No existe el pueblo afgano, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Las ideologías son estúpidas. Tanto, que quienes se identifican como de “izquierdas” celebran con alegría la derrota de Estados Unidos y de sus aliados de la OTAN en Afganistán. Repiten disparates como: “El pueblo afgano ha derrotado al imperialismo norteamericano”.
Tontos felices, para quienes las consignas lo son todo. Obligados a ignorar las atrocidades que cometen los fundamentalistas islámicos, cuyo triunfo festejan. Sus consignas esconden puñados de mentiras, falsificaciones, tergiversaciones y manipulaciones del pasado. Todas las ideologías lo hacen, hasta convertir en irracionales a sus crédulas víctimas.
Vamos a detenernos en la tergiversación más básica y repetida: La expresión “pueblo afgano”. Claro que puede hablarse de la nación Afganistán. Pero es bastante difícil hablar de pueblo afgano. Se trata de un país caracterizado por su gran diversidad étnica y cultural. Característica que explica su persistente tradición tribal. Ni siquiera los grupos de una misma etnia, como la mayoritaria pastún, han logrado vivir en armonía. Una vez que los soviéticos abandonaron el país, en 1992, las diferentes tribus participantes en la guerra, conocidos como muyahidines, entablaron guerras tribales por control territorial. Más territorio, más cultivo de amapola, más opio, más poder.
Los talibanes (prefiero usar el plural) aparecen como el movimiento que ofreció poner fin a la anarquía tribal y homogenizar religiosamente el país. El costo fue exterminio o sometimiento cuasi esclavista del resto de la población que ni era ni se identifica con el movimiento talibán. Esos “detalles” son ignorados por las consignas ideológicas.
La mayor parte de la historia de ese territorio que conocemos como Afganistán ha trascurrido ocupado por imperios y tribus. Iranios, arios, helenos, persas, indios, árabes, mongoles, pastunes, británicos, rusos, norteamericanos, la lista es larga. Desde tiempos remotos, períodos más largos o más breves, ese territorio ha experimentado regímenes diversos. Oscilaron como provincia de imperios mayores o como monarquías o emiratos locales. También ha sido república y hasta república socialista. Hoy, retorna a su condición de emirato, forma nacionalista más antigua. Pero una división fundamentalista conocida como Isis-K aspira constituir un gran califato, más allá de las fronteras afganas, que unifique a todas las naciones islamistas en un gran imperio. El califato islámico haría desaparecer todas las nacionalidades que absorbiera. Para esos islamistas no existe tal cosa como pueblo afgano.
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Las proclamas, rituales y leyes islamistas que ahora vemos en Afganistán apuntan al pasado remoto. En las imágenes difundidas pareciera como si el tiempo no hubiera transcurrido, hasta que notamos las modernas armas que jamás abandonan, ni para comer, sus milicianos. Como todos los movimientos justificados por las ideologías, los islamistas se proponen imponer una regresión radical al pasado.
Todas las ideologías, sin excepción, postulan el culto a un supuesto pasado idílico y mítico. Odian al período histórico llamado Modernidad que identifican como “cultura occidental”. La razón es más simple de lo que solemos pensar. Asocian Modernidad con individualismo. Y es que, en efecto, ocurrió que en algunos lugares de Europa reapareció un principio muy antiguo, según el cual los individuos nacen libres por naturaleza. A partir del mismo se fundamenta el criterio universal de ser libres también como derecho. Así que son occidentales las sociedades que promueven modelos políticos donde la libertad individual es un valor esencial, sin el cual nada más vale la pena.
Las ideologías postulan lo contrario, que es el colectivismo. Pero ocurre que la individualidad o derecho a ser libres es un valor intrínseco a todos los seres humanos. En todas las culturas sin excepción. No es exclusiva de la zona occidental del planeta. La historia de la libertad individual corre en paralelo con la dilatada historia de la esclavitud y la opresión social. Desde la prehistoria, organizados en grupos pequeños o bandas, los humanos solían disentir entre sí. Algunos optaban por separarse y fundar otro grupo. Disentir fue considerándose un peligroso disgregador del grupo. La individualidad fue declarada insoportable por el “colectivo”. Todas las ideologías, también sin excepción, son colectivistas. Desprecian y criminalizan al individualismo, acusándolo de egoísta.
