¡No votéis por él! Editorial por Laureano Márquez
Al Presidente no le gusta el candidato de la oposición. Lo encuentra defectuoso, de allí el término «majunche» («de calidad inferior, deslucido, mediocre») con el que se refiere a él, para no nombrarlo, una forma de no reconocerle entidad humana.
Henrique es un «alien», venido del espacio exterior, un pasajero indeseado en la nave de la patria, que ha debido irse del país desde aquel auto de detención, pero él es terco, tan terco que asusta hasta a un terco.
El Presidente quería un candidato distinto, mejor. En su afán de copar los espacios quizá habría preferido elegirlo él, como sucedió en el caso del partido oficial, donde el consenso es tan consensual, que ni de primarias se requiere. La pregunta es qué candidato opositor podría estar a la altura del Presidente según el concepto que él tiene de sí mismo, al punto de molestarse porque se le haga perder su valioso tiempo compitiendo con un ser de tan baja calidad, con un candidato «tapa amarilla». ¿Quién podría ser? Porque tu pones allí al propio Libertador y a que una falla le consigue.
Es que casi uno se imagina el comentario: «Lo bajo que ha caído Bolívar (no quiero aventurarme a barruntar el sobrenombre), ¿ah, compadre?… candidato de los majunches… sinceramente, destruyendo su propia obra… bueno, habrá que volverle acambiar el nombre al país, pues…». En fin, el candidato oficial habría preferido un contendor distinto, a su altura.
Para comenzar, de mayor edad, unos 57 años, tal vez, de formación castrense, preferiblemente, para poder librar mejor esta batalla, alguien de Barinas, paisano, llanero, para hablar el mismo idioma y confrontar historias y leyendas. En definitiva, el Presidente habría querido ser también él, candidato opositor, un YO vs YO, un debate suyo a dos voces, asumiendo los dos papeles y saltando de un podio a otro para responderse a sí mismo.
El Presidente quiere debatir y ser el moderador, el camarógrafo, el que poncha el ángulo de la cámara y también el juez que dictamine quién ganó, quiere ser gobierno y oposición, desalojar la planta y cuestionar el sistema penitenciario. Él se sabe con capacidad suficiente para poder capitalizar con éxito su propio descontento y convencer a todos de que él es la única opción para enfrentarlo a él. Uno no entiende. Si la oposición realizó tan mala elección qué es lo que le molesta.
Si el candidato opositor garantiza la victoria del candidato oficial, ¿qué es lo que está mal? ¿No se trata de ganar pues? Si este candidato opositor asegura el éxito electoral del gobierno, ¿cuál es la preocupación por conseguir alguien mejor? Quizá el Presidente habría preferido que la oposición declarara desierta la candidatura. El Presidente quiere una oposición que no se oponga, un candidato que no recorra, que no ofrezca, que no prometa, que no cargue niños ni bese viejitas.
El Presidente no soporta compartir el afecto popular y ver a Capriles recorriendo el país, con gente descontenta caminando a su lado, dándole la mano, con pueblo que no puede negarse que es pueblo a su alrededor.
El Presidente preferiría una campaña mediática, llevar él la batuta de un debate electoral que ya no conduce. Henrique Capriles fue electo por la oposición. Es el candidato, es la expresión del descontento que él encarnó en otro tiempo, quizá se ve a sí mismo en él y eso es lo que más molesta. Con unas elecciones tan ganadas como el Presidente anuncia, no es como para preocuparse tanto ¿no?… Un maracucho, con sus clásicas salidas ingeniosas, le diría de una: «¡ve qué molleja!, si no te gusta, no votéis por él».
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