No son bolserías, por Teodoro Petkoff
Después de la masiva intervención de los gobiernos europeos, que siguió a la del gobierno norteamericano, las Bolsas del mundo registraron alzas muy considerables y la confianza pareció retornar a los mercados financieros.
Aunque todavía es prematuro tener la certidumbre de que «lo peor pasó» (de hecho ayer muchas Bolsas volvieron a caer), vale la pena, sin embargo, registrar la importancia del paso dado. En alguno de nuestros editoriales anteriores decíamos que esta vez, a diferencia de la Gran Depresión del 29, los políticos del mundo capitalista desarrollado están plenamente concientes de que sin la acción del Estado, el Mercado por su cuenta sólo reacciona a muy largo plazo y al precio de terribles sufrimientos para las sociedades.
El primer político que entendió esto fue el gran Franklin Delano Roosevelt y por eso pudo sacar a su país del profundo hoyo donde lo había metido la crisis del 29, mediante una enérgica «economía dirigida», como se la llamó entonces, que hizo de la intervención estatal, basada en los preceptos del no menos grande John Maynard Keynes, el pivote sobre el cual se apoyó la recuperación de la economía norteamericana. La economía y la política se articularon fecundamente. No en balde los grandes clásicos, Smith, Ricardo y Marx, llamaban a su ciencia «economía política», porque no podían entender el divorcio entre una y otra.
Infortunadamente para su país y para el mundo, en la década de los 80 del siglo pasado, a partir de Ronald Reagan, se impuso en Estados Unidos un pensamiento que veía en el llamado «Estado mínimo», que se traducía en la casi total eliminación de regulaciones sobre la economía y en los recortes impositivos a los ricos, el secreto del crecimiento económico perpetuo. La cosa funcionó en el corto plazo y el impulso neoconservador llegó hasta los dos Bush.
El merado financiero, totalmente desregulado, terminó por llenarse de «burbujas» como las de las hipotecas basura, que finalmente llevaron al colapso del sistema. El pensamiento neoconservador veía en la economía una especie de «técnica», completamente desvinculada de la política. La crisis actual ha hecho añicos esta óptica.
Probablemente de esta crisis saldrán las grandes economías desarrolladas con un nuevo rostro. El mundo también. Pero habría que cuidarse de un movimiento pendular, que de la sobreestimación del Mercado y sus «virtudes» pase a la sobrestimación del Estado y las suyas.
Ninguna burocracia estatal puede sustituir eficientemente al Mercado en la atribución de los recursos económicos a las áreas que los exigen; pero, del mismo modo, las leyes del Mercado no pueden sustituir al Estado en la procura de la mayor equidad posible en la distribución de las riquezas generadas y en la creación de las válvulas de seguridad que protejan a la sociedad de los desmanes que la lógica darwiniana del Mercado (sólo sobreviven los más aptos, es decir los ricos) puede producir. Tanto Mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario, no nos cansamos de repetirlo: he allí la fórmula para el crecimiento económico con equidad.