No es país para viejos, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
Tomo prestado el título de la muy laureada película (cuatro Oscar, dos Globos de Oro y tres Bafta) de los hermanos Joel y Ethan Coen, cuyo argumento nada tiene que ver con lo que escribiré a continuación. La única relación —además del título— es que se trata de un western y es esa, en cierto modo, la vida que hemos tenido los venezolanos en los últimos 23 años con la particularidad de que en los western clásicos siempre ganan los «muchachos» y en el venezolano ganaron los bandidos.
Comenzaré con una pregunta a la que trataré de encontrar respuestas: ¿quién es viejo? Depende del país y del sexo. La primera vez que un conductor, molesto por alguna maniobra que hice con mi vehículo, me gritó ¡Vieja! yo tendría unos 35 años de edad. Luego, en la actividad política, aspiré a la dirección nacional de mi partido Acción Democrática cuando tenía 45 años. Humberto Celli, de AD y Eduardo Fernández, de Copei eran dos años más jóvenes que yo. Para el común, ellos eran la generación de relevo, yo era «la vieja Gamus». Pero mi pregunta aún no tiene respuesta. ¿Quién es viejo?
El expresidente uruguayo José Mujica, por ejemplo, se acaba de declarar no solo anciano sino casi terminal. En el reciente foro «El reto social de América latina», declaró: «No soy otra cosa que un anciano con consciencia de que se va, pertenezco a un tiempo que se va». Mujica tiene 87 año, pero tenía 80 cuando terminó su mandato en 2015.
Rafael Caldera tenía 78 cuando comenzó su segunda presidencia en 1994 y estoy segura de que en ningún momento sintió que su edad era un impedimento para ejercerla. Otra cosa es lo que pensaran los demás y esa es quizá la respuesta a mi pregunta: viejo es aquel que se siente viejo y no aquel a quien los demás ven como tal. Por ejemplo, Joaquín Sabina, el extraordinario cantautor español al cumplir 70 años ha dicho: «Yo no me veo con un corazón ni un cerebro de 70 años». En cambio, Charles de Gaulle debe haberse sentido muy aporreado por el paso del tiempo cuando pronunció la frase que se le atribuye: «La vejez es un naufragio».
Hay países cuya población se va llenando de personas de la tercera y cuarta edad, algunos gobernantes al manifestar lo que eso significa en los presupuestos de sus naciones han sido duramente criticados por insinuar la necesidad de practicar la eutanasia de esos ancianos que son una carga financiera. También lo son en numerosos casos, para sus familias, cuando padecen enfermedades irreversibles.
Pero carga o no, en los países de Europa donde es mayor el envejecimiento de la población, hay respeto por los ancianos y por hacerles la vida más fácil y llevadera. Los autobuses tienen plataformas para que suban las sillas de ruedas, en las calles y edificios hay rampas con el mismo objeto. En los cines, museos y teatros hay descuentos especiales para personas de edad avanzada.
En Venezuela, país gobernado con ficciones, simulación y palabras huecas, existe desde hace 11 años la Gran Misión en Amor Mayor (obsérvese que no es una misión cualquiera sino una muy, pero muy grande). En el décimo aniversario de la misma, Nicolás Maduro declaró: «La Gran Mision en Amor Mayor cumple 10 años protegiendo y reivindicando la lucha de nuestros adultos mayores. Como fiel defensor del legado del comandante Chávez, no descansaré hasta recuperar el estado de bienestar de los abuelos y abuelas, vulnerado por el bloqueo criminal». No podía faltar la culpa «del bloqueo criminal» para justificar que los ancianos deban hacer colas interminables para obtener una pensión miserable que apenas les alcanza para comprar un pollo o un cartón de huevos. Pero allí no queda el desprecio y humillación a los simplemente ancianos y nada de esa hipocresía de «adultos mayores». Muchas de las oficinas públicas, por ejemplo las del Saime, están ubicadas en locales a los que se solo se puede acceder por decenas de escalones que los ancianos no soportan.
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Como desde los gobiernos municipales no se da el ejemplo de cumplir con las normas urbanísticas, los más modernos y lujosos edificios carecen de rampas para el acceso no solo de sillas de ruedas sino también de coches de bebés. Muchos arquitectos consideran que colocar pasamanos en las escaleras de acceso a esos edificios, afean el conjunto. Es decir que privilegian la estética frente a la seguridad de las personas. No sé cuántos viejos gozan de la suerte de no tener dolor de rodillas o de espalda y de esa manera no sufrir porque en las mejores clínicas del país y en los más pomposos restaurantes, las pocetas o inodoros sean tan bajitos y de tan molesto uso que parecieran diseñados para jardines de infancia, y que no tengan barandas.
Uno, una o unes (para hacerle una carantoña a la necedad del lenguaje inclusivo) puede ser viejo por partes. Por ejemplo, en mi caso, de la cintura hacia arriba (corazón y cerebro, como Joaquín Sabina) me siento de 40. De lo demás mejor no entrar en detalles. Pero he leído algo que me ha provocado un fresquito: los viejos de siempre lo seguimos siendo y cada año un poco más hasta que llega el final. Pero hay nuevos viejos y son nada menos que los millenialls. Según un artículo de Karelia Vásquez, en El País, los nacidos entre 1980 y 1996 son los nuevos ancianos en las redes, ahora manda la generación Z que será arrasada en unos años por la generación Alfa. Todos somos viejos o lo seremos en el próximo minuto». ¡Que alivio!