No llores por mi Argentina, por Luis Ernesto Aparicio M.
Aunque el titular suena más como la canción que fue utilizada para el musical «Evita», de Andrew Lloyd y Tim Rice, que representa un emotivo discurso ofrecido por María Eva Duarte, más conocida como Eva Perón, en el balcón de la Casa Rosada, frente a las masas de «descamisados» tras ganar Juan Domingo Perón las elecciones de 1946, más tiene que ver con la actualidad, con el proceso electoral, en ese país, que se llevará a cabo el 22 de octubre de este año.
Y es que, nuevamente, todos los argentinos se encontrarán frente a las urnas para elegir a su nuevo presidente y esta vez, todas las miradas estarán puestas en ellas y, por supuesto, en uno de los candidatos, no tanto porque sea una estrella en el universo de la política, sino por sus estridentes propuestas y, digamos, por sí mismo. Se trata de el ultraconservador o anarcocapitalista, como él mismo se autodefine, Javier Milei.
Este producto, como siempre, de los fracasos y desatinos de los partidos políticos que han hecho gobierno y oposición en la Argentina, ha emocionado, para bien y para mal, a casi toda la población de ese país.
Y es que este, supuestamente, hijo abusado y maltratado niño que creció sin el amor y la protección de sus padres y que ahora anda suelto, con gritos atorados en su garganta que dibujan sus intenciones, puede ser el próximo presidente de los muy orgullosos y buenas personas, argentinos.
Nadie imaginaba, por aquellos lados, que alguien que dice hablar con su perro muerto, sobre quien dice es su «asesor», por intermedio de una médium espiritista, que a la vez es su hermana, y que ha basado su campaña con consignas de odio, de quemar, de tumbar todo con una sierra eléctrica que blande como un troglodita para dar «patadas en el culo» y vender órganos o niños, abarcaría las preferencias políticas de los argentinos, en su desespero por intentar un cambio.
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Al parecer, el cambio que los argentinos apuestan al que no importa quien sea y cuan capaz sea de quemar al Banco Central o sacar a los ministerios tan importantes como los de salud y educación para empatarlos en otro que quién sabe cómo funcionará. El punto es que mientras ese cambio venga acompañado con el anuncio de: «hay que sacarlos a patadas en el culo», será bien recibido y contará con el apoyo de las mayorías.
Javier Milei no es Chávez, pero se parece; así como Trump, Orbán, Erdogan, Meloni, Bukele se parecen a Chávez, pero no son, al menos físicamente, porque en cuanto a sus ofertas y sus acciones son de verdad lo mismo.
El odio hacia la política, hacia la democracia liberal como la hemos conocido y las mentiras, ponen el sello de chavistas con trajes y figuras rocambolescas a muchos de ellos. Es el caso de Milei y las ganas de los argentinos por vengar las ofensas (¿?).
La ira –todavía no sabemos si es auténtica– de Milei ha cautivado las frustraciones de los argentinos que están cansados de Menem, De la Rúa, Kirchner, Macri y los Fernández, y lo mantiene cerca, pero muy cerca de sentarse en el despacho de la Casa Rosada por mandato de un pueblo cansado, apesadumbrado y con los bolsillos saltando de sorpresa en sorpresa inflacionaria.
Ese señor, a quien sus padres, según su biógrafo no autorizado, el periodista Juan Luis González, criaron entre palizas y abusos verbales y solo apoyado por su abuela y su hermana menor y que además vivía «entrándose a trompadas» en la escuela, ha ofrecido el camino anhelado por buena parte del mundo en estos tiempos: venganza, armar a todos para que todos se maten y así resolver el problema de la delincuencia y sobre todo; enterrar a la política y a quienes la practican o simplemente creen en ella.
Milei es una especie de «Sandro», aquel cantante de los años setenta que lucía una gran cabellera y unas patillas muy ajustadas a los siglos 18 y 19, que hizo delirar a muchas mujeres durante sus presentaciones, lo que hace parte de lo que ha querido mostrar y diferenciarse, destacar o más bien trasladar a muchos hacia esos años donde campeaba la terrible dictadura.
A propósito de la dictadura argentina, en su perorata ha llegado a decir que, la buena de la dictadura, no desapareció a tantos como se ha señalado, que esos «piadosos muchachos no se deshicieron de unos 30 mil argentinos», que era mucho menos. Vaya lujo, es el tener un candidato así y que seguro se beneficiará, como todos, de la muy noble democracia.
Milei toca la puerta –o más bien la cierra– y podría llegar a la Argentina la incertidumbre y otras cosas más que pueden hacer que todos recordemos cada día esa canción, esa canción que tantas cantaron para una obra de teatro, una obra que puede estar a punto de comenzar.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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