“Ojo por ojo, diente por diente”, por Marta de la Vega
Dedicado a mi profesor y amigo Gonzalo Himiob S.
Es la expresión más popular de la Ley del Talión, recogida en el pasaje bíblico del Éxodo (21:24) y en otros textos del Antiguo Testamento. En su versión más antigua, se encontró en el Código de Hammurabi, Babilonia, en el siglo XVIII a. C. No se trata de una pena equivalente, sino idéntica al crimen cometido, al aplicar la “reciprocidad”, que significa, con este principio jurídico muy primitivo de la justicia retributiva, igual castigo que el daño producido.
Desafortunadamente aún existen ordenamientos jurídicos que incluyen esta ley del Talión, como en ciertos países islámicos la sharia, cuando, por ejemplo, al autor de un robo se le corta la mano. Es la venganza de sangre, como una forma de compensación física, aunque no exista daño físico. Este principio va a seguir vigente en el judaísmo hasta la época talmúdica cuando, entre los siglos III y V de nuestra era, fueron redactados los códigos civil y religioso por rabinos eruditos que transformarían las penas en resarcimiento económico.
El quiebre de esta violenta tradición se produce con la expresión magnífica del proceso evolutivo de la venganza a la justicia, en la trilogía trágica del más antiguo dramaturgo griego, Esquilo, predecesor de Sófocles y Eurípides. De todas sus obras se conservan 7 y de ellas 6 fueron premiadas, como La Orestíada (458 a. C.). Esta, única trilogía de Esquilo preservada hasta hoy, comprende Agamenón, Las Coéforas y las Euménides.
Más que el argumento, que es la historia de Orestes, nos interesa el tema, que es el desarrollo de la justicia desde la venganza sangrienta hasta convertirse en producto del equilibrio, imparcialidad, predominio de la razón en los juicios por encima de la pulsión de los instintos y emociones destructivas.
La primera de las piezas narra que Orestes era hijo de Agamenón, rey de Argos. A su regreso, el héroe triunfador en la guerra de Troya es asesinado por su esposa Clitemnestra, bajo engaño, en venganza por haber sacrificado a la hija de ambos, Ifigenia, como ofrenda a los dioses para que los vientos le fueran favorables en su viaje a Troya. Durante los 10 años de ausencia del rey, Clitemnestra se convierte en amante del primo de Agamenón, Egisto.
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En las Coéforas, se encuentran los dos hijos de Agamenón y Clitemnestra, Electra y Orestes, quien quiere vengarse de su madre por asesinar a su padre, instigado por su hermana. Aunque duda en hacerlo, el dios Apolo lo convence de que es lo correcto. Se hace pasar con su amigo Pílades por forastero y pide cobijo para ellos en el palacio, con la noticia, falsa, que engaña a su propia madre, de que Orestes ha muerto. Clitemnestra, feliz de saberlo, manda a llamar a Egisto a palacio. Orestes mata primero al usurpador, quien por sus gritos alerta a Clitemnestra. Esta pide clemencia advirtiéndole al hijo de la venganza de las Furias o Erinias, diosas aterradoras de la ira, que lo perseguirán hasta destruirlo a causa del matricidio. Huye despavorido, atormentado por las Erinias, hacia Delfos.
Las Euménides son la culminación de este mito trágico. Orestes, en el templo de Apolo en el Oráculo, se siente aliviado, pero sin poder escapar de las Furias, el dios le pide que huya a Atenas. Tras él van las Erinias para castigarlo. Con el inmenso sufrimiento de haber matado a su madre, se abraza a una estatua de Atenea para suplicar perdón y lavar su culpa. La diosa se hace presente y decide que se forme un tribunal de 12 atenienses irreprochables en la ciudad para juzgar a Orestes.
Ante el jurado, en el Areópago, se reúnen Orestes, Apolo, que actúa como su abogado, y las Furias, defensoras de la madre fallecida. Después de deliberar, un empate entre las partes hace necesario que intervenga Atenea y declara que en adelante, si hay empate, los jurados deben decidir a favor del acusado.
Orestes es absuelto. Las Erinias se transforman en Euménides, en bien-pensantes, en diosas benevolentes. Así se sientan las bases de un decisivo progreso civilizatorio.
A raíz de los trágicos hechos del 3 de mayo de 2020, se pone en evidencia la magnitud de la dislocación de valores y el retroceso al que el régimen usurpador ha llevado al país. Con sus declaraciones por cadena de radio y televisión, al criticar a Provea por pedir respeto de los derechos humanos de los detenidos, Maduro activa una primaria y sangrienta ley del Talión en el siglo XXI, al decir,…“qué van a pedir respeto…cuando ellos vinieron a matar a Venezuela”. Y los deshumaniza: “…son terroristas…”.
Las ejecuciones extrajudiciales son una violación gravísima a los derechos humanos, incluso si son delincuentes. Si están presos, el Estado y las instituciones pertinentes tienen la obligación de proteger los derechos inalienables de todo ser humano: salud, alimentación adecuada, preservación de su integridad física, ni torturas ni tratos crueles o degradantes y conservación de sus vidas.
Lo contrario significa cometer crímenes de lesa humanidad, de jurisdicción universal, que no prescriben.