país les tiene sin cuidado.
Contrario a las apariencias, el chavismo está muy debilitado. Pierde rápidamente el control sobre el territorio nacional, que cae en manos de feudos delictivos. Apure, la Cota 905, La Vega, son sangrientos ejemplos. La economía criminal que sustenta al chavismo ha sido afectada por las sanciones y ahora por la pandemia. Su frágil equilibro de complicidades mercenarias comienza a resquebrajarse.
La debilidad del chavismo se revela por su premura en incluir a Juan Guaidó en su teatro de ficción junto a los otrora opositores. La prisa corre por el peligro de estallar la bomba de la Corte Penal Internacional, que estrenará un nuevo fiscal, el británico Karim Khan, en sustitución de la gambiana amiga y cómplice descarada. De pronto, Khan puede convertirse en una pesadilla impredecible.
Vale la pena compartir con los lectores de TalCual parte de mi respuesta en aquel debate, que escribí en estilo de párrafos numerados, porque se aplica a la actualidad:
1.- Son dos los puntos centrales de mi desacuerdo con las tesis pronegociadoras o de «política transicional»:
- La afirmación de que sufrimos no una dictadura sino una «no-democracia» con sesgos autoritarios.
- El argumento estadístico según el cual si la mayoría de las supuestas transiciones hacia la democracia contabilizadas resultan luego de negociaciones y no de la fuerza, entonces lo «correcto» sería negociar una transición con el chavismo.
2.- En el punto de la «no-democracia», como calificación de la situación venezolana, contrargumento:
Basta la negación de uno —y solo uno— de los más elementales valores de la democracia para calificar a un sistema político de dictadura, totalitarismo o cualquier otro término, que los hay.
Al derogar solo uno de los siguientes valores esenciales de la democracia: la vida, la propiedad, la libertad y el Estado de derecho, se derogan todos. Sin el derecho a la vida, los demás desaparecen. Sin el derecho de propiedad no hay economía ni forma de sostener la vida. Sin la libertad no vale la pena ni el disfrute de la vida ni el de la propiedad. Y sin Estado de derecho es imposible disfrutar las anteriores.
La democracia es un todo de partes esenciales. La ausencia de uno de ellos la desaparece. Se convierte en otra cosa. Las solemos llamar dictaduras, tiranías y de otras maneras. Se definen básicamente por el comportamiento arbitrario del gobierno y la ausencia de normas y derechos, es decir, la barbarie.
3.- El término no-democracia no es un simple concepto comodín y elegante acuñado por algún académico. No se trata de una disertación exquisita, típica de predios universitarios sino de un concepto blanqueador, que edulcora e ignora premeditadamente la saga de crímenes, atrocidades y devastación que ha acometido el chavismo a lo largo de 21 años de ejercicio del poder.
4.- Es compromiso ético poner en evidencia y enfrentar relatos justificadores de las tragedias sociales, perpetrados por gobiernos criminales. El que ha llevado a cabo el chavismo es, quizás, una de las más brutales que hayamos sufrido los venezolanos.
5.- En cuando a la tesis de las transiciones, tengo varias refutaciones. Expongo solo dos:
- La primera, el modo tan ligero y débil de calificar «transición pacífica hacia la democracia» la caída de regímenes totalitarios genocidas, cuya sola condición anula el término «pacífico». Como también preguntarse si es realmente democracia el resultado de dicha transición. Tengo muchas dudas.
- Mi segunda refutación se basa en el principio de la singularidad histórica, pues los hechos históricos son únicos e irrepetibles. No importa cuántos casos de transición negociada exitosas hayan ocurrido, según esta tesis. El caso venezolano es tan singular como el caso cubano o el de Corea del Norte y otras tantas experiencias totalitarias que se han negado a las transiciones y que aún se sostienen de algún modo. Más de la mitad de los países en el mundo sufren regímenes totalitarios, según The Economist. En todos se practican crímenes contra la humanidad y someten a sus pueblos a la esclavitud.
*Lea también: Venezuela: crisis interminable y diálogo de sordos, por Fabricio Pereira da Silva
Intentar extrapolar experiencias particulares entre sí, basados en un axioma determinista es anticientífico. Y en el caso del chavismo, sospechoso de manipulación propagandista. Sin importar qué tan afortunada fue la experiencia de la salida de Augusto Pinochet del poder en Chile, en 1990, se debe considerar que el comportamiento del chavismo, a lo largo de 20 años, niega cualquier posibilidad de negociar con ellos una transición pacífica hacia la democracia que nunca debimos perder.
6.- El chavismo no es un grupo político, y menos democrático. Nació como una organización violenta y asociada al crimen terrorista, especialmente con las FARC. Adoptaron el cóctel ideológico del culto a Bolívar mezclado con las disparatadas ideas de la llamada nueva izquierda, desmemoriada del horror del comunismo. El chavismo se estrena en un acto de violencia cruenta, con asesinatos que aún están impunes. Manipularon la épica del golpe fallido para llegar al poder electoralmente. Procedió, luego, a cargarse la democracia. A corromper y a secuestrar a la nación.
Desde entonces, el chavismo solo entiende su derrota como militar. Lo repetían como mantra: «Es una revolución pacífica, pero armada». Jamás ha cumplido con ley alguna. Ni siquiera las suyas. Y absolutamente nada indica que cumplirían con algún acuerdo negociado. Actúan como lo que son: criminales.
7.- El chavismo solo se sentará a negociar su salida del poder cuando enfrente a una fuerza militar igual o mayor a la suya. Es decir, cuando perciba que será derrotado militarmente. Solo negociará una rendición a cambio de impunidad, cohabitación o de exilios dorados. Menos de eso, nada más.
8.- El chavismo sabe muy bien que jamás ganaría elecciones limpias. Convoca a elecciones porque las controla eficientemente mediante el fraude. Nadie se cree la votación de sus últimas convocatorias. Son votos falsos. Nunca negociaría elecciones libres porque tendría que abandonar el poder a cambio de nada, pues quedarían expuestos a la justicia y a la ira popular. Lo perderían todo. Y no están dispuestos a ello.
9.- La debilidad central de los pacifistas, cohabitacionistas, transicionalistas y colaboracionistas de la clase política venezolana, o lo que queda de ella, es que siguen subestimando la crueldad inescrupulosa de la criminalidad chavista.
Y, como en el 2016, con la infeliz frase «doblarse para no partirse», nuevamente se prestan para barnizar de dudosa legitimidad al chavismo. En un momento en el que está más débil y tambaleante que nunca. Dialogar otra vez equivale a la frase de la famosa ranchera de José Alfredo Jiménez: «Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mis errores».
Es tiempo de buscar otras opciones.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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