Nicaragua y el silencio de los otros, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Nicaragua vuelve a aparecer -como se hubiera ido en algún momento- en el radar de las organizaciones internacionales que velan por los derechos humanos de tantos en el planeta, sin olvidar a los medios de comunicación, a aquellos que no han soltado el continuo seguimiento y a los que, por motivos de la dinámica de los hechos, históricos o no, afinan los filtros de su radar para enfocarse en otros que merecen la importancia del momento.
Y cuando hablamos de Nicaragua, ya no se habla de Rubén Darío, Alexis Arguello, Dennys Martínez, Luis Enrique, Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez o el temible Anastasio Somoza Debayle. No, ahora todo está asociado a otro espanto dictatorial que insiste en apuntarse en los peores números de persecución y tortura, más allá de los que «Tachito» cosechó durante su aterrador gobierno; se trata de los esposos Ortega-Murillo, quienes día a día maquinan las peores perversiones para mantener al pueblo nicaragüense en sus puños.
El 9 de febrero, una imagen estaba circulando por todos los medios de comunicación. Se trataba de una joven que aparecía en los alrededores de un aeropuerto en Washington DC portando dos banderas de bandas azules y blanca, era Ariana Gutiérrez Pinto, hija de una de las 222 personas que la dictadura de Daniel Ortega arrancaba de la tierra que los vio nacer y crecer. Todo ocurrió de forma sorpresiva y muy rápida. Incluso, la misma Ariana, narraba como había salido directo al aeropuerto de Dulles, para recibir a su mamá. Ella no sabía que eso ocurriría.
Los cantos y consignas como: «queremos libertad», se dejaban escuchar en el aeropuerto estadounidense. Los gritos, llantos y abrazos se confundían con el ajetreo propio de la terminal área. Había alegría entre los expectantes familiares y amigos de los que pronto arribarían a un país diferente al suyo. No obstante, esa alegría no puede ser confundida con su libertad.
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Lo vivido esa noche por los desterrados de Ortega y Murillo, en buena parte pudo ser conocida, horas después por la colega Luz Mely Reyes, quien pudo conversar con algunas de las personas. Su narración, a más de uno, le pudiera hacer rememorar alguna de las tantas películas que tratan de documentar la situación que vivieron muchos seres humanos durante los años de Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Despreciadas por otros seres humanos, los perseguidos eran declarados miserias e indeseables apátridas.
El nuevo estilo del totalitarismo nicaragüense impuesto por la pareja mencionada, entre otras cosas, está buscando la manera de mantener aterrorizados a todos los habitantes del país. Esta vez, se han concentrado en el despojo de la nacionalidad de las 222 personas detenidas, algunas de ellas familiares de exiliados y otras que, al revisar su historial político, nada tenía que ver con las falsas acusaciones que el régimen había construido para ellos.
En los pocos relatos se pueden escuchar los procedimientos de torturas utilizados por sus carceleros. Todos muy común con respecto a los socios muy cercanos de Ortega -verbigracia los que utilizan Nicolas Maduro en Venezuela y Miguel Díaz Canel en Cuba-. Sin embargo, en el caso de Nicaragua la pareja presidencial lanza una nueva modalidad y es el arrebatarles la nacionalidad a sus opositores. En este caso, los adjetivos pasaban a ser ley.
Ante lo que ha ocurrido, de nuevo el mundo libre, ese que no se encuentra sometido a los caprichos de algún autócrata, ha condenado lo acontecido. Unos con mayor vehemencia que otros. Sin embargo, cabe destacar que, en nuestro continente americano, especialmente en Latinoamérica, la condena se ha limitado a unas especies de tramite comunicacional. Sobre todo, los gobiernos que dicen estar ubicados en la izquierda. Veamos.
El gobierno de Gustavo Petro, en línea con sus posiciones del «es problema de ellos», solo ha manifestado «preocupación». El de México, con Andrés López Obrador, en esa misma jugada, ha dicho que «ha dado puntual seguimiento a la situación de las personas deportadas de Nicaragua». Por su parte, tenemos a Fernández (Argentina) y Lula Da Silva, con un poco más de claridad sobre los presos políticos.
Solo un gobierno de izquierda ha dejado claro que lo que ha ocurrido debe ser condenado y ha pedido, una vez más, que el resto de la comunidad Interamericana, se comporte a la altura y se le llame, a estos gobiernos, sobre todo a los de Nicaragua y Venezuela, por lo que son: «dictaduras totalitarias». Ese gobierno es el de Gabriel Boric, quien sigue marcando distancia y diferenciación entre la izquierda que él representa y la otra que ha sido mancillada y utilizada por dictadores como Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
No es tiempo de andar entre las cuerdas o ramas, como se dice comúnmente. Es el momento de exigir una condena creíble, que vaya acompañada de acciones internacionales que impidan el avance de estas dos claras dictaduras. Esta vez, le toca hablar a la verdadera izquierda latinoamericana para no compartir esa especie de salud, de silencio de los otros que de verdad no la representan.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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