No entiendo, por Fernando Rodríguez

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Yo no acabo de entender, ni creo que lo lograré, la lógica de la otra oposición, la de Henrique Capriles solo para ubicarnos (fíjense que por ahora no los llamo alacranes y otras denominaciones peores). Lo que no puedo asimilar es que acepten que hubo un descomunal fraude, el más descarado jamás visto al menos por estos parajes latinoamericanos, y siguen caminando como si tal cosa y ofreciéndole de vez en cuando –tampoco queremos exagerar– una sonrisa al perpetrador de semejante monstruo comicial. Eso es lo primero.
Lo que se burló, escarneció, el 28 de julio, es nada menos que la esencia de la democracia, la soberanía popular. El derecho del pueblo a elegir su destino. Ese pecado no tiene perdón y de alguna forma debe conducir al infierno, tarde o temprano. Lo demás, la elección de los jefes civiles, las intervenciones en el congreso o el consejo municipal y otras figuras de la cotidianeidad democrática están viciadas por los siglos de los siglos.
Los argumentos políticos utilizados son realmente de mala fe. Que María Corina es demasiado reaccionaria, pues de acuerdo, pero el pueblo la amó porque, de alguna forma, ella se hizo amable. Como ustedes quieran, a lo mejor diciéndole a los abuelos que ella haría volver a sus hijos y nietos, y a los hijos y nietos que volverían los abuelos. No insistió, si parloteó, de que iba a privatizar cuanta vaina se topara en el camino. Pero eso sucedió, son hechos históricos irreversibles, a los cuales no nos queda que asumir el amor fati, el reconocimiento y la veneración de lo que ha sido, de Nietzsche. Y hay que reconocer que su valor, tenacidad, e inteligencia estratégica son moneda poco común. ¿Yo ya dije que Enrique Krause la asimila a la idealidad de Simón Bolívar? Si lo dije me excuso, pero me impresionó. Que ahora peca con el demente Trump, pues sí, pero tampoco esto borra el origen primero de su poder, real o formalmente la voz única popular.
Así la premisa, todo lo que emprendan, la vida continúa ciertamente, estará manchado de azufre. De violación del pueblo y sus designios, por lo pronto de este silencio aterrador que grita por sus derechos confiscados.
Pero para terminar no se puede dejar fuera un factor necesario para completar el sacrilegio constitucional, el terror. Los miles de presos maltratados, torturados, escondidos con que se completa el latrocinio descarado de los deseos mayoritarios. Esos gritos, esa sangre, esa desesperanza, esas noches sin estrellas de esos casi todos humildes presos es un precio demasiado alto. Me pregunto yo, opositores amorosos, con qué cara le sonríen ustedes a los nuevos amigos que han perpetrado esa crueldad y ese dolor. Cómo se convierte uno en alacrán, o en el escarabajo de Kafka.
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