No dejemos solo a Juan Guaidó, por Gregorio Salazar

Venezuela es una balsa a la deriva, hecha de calaveras, ataúdes y cruces, sobre la cual se bambolea la figura enana y solitaria de Nicolás Maduro. A un lado ondea la siniestra insignia corsaria del chavismo, los ojos del gran bellaco sobre huesos en cruz. El minúsculo personaje, el bigote erizado como rabo de gato callejero, pisotea una silla presidencial y grita: ¡A juro!
De esa manera magistral recogió el caricaturista Edo la toma de posesión, más que eso, la prolongación del yugo de quien junto con Chávez es el principal responsable de la destrucción de una nación para llevarla a niveles de hundimiento sin precedentes en el hemisferio. Y así lo percibe Venezuela y el mundo en democracia.
Maduro y su cúpula obstinada, sólo eficiente para sembrar la anarquía, el saqueo y la miseria, se esforzaron en montar una escenografía al estilo de las sociedades civilizadas: tribunas, orquesta, himnos, invitados “especiales”, pueblo en la calle, pero hasta en las formas fracasaron rotundamente. Lo que el pueblo y la comunidad internacional presenciaron fue un aquelarre dictatorial, una obscena utilización de los dineros públicos para la puesta en escena de un sainete, hecho en medio del repudio y el desconocimiento de los gobiernos democráticos del mundo.
Si algo de esa pantomima prevalecerá en la memoria será el balbuceante extravío del ocupante de la presidencia del Tribunal Supremo de Justicia sin poder continuar la parrafada para la farsa de la juramentación, así como la presencia ominosa del jefe de la dictadura cubana y sus vasallos de Bolivia, Nicaragua y El Salvador.
Frente a ello, con la invalorable solidaridad de la comunidad internacional y especialmente la OEA y el Grupo de Lima, que han desconocido la presidencia de Maduro, ha resurgido la clara referencia de la Asamblea Nacional para impulsar un proceso de transición democrática que frene la ruta del desmantelamiento de Venezuela como República.
El joven Presidente de la AN, Juan Guaidó, ha asumido a escasos cinco días de juramentarse en su cargo la responsabilidad de encabezar la resistencia frente a quienes creen que Venezuela debe estar sometida eternamente a sus designios demenciales.
Ha hecho gala de prudencia y sensatez. Sin aspavientos ni demagogia ha dicho al país que acompañado por la Asamblea Nacional hará todos los esfuerzos para impulsar el cambio democrático.
Ha hecho un claro llamado al sentido de responsabilidad de las Fuerzas Armadas. No para levantarse en armas, pero sí para que respalden el clamor de un pueblo que teme que su futuro sea barrido definitivamente por la permanencia de Maduro en el poder, profundizando políticas y medidas que hacen retroceder a Venezuela a condiciones infrahumanas a un ritmo galopante.
Ya asumir la presidencia de la AN, cercada y bajo permanente amenazas, era un gran reto para un diputado de corta carrera parlamentaria como Guaidó. Haberlo hecho y de inmediato tener que afrontar esta dificilísima etapa que se abre con un gobierno sin legitimidad ni contrapesos representa un enorme compromiso histórico y demandará un esfuerzo titánico de unidad y de filigrana política.
No es un caudillo, ni un agitador ni un demagogo. La figura juvenil de Guaidó es recipiendaria de las esperanzas de la población en el trazado de una ruta que salve a Venezuela, en estrecho trabajo con los gobiernos de diversas latitudes. Entonces, lo que necesita es que lo acompañamos con calor de pueblo, con comprensión y solidaridad, sin presiones radicales que lo lleven a dar pasos en falso y a una nueva frustración.
Para ir en pos de ese objetivo mucho han de servirle las palabras que en el acto del pasado viernes pronunció otra figura juvenil, el siempre lúcido Miguel Pizarro, quien llamó a no confundir los deseos con la realidad, no dejar que los atajos ni los colores nos dividan y unirnos en la única ruta posible: sacar a Nicolás Maduro y su pandilla del poder.
“Es la hora de acompañar al pueblo en una transición ordenada. No dejemos que nos convenzan de que no vale la pena. Apartemos el odio que trata de impedir que no le demos la mano a quien tenemos al lado. Esta AN va a trabajar con unidad para la transición y el cambio político en Venezuela”, fueron también atinadas palabras de Pizarro.
Si algo se necesita en esta hora es la presencia de pueblo en la calle. No Guaidó, no la AN, no los partidos, lo requiere la salvación de Venezuela y es toda Venezuela la que debe responder al llamado de quien hoy por todo respecto encarna y preside un poder político legítimo. Y desde ese puesto de mando ha llamado a estar el 23 de enero en la calle. Para que Venezuela no sea una balsa a la deriva. Para que vuelva a ser el buque insignia de la democracia en el continente. No dejemos solo a Juan Guaidó.