Nelson te manda saludos, por Omar Pineda
Twitter: @omapin
Se quedó mirándolo, sin articular palabras, como adherido a algo que se parecía al miedo, mientras los demás —los que permanecíamos a su lado en la sala, agotando hasta el resuello la carcajada que desató el chiste de Mirian— entramos en un estado de inacción, como si hubiesen detenido ese lapso entre la aparición del hombre y el cruce de las miradas y las palabras que vendrían después.
Era joven, alto, fornido, cabello negro encrespado, excesivamente abrillantado. La barba amenazaba con brotar. Sus ojos delataban que no había dormido.
El rictus congelado en la sonrisa de Cheo sugirió que podríamos ser testigos de un incidente desagradable, pero nadie hizo nada porque hasta entonces el encuentro –si eso podría llamarse así– se sostenía en un ambiente de fingida cordialidad.
*Lea también: En camino a la corte malandra, por Javier Ignacio Mayorca
–¡Hola Manuel! ¿Qué te trae por aquí?, habló finalmente Cheo, forzando de manera exagerada su sorpresa y, entonces, quienes habíamos contenido el aliento, volvimos a respirar.
–Bueno… tú sabes… con esto de la pandemia, mira lo que me pasó: salí rumbo a Italia y allá me entero de que no dejan entrar a los visitantes, salvo que tengan una excusa válida. Así que estoy por aquí de paso, deshaciendo el camino, y mañana me vuelvo a Caracas. Y tú, cuéntame ¿cómo te ha ido?
–En verdad no puedo quejarme. Después de aquel malentendido ando saltando de un país a otro, de una ciudad a otra —respondió Cheo, intentando recuperar la normalidad—. Para desviar la conversación, se giró hacia nosotros y extendiendo los brazos dijo: «Te presento a mis amigos».
Transcurrieron unos segundos de tensión durante los cuales el sujeto se mantuvo de pie, en la puerta, obsequiándonos a cada uno su saludo bajo una impostada sonrisa. Teresa le alargó una copa del vino de la segunda botella, pero él —agradecido, aunque firme— lo rechazó bajo la excusa de que venía de tomarse unas pastillas.
Hubo un largo trecho en el que no ocurrió nada, hasta que Cheo se levantó de la silla y le extendió la mano, aprovechando el saludo para abrazarlo y preguntarle en voz baja si todavía estaba «con Nelson y esa gente». El otro contestó moviendo negativamente la cabeza y le dijo algo que nadie oyó.
Se notaba que ambos se esforzaban por hallar algún modo de escapar de la incomodidad de verse de frente, y ante el cual yo –posiblemente también los demás– me sentía un espectador o, peor, un intruso.
Nadie confiaba de esa demostración de afecto mutuo entre Cheo y Manuel, pero asumimos que se trataba de un recién llegado a la fiesta, aunque nuestras miradas rebotaban en el aire.
Disipados los minutos de tensión y restablecida cierta normalidad, América nos convocó, en un acto de laxitud, alrededor de la mesa para cantar el cumpleaños a Cheo, pero Manuel se levantó de la silla donde se había refugiado y, tras mirar por la ventana, se volteó para mirarnos. Solo recuerdo que sus ojos chispeaban y que le dijo a Cheo: «Por cierto, Nelson te manda saludos».
Después del estruendo, en medio del caos que se agravó por la oscuridad inoportuna para cantar el cumpleaños, fue cuando lo vi salir tranquilo y gritar antes de cerrar la puerta: «¡Ah, y ya puedes quedarte con toda la plata que te robaste del Ministerio!».
Omar Pineda es periodista venezolano. Reside en Barcelona, España