Neuroeducación: Una propuesta pedagógica para el desarrollo humano, por Rafael Sanabria

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La educación hoy en día, enfrenta un reto considerable, solicitando innovación urgente en la formación de los docentes; esto aplica tanto en la formación inicial, como en la actualización profesional guiada por el método científico. Nos encontramos inmersos en un novedoso paradigma educativo, uno que está transformándose aceleradamente y apartándose gradualmente de esas tradiciones pedagógicas fuertemente arraigadas en la enseñanza, que a menudo ejercen influencias nocivas en el aprendizaje.
En efecto, las metodologías convencionales de enseñanza-aprendizaje, empleadas comúnmente en los distintos niveles educativos, desde la preescolar hasta la superior, están destinadas a experimentar modificaciones sustanciales, o incluso, a ser descartadas por completo dentro de las prácticas docentes.
A día de hoy, impulsados por la investigación y el diálogo interdisciplinario entre las ciencias cognitivas y las neurociencias, la educación está presenciando una auténtica metamorfosis.
Los hallazgos y datos producto de las pesquisas en la psicología cognitiva, conjuntamente con los aportes de la pedagogía como estudio de la educación, han dado origen y estructura a una flamante disciplina conocida como “neuroeducación”. Esencialmente, esta se dedica a comprender cómo el cerebro adquiere conocimientos y cómo optimizar su crecimiento en el contexto escolar a través del proceso de enseñanza.
Estas cuestiones inherentes a la neuroeducación deberían ser integradas en los planes de preparación docente, favoreciendo que tanto la instrucción como el aprendizaje se transformen en experiencias vanguardistas, creativas, analíticas y sugestivas (Gil, 21 de junio de 2015).
Para cumplir este cometido, es preciso que los profesores profundicen su entendimiento del cerebro – el órgano principal del aprendizaje –, esto implica comprender su funcionamiento y cómo asimila la información. Además, deben reflexionar sobre todos aquellos factores que condicionan el proceso educativo, aspirando a que el estudiante se convierta en un individuo independiente, autónomo y con capacidad de autorregulación.
Considerando lo expuesto por Ortiz (2015), en las últimas dos décadas, los avances en la comprensión del cerebro superan con creces lo logrado a lo largo de toda la historia de la humanidad.
El siglo XXI clama, insistentemente, por un profesional que no solo se limite a aceptar, cual esponja, los acelerados cambios sociales, pero que además, sirva como motor de transformación, un líder genuino.
Esta persona, debe ser proactiva, que no se conforme con una actitud receptiva, sino más bien, convertirse en un participante activo, es decir, esto conlleva a que los educadores elaboren clases de una calidad y excelencia, notable que empleen estrategias pedagógicas que fomenten la inteligencia, la creatividad y el pensamiento crítico y configuracional, ¿no es cierto?
Evidentemente, y con toda razón, ante esta situación, se requiere un toque, un impulso mayor de creatividad en el ámbito educativo. Los tiempos actuales, el presente del sistema educativo, fuerza a una miríada de transformaciones. Tanto estudiantes como profesores deben ser ingeniosos y creativos al abordar problemas, al tomar decisiones autónomas, derivadas de las propias exigencias de la educación moderna, ¿se entiende?
Así, según Barrera y Donolo (2009), sostienen que la creatividad puede ser favorecida, y se ve crucial que se potencie. Especialmente desde los espacios universitarios, que, día a día, deben concebirse como lugares propicios para la construcción de conocimientos novedosos y no meros repetidores de saberes (sin olvidar la importancia de ambas cuestiones).
Dada esta perspectiva, el neuroaprendizaje emerge como un instrumento esencial para el capacitador contemporáneo; un profesional quien comprende que forjar un porvenir auspicioso solo es viable si se impulsa la educación de individuos competentes para la autogestión y el autodesarrollo.
Es paradójico, que aquéllos, quienes deberíamos poseer el conocimiento más vasto sobre este órgano, somos quienes demostramos mayor ignorancia. Por consiguiente, se requieren educadores comprometidos con el fomento de la construcción del saber por parte del estudiantado y, mediante su orientación, facilitar la atribución de significado y la asimilación comprensiva de los contenidos que se están aprendiendo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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