No siempre nos quedará París, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
«No siempre quedará París
Yo sé que te lo prometí
Pero al final todo ha cambiado aquí»
Leo Rizzi, No siempre quedará París (2022)
Tenía que venir un muchacho, cantautor y “tiktokero” de Ibiza, a recordarnos que incluso la más célebre de todas las promesas de las que fuimos testigos en el cine, la de Rick Blaine (Humphrey Bogart) e Ilsa Lund (Ingrid Bergman) en la recordada escena de «Casablanca» (1942), puede acabar olvidada en cualquier cenicero de bar en la medida en que las circunstancias cambian. Será por eso que esos acuerdos que lejos de las miradas de todos nosotros celebran entre sí las autoerigidas élites venezolanas reunidas en Oslo, México y, ahora, en la luminosa París, en los que el rostro de ciudadano común ni por casualidad se asoma, siempre me inspiraron gran desconfianza.
La fotografía de sonreídos rostros reunidos alrededor de una elegante mesa puesta en el Elíseo no deja de parecernos chocante siendo que, ese mismo día, supimos que al menos 218 venezolanos han muerto en nuestros hospitales públicos en lo que va de año por causas agravadas por los endémicos apagones en nuestras ciudades de los que ninguno se ha salvado.
No faltó quien tildara de espuria la asociación entre mortalidad y tales fallas eléctricas, ¡como si alguna vez se haya tenido noticia de la existencia de ventiladores mecánicos, monitores cardíacos o máquinas de diálisis que funcionen a kerosén!
Lo cierto es que las «mesas» y los «diálogos» se suceden uno tras otro sin que la agenda del venezolano real aparezca en las libretas de anotaciones de nadie.
Claro que la «foto de familia» nunca falta: la «realpolitik» es así. Pero el aire se nos hace irrespirable cuando el diálogo se degrada a un «dando y dando» con propuestas como la del sobreseimiento para cuando pillo se llenó los bolsillos con dineros públicos para irse con la amante de compras a las exclusivas tiendas «por ahí mismito», en Les Champs Elisées, o, peor aún, la de la amnistía para quienes machacaron vidas en nombre de la crispación revolucionaria chavista y ahora van por el mundo con cara de «yo no fui» escudándose en la ominosa obediencia debida.
La tragedia venezolana no puede seguir siendo un arma arrojadiza en las agendas particulares de personajes de la catadura de señor Trump en Estados Unidos o tan lamentables como el señor Castillo en Perú. Como tampoco están Venezuela y sus dramas para servirle de detergente a un Gustavo Petro – ahora paladín de la democracia liberal– necesitado de lavar ante el mundo su nada límpido historial político, ni para oxigenar a un alicaído Alberto Fernández que agradecerá cada invitación al extranjero que le rescate al menos por unos días de ese infierno «de diseño» que le han armado los propios peronistas, la familia política más desquiciada jamás vista en este continente. A un país ahogado en sus tragedias como Venezuela no puede pedírsele, además, que cargue con tan pesadas maletas.
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Por supuesto que son de agradecer la iniciativa del presidente de Francia y los esfuerzos de su diplomacia por promover acciones que saquen el tema venezolano del terrible atasco en el que se encuentra. Si alguna cancillería europea tiene «leída» nuestra situación es, precisamente, la francesa: ¡la de veces que nos hemos topado con su embajador en Caracas, el señor Nadal, no en cocteles ni en agasajos, sino en los pasillos de la Universidad, caminando por las calles de alguna ciudad el interior y hasta en los barrios del oeste de Caracas!
Fue en agosto de 2018 cuando el Presidente Macron, reunido en París con todo el cuerpo de embajadores de Francia, llamó a la transformación de su país en una «potencia mediadora». Francia es una potencia en toda regla – arma nuclear incluida– con presencia e intereses conocidos en nuestra región. Pero distinto del general De Gaulle, Macron entiende que la diplomacia de los misiles y las «fuerzas de tarea» debe dar paso a la del diálogo y la mediación y que, apalancada en su enorme prestigio, Francia, la por Luis Razetti llamada la «gran democracia latina», tiene aún mucho qué hacer y qué decir en extensas regiones del mundo, desde los países de la francofonía hasta los de la atormentada Iberoamérica. Se entiende así la atención que los franceses le están poniendo al tema venezolano y que sinceramente todos apreciamos.
Hoy han barrido un poco más de lo habitual los pisos de mi hospital y al menos hubo una taza de guarapo y un bollo de harina para cada enfermo, incluso para quienes no deberían comerlos. Pasan de 300 los presos políticos en Venezuela y casi todo su liderazgo político relevante figura en la lista de inhabilitados.
Más de 7 millones de venezolanos abandonaron el país mochila al hombro a buscarse la vida en algún lugar del mundo; uno de cada tres de nuestros niños está desnutrido y somos el único país de las Américas en el que la tuberculosis incrementó su incidencia por cada 100 mil habitantes en una y media vez en apenas cuatro años. En radical contraste con ello, la orgía enchufista que en sus guettos vive «la vida loca» con un desenfreno que ni en el Quartier Latin.
Nada quedó de las anteriores «mesas» de Ciudad de México y Oslo. El chavismo viene a atornillarse como hegemonía – nos lo han dicho mil veces– y todo va bien hasta que se habla de alternancia en el ejercicio del poder. Lo demás – pobres, enfermos, desnutridos, arruinados, desplazados, etc.– no son sino la «peccata minuta» revolucionaria de la que probablemente nadie hablará en París.
Quisiéramos creer, como Rick e Ilsa, que aún nos queda una oportunidad en el número 55 de la rue du Faubourg Saint-Honoré, desde donde despacha el presidente de Francia. Pero bien que lo ha dicho Su Eminencia el cardenal Porras: «debe haber una solución al país, no solo una foto». Porque cuando el país se nos muera, ya no nos quedará París a donde ir.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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