Los islamistas que asumieron el poder en Afganistán imponen un programa colectivista extremo. Suprimen hasta los gustos musicales. Imponen la uniformidad de los turbantes, burkas, barbas, etc. Las pocas distinciones sólo se usan para identificar escalas de mando. Ni siquiera lo notamos.
En las sociedades abiertas que llaman “de occidente”, abundan las ideologías estúpidas. Pretenden ignorar la escandalosa realidad de una sociedad primitiva y cruel, negadora de la diversidad natural de la condición humana. Un caso de insensata estupidez ideológica se observa en las declaraciones de la ministra de “igualdad social” de España, quien sostiene que las mujeres españolas sufren la misma opresión patriarcal y violencia machista que las mujeres en Afganistán. Las cegueras ideológicas suelen soltar con frecuencia tales disparates.
La realidad actual de Afganistán dista mucho de parecerse al reduccionismo que describen las consignas ideológicas. No existe tal cosa como un pueblo afgano. Como, probablemente, tampoco existe ningún pueblo pretendidamente homogéneo, ni étnica, ni religiosa, ni culturalmente. Cada vez menos, pues las migraciones jamás se han detenido. Ocurren desde los tiempos más remotos, presionando hacia un mundo cada vez más heterogéneo y mestizo. Ni las más sofisticadas ideologías logran contener y menos explicar esta diversidad.
El caso de Afganistán puede considerarse una señal más del comienzo del fin de las ideologías. Porque esas regresiones al pasado son insostenibles en el tiempo. Son destructivas y autodestructivas. No hay modo de financiar indefinidamente los costosos ejércitos que los sostienen. Hay un punto en el que la gente prefiere morir a continuar viviendo en la humillante servidumbre. Los miles de milicianos que sostienen esos regímenes fueron educados para la guerra y sólo saben hacer eso. Pero terminada la guerra tendrán que dedicarse a la agricultura o a otro oficio. Muchos se negarán, se rebelarán y buscarán nuevas causas bélicas. Las ideologías siempre proveen causas para las guerras.
La estupidez ideológica ha sido muchas veces vencida por la racionalidad de la supervivencia. De otro modo, no podría explicarse cómo ha logrado sobrevivir la especie humana, tras una larga y destructiva historia de violencia.
No todos los humanos forman parte del colectivista concepto “pueblo afgano”, como no todos comparten las impresentables doctrinas islamistas. Tampoco todos los creyentes del islam son islamistas. De hecho, la mayoría de las víctimas de los violentos grupos fundamentalistas son ciudadanos musulmanes. La única homogeneidad real que existe es la muerte. La vida, en cambio, es heterogeneidad.
Cierto que nacer en un territorio impone de facto ostentar una “nacionalidad”, que a veces se reduce a un pasaporte o carnet de identidad. Puede que los portemos con orgullo, pero también nos gustaría presentar otro pasaporte en alguna alcabala cuando se huye de la barbarie de las ideologías. Quizás algún día exista un pasaporte ONU como opción individual, para que aquellas personas forzadas a emigrar dejen de ser parias deambulando por el mundo.
La nacionalidad formal ni convierte ni homogeniza. La identidad no se reduce a un pasaporte. Los nazis alardeaban del homogéneo “pueblo alemán”, pero no todos los alemanes eran nazis, así como no todos los rusos eran comunistas. Los chavistas reclaman respeto al “pueblo venezolano”, pero los nacidos en Venezuela somos víctimas del secuestro de nuestras libertades individuales. A veces hasta niegan el pasaporte. Tampoco son chavistas todos los venezolanos por más que lo repitan los fraudulentos escrutinios electorales que organizan frecuentemente para fingir legalidad y democracia.
No existe un pueblo afgano, sino una diversidad de grupos humanos que están siendo, por enésima vez, sometidos por una ideología cruel y esclavista.
Ya es tiempo de abandonar esos inútiles e insoportables clichés ideológicos.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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