Obras son amores, por Teodoro Petkoff
La convocatoria al paro ha llegado ya al punto de no retorno. El paro va a producirse. Es más, debe tener lugar. Ya no es un mero paro empresarial y ha asumido la contextura de una gigantesca protesta de una gran parte del país contra una concepción de gobierno basada en el autoritarismo y en el desprecio por la opinión divergente. Esa protesta tiene que expresarse, cívicamente, sin duda, pero contundentemente.
La ola de fondo que se ha puesto en movimiento produjo ayer una primera importante rectificación por parte del Presidente. Anunció su disposición a aceptar la posibilidad de reformas en el cuerpo de leyes de Adina. Obviamente, Chávez ha acusado el golpe. Se ha dado cuenta de que si él blande el bate de Sammy Sosa, hay otra gente, que no es poca, con el bate de Andrés Galarraga. Esas palabras del Presidente tienen que ser sometidas a prueba inmediatamente después del paro. La respuesta a ellas no puede ser la del escepticismo negativo sino la de «obras son amores». Que las haya dicho, contrariando todo su discurso anterior, ya es un gran triunfo de la protesta nacional. Pero, ¿con qué se come eso? Si las palabras de ayer de Hugo Chávez son algo más que recursos de última hora para debilitar el paro, es de suponer que el MVR en la AN tendrá luz verde para aceptar el debate de las reformas. En este caso, lo conducente sería adoptar un espíritu semejante al que hizo posible la Ley de Educación.
Ahora bien, el propio Presidente tendrá que admitir que su apertura ante la posibilidad de reformas en las leyes de Adina implica la suspensión temporal de su aplicación. Sería absurdo que comiencen a ejecutarse leyes que eventualmente podrían ser objeto de modificaciones. En este sentido, la Asamblea tendría que producir la disposición legal para tales efectos. De lo contrario podríamos meternos en un verdadero caos jurídico. Nuestro punto de vista se sustenta en la idea de que lo importante es hacer verdadera la definición participativa de la democracia. Lograr que la confección de las leyes pueda contar, como establece la Constitución, con la contribución de los distintos sectores del país que tienen que ver con ellas. Lo que está en juego no es tal o cual aspecto puntual de unas leyes sino el derecho del país a hacer valer su opinión en el proceso de toma de decisiones. El reconocimiento que Chávez pide de su gobierno y de la Constitución tiene como contrapartida sine qua non el reconocimiento de la nación por parte de Chávez. De la nación entera, en su diversidad y variedad. No hay dos naciones, una «bolivariana» y otra «escuálida», sino una sola, de venezolanos, con intereses diferentes y hasta contrapuestos en muchos casos. El rol del gobernante democrático es evitar que esas contraposiciones destruyan el tejido social de la nación. Si Chávez alcanza a comprender que es el Presidente de todos y no sólo de una parte de los venezolanos, seguramente su gobierno será menos insoportable. Que cesen los cohetes y las contramanifestaciones y se consolidará la unión.