No me ayudes tanto, compadre, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Ahora que tanto se habla de las historias de unos, otros y sus colaboradores, es tiempo de que hagamos un ejercicio que hace algunos años intentamos practicar con el muy apreciado académico y amigo Marcelino Bisbal. Se trata de la narrativa política, potente herramienta a la hora de construir lazos entre una persona u organización deseosa de encontrar un posicionamiento en la opinión pública.
Lo primero que recuerdo en aquel encuentro con el profesor Marcelino fue el reconocimiento de que la narrativa política implica la creación y comunicación de una historia coherente y persuasiva que resalte los objetivos que se desean alcanzar, los valores y propuestas de un individuo, partido político o movimiento.
Por lo general, una narrativa política efectiva tiene como objetivo fundamental la conexión con la audiencia, influir en la opinión pública y movilizar el apoyo. Para que eso ocurra, deben existir ciertas condiciones o elementos claves que darán forma a una narrativa política sólida y por qué no, definitiva.
La lista de esos elementos, con el permiso de los expertos en comunicación política, debería comenzar con la elaboración de un mensaje central, claro y conciso, fácil de recordar y comprender. Luego se podría continuar con la presentación de una historia personal, en donde se resalten las experiencias y los deseos que motivan a una participación política, sin olvidar los valores y principios que permitan una conexión emocional con la audiencia: inclusión de ideas como la justicia social, la igualdad, la libertad, etc.
En la construcción de la narrativa política no debe faltar el uso de un lenguaje claro, persuasivo y emocional que pueda aumentar la capacidad de esta para llegar a todo el público. Además, el principio fundamental de la narrativa será la consistencia y la coherencia, es decir todo debe estar dentro de las líneas necesarias de la comunicación, desde los discursos, los materiales que se utilizarán para la promoción y sobre todo las redes sociales.
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Hasta aquí, tenemos algunos de los fundamentos académicos para la construcción de la narrativa política. Solo resta iniciar una comparación sencilla, básica, que nos permita encontrar esos elementos en la actualidad. Sobre todo, en países como Venezuela.
Desde que el primer dictador de finales del siglo XX se instaló a la cabeza del gobierno de Venezuela, quizás más por esos destinos de la casualidad, Hugo Chávez comenzó a construir una narrativa que en aquel entonces lucia más como una abstracción que como algo originado desde lo que acabamos de ver como la academia. Con su característica locuacidad, comenzó a conectar, emocionalmente, con la gente. Supo encontrar el camino a las aspiraciones, muy sencillas, de una gran mayoría cansada de esa política que vivió el país desde finales de la penúltima dictadura de Marcos Pérez Giménez.
Esa espontanea narrativa, fue encontrando cuerpo, comenzó a fortalecerse con el pasar de los días, meses y años. Puede que Chávez no lo entendiera al principio, pero otros más astutos y académicamente mejor formados, encontraron en él al canal que necesitaban para la transmisión de mensajes engañosos, pero efectivos para mantener el control. De ellos hay una lista enorme, por lo que no habría espacio suficiente para esta columna.
Además de la entrada en escenas de veteranos políticos y algún aventajado académico, la narrativa del chavismo encontró aliados desde la acera del frente, es decir desde la oposición.
Aquí merece la pena aclarar que la diversidad y atomización de esta, permitió que algunas acciones llevadas a cabo para tumbar la fuerza de la narrativa de Chávez y su control solo sirvieron para darle potencia y volumen a los cuentos manidos del chavismo.
La narrativa del chavismo ha resultado consistente por su sencillez y porque tiene agentes multiplicadores del lado de ellos y del lado de la oposición, como lo decía anteriormente. Lo básico se centraba en: no dejan gobernar; quieren un golpe de Estado; la culpa es de… y por supuesto el fingido magnicidio, además de paros y marchas. Todo iba encajando, según y las circunstancias, solo bastaba con repetir lo mismo para sostener la narrativa.
Con la desaparición de Chávez, sus predecesores solo mantuvieron la línea de la narrativa construida por él. Y ha resultado fácil pues, a la ya creada, solo se le han agregado elementos a su consistencia como las sanciones no personalizadas, los imaginarios alzamientos en los cuarteles, gobierno interino y las declaraciones –tipo confesiones– que algunos hacen desde el exterior con no se sabe cuál intención.
Lo cierto es que la única narrativa política que se ha conocido en Venezuela, durante los veintitantos años de dictadura ha sido la construida por ellos y más que por su ingenioso diseño, ha sido porque los otros no pueden –o no tienen tiempo– para construir la suya.
Mientras, si la democracia pudiera decir algo, imagino que sería como aquella frase: «no me ayudes tanto, compadre».
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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