Niños de la patria, por Teodoro Petkoff
Aunque suene trillado y pueda ser visto como un fácil lugar común para criticar al gobierno, es imposible en este recuento de fin de año que hemos venido haciendo sobre los fraudes –estos sí verdaderamente megas– de la presente administración, no referirse al tema lancinante de los niños abandonados, de esos que en algún momento climático de sus ofertas delirantes, Chávez llegó a bautizar como «niños de la patria». El cognomento resuena hoy sarcásticamente en el vacío de las ejecutorias del régimen. No se trata de un problema pequeño ni fácil de enfrentar.
Recordar las promesas del Presidente al respecto («me quito el nombre si en tres meses no he resuelto ese problema») no tiene el sentido de restregárselas en la cara sino de poner de manifiesto la enorme distancia que ha existido entre la que parecía una voluntad reformadora y audaz y los frustrantes hechos posteriores. Nadie esperaba que en tres meses los niños de la calle hubieran recibido la asistencia que merecen y necesitan, pero la oferta pudo ser interpretada como el reconocimiento de una prioridad social y expresión de una voluntad de abordarla seria y decisivamente.
Lamentablemente, no fue así. Después del fracasado intento (conceptualmente equivocado, por lo demás) de la Ciudad de los Muchachos, que habría de funcionar en Los Caracas, Chávez, como con tantas otras promesas, olvidó completamente el tema de los niños abandonados. Lo sacó de su horizonte mental y el asunto volvió a caer en la rutina burocrática tradicional.
Desde luego que el de los niños de la calle no es un problema que se puede aislar del contexto social. Cuando hizo su promesa, Chávez probablemente no sabía ni imaginaba que además del tratamiento específico a miles de niños sin hogar, el asunto no podía enfrentarse de modo sustentable al margen de un programa coherente y amplio de lucha contra la pobreza. Quizás después lo descubrió, pero ya su política económica y social había incrementado la pobreza general y, por tanto, agravado el problema de los niños callejeros.
El INAM, como señala nuestra información en la página 4, ha disminuido visiblemente el nivel de ejecución de los tres programas localizados más importantes: prevención; atención al niño en situación de abandono y peligro; atención al niño con necesidad de tratamiento. Unicef, el organismo de Naciones Unidas para la niñez, da cuenta de la existencia de 240 mil niños no presentados, aunque Cecodap eleva esa cifra a medio millón. Es bien probable que muchos de ellos sean ya niños de la calle y otros estén en vías de incorporarse a esa triste condición.
Esta caricatura de revolución no avanza en el frente social, a despecho de las «misiones» que ha lanzado, las cuales, aunque conceptualmente correctas, han sido implementadas con tanta improvisación y desorganización que cabe sospechar, de no ser superada esta circunstancia, que su efecto concreto terminará siendo más bien reducido desde el punto de vista de la lucha contra la pobreza. Por lo tanto, nada anuncia que el de los niños de la calle deje de ser el grave indicador de descomposición social que hoy es y que acusa dramáticamente a este régimen tan hablachento como ineficaz.
Bostezo
Chávez, que insurgió contra el tradicional acto de jurar sobre la Constitución, se ha vuelto el más ritualista de los presidentes. Mala copia de otros tiempos, como es copia, y aún peor, esa de usar a los niños para la manipulación política. Son sus pioneritos, y como aquél, su alter ego, los usa para adornar una revolución de pura tramoya. Pero, a Dios gracias, siempre hay un bostezo sonoro y nada virtual para estropear la escenografía de un régimen emboinado.