No vamos a una «fiesta electoral», por Beltrán Vallejo
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El PSUV se prepara, como toda mafia, a participar en lo que convocó Maduro para el 21 de noviembre con el propósito de siempre: delinquir. El alacranaje ese de partidos secuestrados por la tiranía va a lo mismo; pero también con el afán de confundir, mentir y herir. En cambio, nosotros, los demócratas, no vamos a una «fiesta electoral» ni vamos a hacer el papel de «tontos útiles» o de conseguirnos unos reales con la lavativa electorera.
Claro que hay que intentar ganar algún espacio de eso, llámese gobernación, alcaldía o parlamento; y no importa que sean instituciones que ya dejaron de ser lo que eran hace una década, porque el centralismo, el autoritarismo y el gamonalismo a lo Doña Bárbara acabaron con esas instancias, las dejaron sin recursos y les quitaron competencias, majestad y funcionabilidad, y son menos que pulperías o cobertizos. He ahí que el vacío de esas instituciones es el reflejo del abandono en que se encuentran todas las regiones y municipios de este lamentable país.
Pero ese duro objetivo, que puede alcanzarse, tiene un complemento determinante en lo estratégico y en lo táctico, que constituye la mayor razón de ser en eso de buscarle alguna importancia a la participación del pueblo venezolano en eso que se denominan elecciones regionales y municipales del 2021.
Los demócratas no entramos a una cumbala electoral; no señor. Los demócratas afrontamos el reto del 21 de noviembre con sumo realismo, y con sumo realismo le hablaremos a los habitantes de cada estado y de cada municipio. No vamos a ilusionar; vamos a motivar; vamos a agitar las calles; vamos a estimular la lucha en cada barrio y en cada urbanización.
El voto no es un fin en sí mismo, algunos intentan que el pueblo venezolano asuma un determinismo con eso. El voto es una coyuntura más de lucha contra el neototalitarismo de Maduro y sus abusos, y su uso de los recursos del Estado en este tipo de contienda, más su agudización del control social y político sobre algunos infelices.
Se plantea, entonces, que alimentemos la agitación electoral más que el carnaval electoral. En ese sentido, lo del 21 de noviembre significa un escenario táctico que debe servir para reorganizar la lucha contra la tiranía, no solo en términos de instrumentalización electoral, sino también enarbolando una agenda de lucha política, de lucha social, económica y hasta existencial.
Que sirva esta contienda para hacer propuestas de organización y de articulación social para enfrentar la crisis generalizada de los servicios públicos; que funcione para conformar comités de usuarios o para fortalecer el asociacionismo vecinal y ciudadano; que se impulse desde esa dinámica el liderazgo barrial y sectorial, además del liderazgo municipal y regional.
Yo propongo que en esta dinámica se estimule el presupuesto participativo, ese que nunca hacen los alcaldes maduristas, y que sea eso un programa mínimo de lucha en que cada localidad. Propongo que se alienten los consejos locales. Planteo que se alimente la rabia social con el problema del gas doméstico y de la gasolina, y se formulen para ello estrategias solidarias.
Por supuesto, que sea esa dinámica un lugar de encuentro para exigir la liberación de los presos políticos y que desde allí se difunda el Acuerdo de Salvación Nacional, y que se use ese proceso para lograr condiciones electorales, tal como establecen la Constitución y las leyes. Y lo fundamental: generar las condiciones sociales, políticas y de movilización para sacar del poder al tirano.
¡Qué fiesta ni qué fiesta electoral! Vamos para la lucha.
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