¿Nos acostumbramos a lo malo, y ahora a lo peor? por Beltrán Vallejo
Quiero comenzar mi comentario con este pensamiento de León Tolstoi, plasmado en su obra inmortal, Anna Karenina: “No hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que a su alrededor todos las aceptan”.
Caramba, contándome hoy entre las tantas víctima de otro gran apagón nacional, les expreso que se incorporó una gran preocupación a mi actualidad patética; me refiero a que me llena de inquietud la pasividad, casi que la docilidad con la que los venezolanos están recibiendo los golpes eléctricos y de falta de agua, que se han sumado a los golpes del bolsillo, a los golpes de la medicina, a los golpes de la escasez y a los demás golpes de nuestro infernal día a día, al menos para todos nosotros que no nos llamamos Nicolás, ni Diosdado, ni vestimos de general, y con esto no estoy haciendo llamados a que el pueblo se vuelva loco y se convierta en turba saqueadora.
Me refiero a que el activismo político y de protesta social no ha sido lo suficientemente expansivo en cada calle y en cada comunidad cuando arrecia el desmadre eléctrico, y cada vez, sobre todo, cuando sale un coro de manipuladores esgrimiendo la paranoia de sabotajes que van desde el ciberataque, después el golpe electromagnético, más tarde el disparo de fusil, y este último del atentado sincronizado, donde cabe destacar la tesis que en estos días expresó el capataz que está en el Zulia, fungiendo como gobernador, denominada la de los “papagallos terroristas”. Es decir, que el golpe no sólo ha sido eléctrico y de agua, también es de carácter psicológico; una paranoia se ha transmitido a través de los medios de comunicación, desde el palacio de Miraflores, pasando por ministerios, gobernaciones y alcaldías, torturando las mentes y el ánimo de una población torturada en cuerpo y en alma, también.
Sí ha hecho falta la respuesta masiva de un pueblo ante tamaño sadismo, irresponsabilidad, ineficiencia e ineficacia, y ante tanto malabarismo discursivo que intenta ocultar las verdades técnicas que han provocado el regreso de Venezuela al siglo XIX de la vela, del mechuzo y de la totuma. ¿Es que acaso no hay claridad sobre la responsabilidad del caos económico, social y de servicios que atormenta a los venezolanos?
¿Es posible que el pueblo mayoritario no ubique quién es su enemigo? ¿Es que está imperando una sensación de impotencia dentro de la nación? No entiendo por qué la rebeldía no está reinando en cada calle, en cada barrio, en cada puesto de trabajo. ¿Será que el Gobierno ha avanzado en su propósito de que la sociedad venezolana se ponga de rodillas, se amilane ante el riesgo de protestar, se acobarde ante la posibilidad de represión o de represalias?
Ante este panorama tan dantesco, es imperdonable que un Juan Guaidó, montado en cualquier tarima, nos tenga que decir a todos los venezolanos que “cada vez que haya un apagón hay que salir a protestar en su sector”; eso es imperdonable en nosotros, ciudadanos todos, porque eso no debiera dictarlo un líder o una vanguardia, sino que la rebeldía debiera ser el pan nuestro de cada día.
Hermanos, las esperanzas disuasorias son las que están impidiendo el cambio; y esas son las que emergen de la creencia de que la situación mejorará por su propia cuenta, o de que “otros”, vengan de afuera o sean mesías de adentro, son los que resolverán el dilema histórico por el cual pasa Venezuela, el país que hoy se juega todo en Latinoamérica.