¿Nuevo PRI a la mexicana en El Salvador?, por Javier Rosiles Salas
Se equivocan quienes ven en El Salvador el surgimiento de un sistema de partido hegemónico. Con más del 80% de los votos que le permiten a Nayib Bukele reelegirse como presidente de ese país –después de reformar la Constitución–, la tentación de ver resurgir a un nuevo PRI al estilo mexicano es mucha, pero es un error. El problema es que quizá lo que se cocina en el país centroamericano es aún más preocupante, si se analiza con cuidado.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó México más de 70 años de manera ininterrumpida, esto si se consideran sus antecesores: nació como Partido Nacional Revolucionario en 1929, en 1938 se transformó en Partido de la Revolución Mexicana y, finalmente, en 1946 cambió a sus actuales siglas.
En la elección de 1976 su candidato, José López Portillo, se hizo con la Presidencia de la República con el 93.5% de los votos. Comenzaron las preocupaciones debido a que se evidenciaba un sistema en el que no existía ya ni siquiera una oposición simulada: los únicos partidos que en ese momento aparecieron en la boleta eran satélites y apoyaron a quien se convertiría, mediante un proceso de mero trámite, en presidente, el Popular Socialista y el Auténtico de la Revolución Mexicana.
¿Esto no suena muy parecido a lo ocurrido en El Salvador el pasado 4 de febrero? Análisis previos a las elecciones advertían ya sobre la presencia de un partido hegemónico en el país centroamericano. Y apenas comenzaron a hacerse públicos los resultados tras el cierre de casillas, se siguió con el mismo tono, entre periodistas y también entre connotados analistas políticos.
Es el politólogo italiano Giovanni Sartori quien introduce el tipo de partido hegemónico dentro de una taxonomía para clasificar a los partidos. Toma a México como prototipo de este sistema no competitivo, no sin advertir sobre lo sui generis del caso. Para Sartori privaban concepciones e interpretaciones erróneas por una notoria incapacidad de los estudiosos para introducir en un marco adecuado a la organización política mexicana.
Un partido hegemónico no tiene que ver solamente con un dominio y control extensivo en la sociedad y el sistema político, pues esta influencia pudiera tener un origen democrático. El punto está en que en este sistema no se permite una competencia oficial por el poder, hay partidos de segunda a los cuales no se les permite competir en igualdad de condiciones, y no es solo que no haya alternancia, sino que sencillamente esta posibilidad no existe (Sartori dixit).
No es el caso de El Salvador. Referirse a Nuevas Ideas como partido hegemónico es un error, producto de la incapacidad para comprender lo que está ocurriendo. Los partidos salvadoreños más importantes no son una mera burla ni una fachada vacía: son organizaciones debilitadas por la negación del voto por parte del electorado, no por la subordinación al que hoy luce como partido principal.
No se puede negar el triunfo contundente del presidente Bukele y su partido, pero tampoco la historia y el desenvolvimiento competitivo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), fundado en 1980 a partir de una coalición de organizaciones guerrilleras de izquierda, y la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), ubicada a la derecha del espectro ideológico y fundada en 1981, justo para contener la influencia de los movimientos guerrilleros.
El PRI fue un partido creado para gestionar el poder –porque ya se encontraba instalado en él–, Nuevas Ideas fue fundado, apenas en 2017, para alcanzarlo. En el caso salvadoreño la oposición no se impulsa desde el poder para brindar una apariencia democrática, sino que existe pese a los deseos de Bukele.
Pero de ninguna manera es una buena noticia que en El Salvador por lo pronto no exista un modelo de partido hegemónico; frente a la realidad esto es apenas un prurito académico. En el caso mexicano se antepuso el control ante la participación, a manera de una escala evolutiva; el riesgo con Bukele es que crece el control político, quizá sin mucha participación, pero sí con un respaldo a sus acciones centradas en el combate a las pandillas que el otrora sistema de partido hegemónico mexicano jamás tuvo.
El descenso en las cifras de homicidios es inversamente proporcional a la popularidad que acumula Bukele. En un país en donde la inseguridad hacía insostenible la vida, la brutalidad contra supuestos delincuentes y los visos de autoritarismo no solo son bien vistos, sino que, incluso, se traducen en votos.
Javier Rosiles es profesor e investigador de tiempo completo en la Universidad de la Ciénega del Estado de Michoacán (México). Doctor en Estudios Sociales con especialidad en Procesos Políticos por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Miembro del SNI-Co.
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