Ocho cavilaciones ciudadanas sobre las parlamentarias, por Rafael Uzcátegui
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No hay que equivocarse: El principal promotor del abstencionismo en Venezuela es el gobierno de Nicolás Maduro. Al ser una minoría social y electoral, la única manera de ganar elecciones, sin realizar un fraude de los resultados –que deja evidencias y tiene un alto costo político– es desestimular a que los votos en contra sean finalmente depositados en las urnas. Esta fórmula ya ha sido aplicada en los dos últimos certámenes electorales y ahora está en pleno refinamiento.
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Frente a la realidad anterior, la realización de elecciones sin garantías de libertad y credibilidad así como la ejecución de diferentes estrategias para neutralizar e impedir los derechos de libertad, asociación y participación política de la ciudadanía, las dos posibles decisiones políticas son votar por una candidatura diferente a la oficial o abstenerse. Cualquiera no debe ser una estrategia en sí misma, sino parte de un proyecto a mediano y largo plazo para la recuperación de la democracia.
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En las actuales condiciones es difícil tomar alguna de las dos decisiones involucrando a la totalidad del campo democrático. Por las razones que sea, habrá quienes votarán y quienes no lo harán, es un hecho estadístico. Intentar legitimar alguna de las dos desprestigiando los voceros o los argumentos de la otra, y no por la propia oferta programática y estratégica es hacerle un favor a la dictadura, quien tiene en la separación y división de sus contrarios su principal mecanismo de gobernabilidad.
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Votar como sea y por quien sea, o abstenerse, ya se ha hecho en el pasado cercano, con resultados que están a la vista. El estímulo a alguna de estas dos alternativas sólo por el tacticismo cortoplacista, el antagonismo ególatra a lo interno de la oposición o el “cómo vaya viniendo vamos viendo” continuará dando oxígeno al autoritarismo y será origen de nuevas frustraciones.
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En el nivel actual del autoritarismo bolivariano es imposible la posibilidad de la independencia de poderes o que alguna de las instituciones sirva de contrapeso efectivo al abuso de poder. Principalmente por el acoso gubernamental, pero también por algunos errores de la oposición que catalizaron su desinstitucionalización, la Asamblea Nacional se ha transformado en un símbolo vaciado de contenido real. Para la dictadura hay varios objetivos en su captura, pero para el campo democrático alcanzar su mayoría o tener presencia en ella, más que un objetivo per se, debería ser un episodio dentro de una narrativa estratégica de largo aliento.
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Si la lógica de quienes llaman a votar como sea es el aprovechamiento de las grietas en el muro del autoritarismo, para así aumentar la masa crítica de presión y promover modificaciones del estado de las cosas desde adentro, no ha quedado suficientemente claro. Esta mirada no es nueva y puede ser parte de una lógica política de confrontación de baja intensidad. Durante el régimen de Pérez Jiménez el partido Copei participó en elecciones mientras otros partidos estaban ilegalizados, y hoy nadie los recuerda como “colaboradores” de esa dictadura.
Hasta hoy los voceros de la participación como sea han emitido un mensaje confuso, que genera más dudas que certezas. Visiblemente, han hecho de su principal contrincante al resto del campo democrático, con la intención de ocupar un lugar a costa del desprestigio del resto.
No han divulgado una estrategia que vaya más allá de enero de 2021.
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Quienes han promovido la abstención no han realizado esfuerzos reales en la recuperación de los derechos de participación electoral. Visiblemente pareciera que su principal base de apoyo es la comunidad internacional y no la movilización y organización de los propios venezolanos. Algunos de sus voceros se han hecho eco de la tesis antidemocrática de la continuidad administrativa del gobierno interino, por fuera de la Asamblea Nacional, y con funcionamiento fuera del país. Tampoco han dicho en que consiste su estrategia después de las elecciones parlamentarias.
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Como ciudadano, aspirante al regreso de la democracia en Venezuela, mi antagonista actual es un gobierno decidido a quedarse indefinida e irregularmente en el poder. Mis enemigos no son ni la “mesita”, ni la “mesa”, quien se ubique por fuera de las dos o quien tenga alguna opinión disímil, por extravagante que sea.
Consciente que los actores sociales y políticos son los que son y los que están, estoy dispuesto a sumar fuerzas con quien señale un camino democrático para la reversión de la dictadura, que aprenda de los errores del pasado y que construya de manera inclusiva un proyecto de país que devuelva la esperanza a los venezolanos.
Por contrario, me alejaré de quienes coloquen sus apetitos personales sobre los intereses de la totalidad de la población.
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