Nunca digan, es natural…, por Carlos Alberto Monsalve
En su libro premonitorio 1984, George Orwell. uno de los padres de la literatura de ciencia ficción, pone en boca del Gran Hermano una confesión lapidaria: ¨El Partido desea tomar el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás, solo nos interesa el poder¨.
Oír esta expresión es oír el paso de la tijera crítica y filosa que va desgarrando el velo de las apariencias, atrás de las cuales se esconden tantas utopías salvadoras de la humanidad, tantas proclamas reivindicadoras de las sociedades de los oprimidos y tantos demagógicos programas políticos.
Ante esta expresión altisonante surgen preguntas, tales como: ¿Qué intereses mórbidos pueden estar tras la obsesión del poder por el poder mismo?, ¿A dónde pueden ser conducidas las sociedades que sufren de tal abyección?
Cinco millones de venezolanos desplazados, según cifras de Acnur; un atraso de ochenta años en materia de producción petrolera, sin ningún taladro de perforación activo, en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo; cuarenta y seis mil millones de dólares (pasto para la corrupción),en obras inconclusas, ocho veces las reservas internacionales actuales; una situación de crisis humanitaria compleja, refrendada por la alta comisión para los derechos humanos de las Naciones Unidas; más del 75% de la población en situación de pobreza extrema, según el último estudio de Encovi. Todo un cuadro dantesco y, sobre el mismo, la voluntad arbitraria de quien ejerce el poder, con el afán de seguir perpetuándose en el mismo.
Creación de una inconstitucional Asamblea Nacional Constituyente, cercenamiento del referéndum revocatorio, designación de un organismo electoral ilegitimo, creación de una mesa de diálogo sin ninguna representatividad de sus integrantes, intervención de los partidos políticos de oposición, establecimiento de pautas electorales al margen de la Constitución.
De nuevo George Orwell.: ¨No se establece una dictadura para salvar una revolución, se hace una revolución para establecer una dictadura¨.
A raíz del juicio al criminal de guerra Otto Eichman, Hannah Arendt desarrollo su tesis de la banalidad del mal. Lo crudo de este planteamiento se puede recoger en esta frase: ¨el mayor mal que puede perpetuarse es el cometido por nadie, es decir, por seres humanos que se niegan a ser personas¨.
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Cuando uno ve que los cimientos de la política social de este régimen descansan sobre su programa insignia conocido como las cajas CLAP, y que el mismo está dirigido a crear una población clientelar dependiente, con lo cual se anula la condición de persona del beneficiario, nos topamos con una experiencia de alienación perversa, cuyas dimensiones se hacen grotescas debido a la magnitud de la corrupción del erario nacional que representa.
El colmo es la dolida declaración oficial sobre la detención del empresario Alex Saab en Cabo Verde, sospechoso de lavado de dinero y vinculado a la corruptela en el CLAP. Toda una teatralidad de la perversión, tan común en la Italia fascista y en la Alemania nacional socialista.
La aguda observación de Hannah Arendt, como testigo de su tiempo, la hace aseverar que: ¨La calidad teatral del mundo político se había tornado tan patente, que el teatro podía aparecer como el reinado de la realidad¨. Y es desde las voces del mundo del teatro que oímos este consejo, por parte de Bertolt Brecht: ¨En una época de confusión organizada, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada…nunca digan, es natural, para que todo pueda cambiar¨.
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