No, por Teodoro Petkoff
Se puede comprender perfectamente que AD y Copei tengan una visión revanchista en su lucha contra Chávez. Pero lo que no pueden pretender es que sus particulares intereses partidistas, tan comprensiblemente sesgados por aquel afán -y tan escasamente autocríticos, por lo demás- sean adoptados como política por la Coordinadora Democrática. Las posturas expresadas por AD y Copei no hacen sino engordar el caldo del extremismo inútil, ese que caracteriza al Gobierno y a mucha de su gente y que tanto daño causa al país. No por casualidad el vocero del MVR clonó las posiciones de sus archirrivales.
Sobre todo cuando son sustentadas con argumentos como los expuestos por sus dirigentes. AD dice que es imposible hablar con «asesinos». ¿Se le ha pedido a AD, para formar parte de la Coordinadora Democrática, un mea culpa por los centenares de estudiantes muertos en manifestaciones durante sus diferentes gobiernos? Copei se niega a dialogar con «corruptos». ¿Será que para hablar con Copei es necesario pedir cuentas de las fortunas creadas a la sombra de gobiernos copeyanos por algunos dirigentes y funcionarios de ese partido? ¿Podría la gente de izquierda lanzar una primera piedra? ¿No son (somos, si se prefiere) sus diferentes factores responsables de hechos trágicos, que costaron vidas en los años sesenta? ¿No ha conspirado la izquierda? ¿No se les (nos) acusó también de «asesinos»? Si la política fuera un permanente pase de factura, si las cuentas nunca se saldan, no sería posible la vida democrática. La guerra de Colombia nace de facturas que nunca fueron canceladas.
Si en Venezuela se cierran los espacios para la búsqueda de salidas dialogadas, el camino que se perfila es el del golpe…. y el contragolpe. El de la violencia mortal y sangrienta. El del toque de queda, impuesto por cualquiera de los bandos, y las razzias en barrios… o urbanizaciones. La Venezuela de hoy no es la del 24 de noviembre de 1948. En aquella época una muerte violenta mensual era noticia sensacional. Hoy la violencia se enseñorea sobre el país y cualquiera carga un 38 en la cintura. Esta obviedad debería ser tenida muy en cuenta por quienes sueñan con «golpes secos» o hablan con aterradora desaprensión de «guerra civil». No saben el fantasma que están conjurando.
Es precisamente este clima de crispación y pugnacidad el que obliga a desactivar la bomba de la violencia. Cada vez que se abre una rendija por donde pueda colarse alguna forma de diálogo entre los adversarios, sabotearla, eludirla o condicionarla podría terminar siendo un error imperdonable. Dialogar o negociar no significa renunciar a las banderas propias sino crear un ámbito para confrontarlas de modo tal que la resultante no sea la muerte. Se dialoga rogando a Dios y dando con el mazo. Todo es negociable, hasta la salida del Presidente. El mismo lo admite, cuando fija un plazo hasta agosto de 2003. Este país está muy mal, pero puede estar mucho peor si la posibilidad de diálogo es anulada por el energumenismo inútil.