No me amenaces, por Teodoro Petkoff
Ayer el presidente dio un paso más en el camino hacia el desastre. Completamente equivocado en el diagnóstico del cuadro actual, el presidente parece haber optado por acentuar la polarización, por reforzar su discurso excluyente. El emplazamiento al MAS (¿chicha o limonada?), corresponde perfectamente a esa lógica de la «radicalización» de sus posiciones. Exasperado por los últimos fracasos de su acción política (sindicatos, universidades, educación) y por la inoperancia de su equipo administrativo, el presidente ha escogido la ruta de la huida hacia adelante. Su idea es la purga, la «depuración» de la «revolución». De allí esa muestra de intolerancia y de pérdida de sentido democrático que el Presidente muestra en el caso del MAS. Chávez no entiende la dinámica de las alianzas. No le cabe en la cabeza que un partido puede acompañarlo en lo general y, simultáneamente, mantener posturas críticas frente a aspectos puntuales de la gestión gubernamental. Chávez no quiere aliados sino borregos obsecuentes. Confunde la vida civil con la militar. Acostumbrado, como todo oficial, a mandar sin que se le discuta, cree que puede trasladar ese estilo a la política de alianzas. Chávez no se pasea por la idea de que debe reunirse con el MAS, (y con su propio MVR, al cual sólo le da ordenes) para debatir puntos de vista y conductas, para trazar planes y planes conjuntos, para solventar discrepancias. Nunca lo hizo en dos años porque no le pasa por la mente que el MAS pueda tener un comportamiento distinto al del soldado cuadrado ante su oficial. Le irrita la discrepancia. Por eso pide definiciones: o se ponen firmes ante mí o se van. Así de simple.
Ya está en marcha la lógica infernal que hundió a otros procesos. «Nos fortalecemos depurándonos». La revolución y el partido se fortalecen con las purgas». «Somos menos pero mejores, bla-bla-bla». Palabras vacías, conceptos falsos. Silbidos en la oscuridad para espantar los obsesionantes fantasmas del fracaso. La política de alianzas, la construcción de acuerdos y consensos con los aliados y con otros sectores, es sustituida por la amenaza de la fuerza. Por eso, en el mismo discurso que coloca al MAS en el disparadero, Chávez evoca palabras que ha dicho otras veces, pero que en el presente contexto adquieren otro significado: si la paz no nos sirve, tendrá que ser por la fuerza de las armas. No fue casual. Antes, eso se decía en el marco de los triunfos; no era una amenaza sino una advertencia más bien platónica. Ayer fue una amenaza bien directa y sombría. ¿Con qué nos amenaza Chávez? ¿Con la dictadura? ¿Con la supresión de las libertades democráticas? Pues pelará bola. En el caso venezolano, más temprano que tarde. Eso no se sostiene. Napoleón, decía, en alguna ocasión a uno de sus colaboradores: «¿Sabes, Fontanés, que es lo que más admiro? La impotencia de la fuerza para conservar algo. No hay sino dos poderes en el mundo: el sable y el espíritu. A la larga, el sable siempre es vencido por el espíritu»